—Necesito una explicación sobre esto, inmediatamente.
Se acercó a ella.
—Abel...
Retrocedió azorada.
—Sabía que no querías verme y tenerme cerca, ¿pero esto?
La puerta que estaba entornada, se abrió, apareciendo Milena en ella.
—Buenos día... oh. Padre.
Vio que él la observaba molesto.
—¿Tú lo sabías, Milena?
—Ah... Así es...
Emilia se revolvió en sus brazos, despertando. Paulina le señaló a los niños a su amiga, viendo que se venía una conversación para nada fácil.
—Llévalos, ¿sí? Por favor.
Cuando Jerónimo se encaminaba hacia su madrina, Abel lo detuvo.
—No vas a llevártelos.
Fue como una bofetada.
—¡¿Perdón?! ¡Son mis hijos! Tú no tienes ningún derecho sobre ellos.
¿Quién se creía?
—No puedes llevártelos sin que se despidan, y sin que hablemos tú y yo—completó el.
—¿Despedirnos?—preguntó una adormilada Emi—¿nos vamos?
Se espabiló, bajando de los brazos de ella.
—Solo de paseo—le dijo Abel, antes de que pensara explicarle.
Milena afirmó demasiado entusiasta.
—Así es. Cariñito, despídete de Abel antes del paseo. Tú también, Jero.
Ella permaneció a distancia, luchando con el miedo y la angustia. Sus dos pequeños corrieron a abrazarlo cuando él se arrodilló, y el corazón se le arrugó más de lo que estaba. El, llorando, les besó las mejillas, les dijo lo mucho que los amaba y que se portaran bien. Les echó la bendición y sonrió con ternura cuando Emilia le dijo que le traería un regalito de su paseo. Luego ambos se fueron con Milena tomados de su mano, y la puerta fue entornada.
Santa cachucha si a ella se le había llegado su hora.
Con las piernas temblando, lo vio acercarse. La nota doblada en su mano. Se sujetó de la pared para no caerse, del dolor que llevaba por dentro.
—Te creía de todo, menos capaz de esto, Paulina.
—Padre Abel...
Él negó, molesto.
—Padre Abel ni que nada. Abel, como siempre me has llamado. ¿Cómo es que lo compartimos todo y ahora me escribes una carta en la que me dices adiós?—agachó el rostro—te ibas a ir sin despedirte de mí.
Ella lloró, sin saber de dónde sacaban sus ojos tantas lágrimas, ese último tiempo.
—Era necesario.
—Mírame—negó—¡Bendita seas, Paulina, mírame!
Aun así ella no obedeció, por lo que él la tomó de las mejillas para obligarla.
—¿Por qué ibas a marcharte sin decirme nada? ¿Por qué te ibas a ir sin siquiera darme un adiós?
La ternura y tristeza en su voz, la mataron más en vida, que el mismo daño que le había hecho. Así era el corazón de una mujer enamorada.
—Dímelo, mi amor.
—Porque no podía despedirme. No podía decirte adiós. Si pasaba esto, me iba a odiar toda la vida. Detesto que me vean llorar y más por esta razón.
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ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)
RomanceNoche. Oscura y silenciosa noche. Sin saber si con el favor de ese Dios que ella no conoce, o guiada por el diablo... Paulina se ha valido de ella para huir de su casita de campo en Belmira, Antioquia con sus dos pequeños de seis y diez años, lejos...