CAPITULO 45:

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* Colorada: Sonrojada / Cachetes: Mejillas 

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El padre la miró.

Y la miró. No le quitó ojo de encima, hasta ponerla nerviosa.

Después solo le sonrió de forma paternal, si es que Paulina sabía identificar eso.

—¿Y eso es todo?—levantó los hombros, dudosa—¿por eso tienes cara de espanto? No tiene nada de malo, hija. Tienes todo el derecho de hacerlo.

El característico hormigueo en cuello y mejillas que anunciaba que estaba colorada, la recorrió.

—No sé si de verdad lo estoy. Solo sé que tengo esta cabeza hecha un lío, padre—se pasó las manos por los cabellos—ni yo misma me entiendo.

El rió bajito y sus cachetes redondos se inflaron un poco haciéndolo parecer un tierno hámster.

—Entonces sí estás enamorada—luego se enserió—te lo voy a explicar, pero dime algo antes. ¿El hombre que te trae así es un caballero? ¿Te trata como lo mereces? Porque un príncipe azul no vas a encontrar, pero tampoco debes estar con alguien que te haga valer menos de lo que tú eres.

Pensó entonces en Abel. La manera de tratarla, como le cedía el paso antes al entrar a una habitación, su educación, sus consejos, su paciencia, la manera en que la hacía sentir especial. Todo eso que a ella la estaba enamorando. Pero después estaba... ¿lo que él le había dado en la mañana era correcto? ¿Teniendo en cuenta que el dijera que no podía y después había cedido? ¿Y la manera en que había reaccionado minutos antes?

—No lo sé, padre—susurró.

Porque era así. Aún no lo tenía claro.

—La mayoría de las veces, si lo comparo a como me trataba mi padrastro.

—Querida Paulina solo hay un consejo que te puedo dar, y es que si bien el amor se siente por momentos que encandila, que piensas en esa persona todo el día, que solo eres feliz a su lado; o que estás mareada y te sobrecogen un sinfín de emociones que te puedo resumir en mariposas dentro del estómago... eso no solo es el amor. Se requiere de un trabajo en equipo. Tareas de servicio con el otro, donarse por entero porque el otro sea feliz, paciencia sin fin y perdón; y si tú lo das pero el no, ahí no es.

—¿A qué se refiere?

Puso su mano en la de ella.

—Todos merecemos felicidad y un amor bonito, y porque soy tu amigo, quiero que tú también tengas ese amor. Disfruta lo que estés sintiendo, pero recuerda lo que vales. Quédate donde te valoren. No donde te vayan a sacar lágrimas. Si ese hombre del que te estás sintiendo enamorada te trata como te lo acabo de decir, disfruta ese amor y no reprimas esas mariposas—ella sonrió—pero si no es así... aléjate de él—se acercó más y la sujetó de la mejilla—porque eres hija del Rey y dio hasta Su Vida misma por ti, no me mendigues amor de nadie. Te mereces solo lo mejor.

No supo porque sintió deseos de llorar. Se contuvo.

—¿Sirve la charla para aclarar tus dudas?—solo asintió—bien. Que descanses. Eres muy valiosa para nosotros, y te queremos mucho.

Solo cuando él cerró la puerta, ella exhaló de forma ruidosa.

Abel era ese hombre maravilloso que el padre le había descrito. Pero su corazón entendió al mismo tiempo que la razón, que no era libre. Que no podía darle lo que ella quería.

Se limpió el rostro, sorbiendo por la nariz.

Mejor no ilusionarse más.

Se levantó de la cama para ir a la cocina por un poco de leche y poderse dormir, y antes de salir se colocó las sandalias y un suéter encima de la bata blanca que le llevaba hasta los pies. La noche era fría. Cubrió bien con las mantas a sus pequeños y salió de la habitación en silencio, pasando por los demás cuartos. Su amigo Luis ya estaba encerrado aunque había luz debajo. En la de Abel por el contrario estaba oscuro, solo que no parecía estar dormido. Se detuvo cuando lo vio sentado en el balconcito de la otra noche, ya habiendo llegado de la calle, y mirando la pasiva oscuridad.

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora