—Eso es lo que me pides—ella no lo miró.
Y no entendía porque, después de todo lo que habían hecho. Después de que aquellos días clandestinos le mostrara lo más sagrado que poseía, la más perfecta creación de Dios y lo que ese animal tantos años había mancillado. Su cuerpo
¿Podría dárselo? ¿Una noche juntos? ¿Aceptar por fin esa unión más como algo santo y bello que como un pecado mortal?
—¿Paulina?
Ella afirmó con timidez.
—Mírame, por favor.
La tomó de la barbilla para que alzara la cabeza con dignidad.
—Eso es lo que quieres de mí. ¿Qué te haga el amor esta noche?
Aunque fuera la última. Aunque después de eso no la volviera a tocar por el bien de los dos, la estabilidad de su corazón, y la vocación de él.
—Sí. Solo eso. Si no puedo tenerte para siempre, al menos por una noche.
La miró, y la miró largamente. Que hermosa estaba. Y su inocencia en el rostro a pesar de que algo le decía que no lo sería cuando la hiciera suya. Por no hablar de su exquisito aroma siempre tan femenino y que le nublaba la razón y voluntad. No había un solo segundo en el día en que no la deseara. Ni un instante en que su corazón no la amara y quisiera adorarla.
Volvió a preguntarse: ¿Podía darle lo que ella pedía? Ya bastante comprometido había quedado su ministerio antes. Pero igual... ¿Quién lo sabría? Solo el Padre. Y Dios comprendía que en cuestión de debilidad aunque ambos la tenían no había sido por simple tentación y deseos de la carne. Era por amor. Luego de esa noche... Acabaría todo. Y él se entregaría por entero a su ministerio para siempre. Solo por el gozo de una única noche.
—¿Estás segura?
—Aceptaría hasta condenarme en el infierno toda la eternidad, solo por tener esta única noche contigo. Una que nos dure toda la vida.
Él sonrió y lo siguiente que hizo fue levantarse y extenderle la mano.
—Entonces ven conmigo.
Pero cuando ella se puso de pie afirmándose de él, la levantó en brazos con delicadeza como si fuese una novia recién casada, robándole un beso en sus labios.
Si solo tenían esa noche, haría que fuese memorable para los dos. Que nunca la olvidaran sin importar a donde fueran.
Con ella en brazos subió hasta su cuarto, en medio del ruido de la pólvora y música a todo volumen en las casas vecinas. Avanzaron a oscuras por los pasillos sonriéndose, y sólo cuando estuvieron en las puertas de los dos, la dejó en el suelo, y ella se cercioró que los niños durmieran profundamente. Luego volvió a cerrar, con una sonrisa.
—No se darán cuenta. Están profundamente dormidos.
Teniéndola de la mano la condujo a su cuarto, encendiendo solo la lámpara de la mesa de noche desde la pared. Y al cerrar la puerta la apoyó en ella con delicadeza.
—Si solo tenemos esta noche vamos a hacer que sea memorable para ambos. ¿De acuerdo?
—¿Y qué pasa si tal vez no te complazco? No sé lo que tengo que hacer.
Vio que le temblaban las manos.
—Créeme cuando te digo, mi amor, que tú me complaces y me encantas en todo. Solo vas a disfrutar y del resto me encargo yo.
Con cautela se acercó a ella no queriendo asustarla cuando la fuera a besar, si tal vez se arrepentía a último minuto. El asustado terminó siendo el. Porque en el momento en que sus labios estuvieron a escasos centímetros Paulina se estiró para responder el beso. La rodeó entre sus brazos mientras ella le echaba las manos al cuello, subiéndolas antes por su pecho. Fue lento aunque ya su cuerpo demandaba más. Bebió de ella como un ciervo sediento frente a las corrientes de agua, acariciando sus labios con la lengua, pidiéndole permiso para ahondar en la calidez de su boca. Ella lo acogió y suspiró ante la caricia, con su figura amoldándose a la de él. Sus dedos le acariciaron la espalda rozándole tentativamente hasta la línea de las caderas donde se formaban los glúteos firmes, su boca la devoró con ansia pura, y cuando le apretó las nalgas para atraerla hacia él, se tragó un exquisito gemido de sus labios.
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ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)
RomanceNoche. Oscura y silenciosa noche. Sin saber si con el favor de ese Dios que ella no conoce, o guiada por el diablo... Paulina se ha valido de ella para huir de su casita de campo en Belmira, Antioquia con sus dos pequeños de seis y diez años, lejos...