CAPITULO 12

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DICCIONARIO ANTIOQUEÑO (Léelo antes de empezar)

* Aventar: Lanzar lejos - contar la travesura que otra persona hizo / Pelada: Herida - piel en carne viva / Aporrear: Lastimar - Lesionar /  Pelión: Persona que discute mucho  / Cascar: Golpear - pegar  / Rumiar: Meditar mucho - en las vacas, masticar demasiado la hierba  / Carajo:  Expresión que denota rabia.

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Como un bólido – más lenta era la liebre que ella – Paulina salió del restaurante para buscar a Emilia y a Jerónimo, antes de que la mujer tal vez cambiara de opinión. Le había dicho que le quedaba una sopa de la hora de almuerzo y que sabía que no se vendería por la noche, por lo que ella, más un poco de arroz y pollo asado, sería el almuerzo que les tendría listo; y ella no quería tentar a la suerte a que alguien llegara primero y los dejara sin la comida.

No sabía porque esa mujer le estaba dando semejante regalo, pero simplemente agradecía con brazos abiertos lo que le daban. Tan acostumbrada estaba a que quienes la rodeaban fueran poco generosos con sus hijos y con ella, que si alguien le daba algo sin esperar nada a cambio, le parecía una novedad.

Cuando llegó al parque, se guió por sus risas para encontrarlos. Estaban jugando con unas piedritas en una banca del parque, compitiendo por quien la aventaba más lejos; pero el mismo se les olvidó cuando la vieron llegar.

—¡Mamitaaaa!—gritó Emi, corriendo a ella, aunque un poco coja. Jero la seguía detrás. Entonces ella vio los moretones de su pequeña.

Dejó que la abrazaran con fuerza, y después sujetó a Emilia de los brazos.

—¿Qué me le pasó? ¿Usted porque está así tan sucia y aporreada?—miró a Jerónimo—¿No cuidaste a tu hermana, Jerito?

Los dos hablaron al mismo tiempo. Su hijo mayor poniendo la queja de que Emi hablaba con desconocidos, y la pequeña gritando que había visto un gato negro con blanco... Que Paulina no tenía ni idea con que tenía que ver.

—A ver, a ver. Háblenme por turnos que no estoy entendiendo nada. Emilia, ¿Por qué estás con las rodillas peladas?

—Iba tras una palomita, mamá. Era muy linda, pero yo me caí y no la atrapé.

—Yo le dije que no corriera, pero no me hizo caso—se metió Jerónimo—tienes que castigarla, mamá.

Ella lo miró, y el pequeño solo sonrió como si fuese un angelito.

Nada le encantaba más a él, que saber que su hermana sería castigada, porque el quesito con bocadillo que le quitaran a ella, sería para él.

—Los castigaría entonces a los dos, porque tú eras el que estaba a cargo.

—¡Pero ella habló con un señor desconocido!

Miró a Emilia.

—Cuenta toda la verdad, Jerónimo. El señor me ayudó a levantar por la caída. Si me pongo a esperarte a ti, seguiría allí tirada—Paulina contuvo las ganas de reírse, por esa respuesta tan avispada.

No era buena educación si se reía en lugar de reprenderlos.

—Los dos hicieron mal. Pero ya hablaremos por el camino. Tenemos que ir a almorzar.

—Sííííííí—gritaron a la vez—pero yo primero, mamita. Porque tengo mucha hambre—suplicó después Emilia.

Se puso de pie y los tomó de la mano a los dos, después de colgarse los bolsos a la espalda.

—¡No! Yo voy antes porque soy el mayor.

Rodó los ojos.

Cuando se ponían en plan de hermanos peliones, nadie los detenía.

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora