184: Escrito, pero jamás enviado. (Día 4)

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Chay miraba la pantalla de su teléfono sin saber qué hacer. Ni siquiera se había molestado en bloquear el último número del que Kim había comenzado a escribirle. Chay no entendía, quería escribir una sola respuesta, pero no se atrevía, no quería que Kim tuviera esa satisfacción. Kim le había quitado tantas cosas ya. Chay había puesto su corazón en las manos de ese chico sólo para que éste lo rompiera por la mitad como si nada hubiera importado y eso era lo peor. Chay sabía que para Kim nada en su historia había sido importante y aun así, todos esos mensajes sin respuesta no hacían más que aumentar sus ganas de saber por qué.

¿Por qué seguir buscando si siempre había sido un juego para Kim? Bueno, y decir que había sido un juego era darse un valor que no tenía. Kim lo había usado. Kim lo había utilizado para saber cosas de Porsche y después simplemente lo había tirado a la basura.

¿Por qué había hecho eso? ¿Por qué pretender que lo quería en todas aquellas citas? ¿Por qué ese beso inolvidable y cálido después de que Chay le confesara sus sentimientos? Claro, ahora sabía que Kim era muy buen actor, pero todo había sido tan real.

Sintiendo que el fuego de los recuerdos estaba consumiéndolo, Chay tomó su teléfono y leyó el ultimo de los mensajes que Kim había escrito:

Por favor, déjame hablar contigo. Sé que no lo merezco, pero debes escucharme una sola vez. Mereces saberlo todo, Chay. Te lo ruego, déjame explicarte todo.

Las lágrimas acudieron a los ojos de Chay sin que él pudiera evitarlo. Su corazón le gritaba que contestara que sí a ese mensaje, pero Kim también se había llevado su fe ciega en que todo saldría bien. Chay quería escucharlo, pero sentía terror de que Kim pudiera herirlo de nuevo. Chay quería verlo, pero no confiaba en sí mismo, no podría mantenerse alejado si veía a Kim otra vez. El joven suspiró y se dejó llevar por sus sentimientos. Tenía que escribir lo que sentía para que esa sensación de ahogo se disipara de una buena vez.

¿Ahora quieres hablar?, escribió el chico. Claro, todo tiene que hacerse como tú quieres y eso es algo que odio de ti y lo que más odio de ti es que me haces sentir ganas de correr a tus brazos con un solo mensaje y ¿sabes qué patético es todo eso? Me vuelves patético y no lo mereces. No mereces este amor, Kimhan, porque te amo y ni siquiera sé por qué este amor no murió ese día en el que tú rompiste mi corazón. Déjame en paz, por favor. Si no puedes amarme, no me importa, no tienes que explicarlo, pero déjame en paz, al menos me debes eso.

El corazón de Chay latía de forma dolorosa en su pecho. Se quedó un momento mirando la pantalla de su celular, quería enviar ese mensaje, quería que Kim leyera sus palabras, quería hacerlo sentir vergüenza de ser tan frío y despiadado quería...

Antes de que el joven pudiera enviar su mensaje, la puerta de su habitación en la casa de su familia se abrió de par en par y ahí, frente a él, estaba Kimhan Theerapanyakul luciendo agitado y totalmente destruido, como si no hubiera dormido en días, como si estuviera caminando por la vida sin la mitad de su corazón.

—Por favor escúchame, no tengo mucho tiempo— dijo Kim sin moverse de la entrada a su alcoba—Tu hermano mayor llegará aquí en quince minutos porque seguramente alguien en mi casa ya le debe haber dicho que vine a verte y sé que Porsche me matará y no lo detendré, pero por favor, por favor, escúchame. Chay, te lo ruego, ni siquiera vine a intentar que me perdones solo... solo escúchame porque me estoy muriendo, Chay, estoy muriendo porque sé que te hice daño y no puedo seguir... no sin ti, Chay, por favor...

Los ojos de Kim se llenaron de lágrimas en ese instante mientras el chico caía de rodillas sobre el suelo. Era sorprendente, pensó Porchay. Kim parecía ser la clase de chico que siempre estaba en completo control de sus emociones. Kim parecía tan intocable, tan sereno. Y, sin embargo, ahora estaba ahí, frente a él, llorando como seguramente no había llorado jamás, rogándole a él cuando seguramente jamás había tenido que pedir absolutamente nada en su vida.

Fue en ese instante en el que Chay olvidó el mensaje que había escrito. Chay olvidó el dolor, y la decepción, Chay olvidó el frío y el resentimiento y se levantó de la cama para acercarse a Kim y tomarlo en sus brazos con fuerza, como si nada hubiera sucedido. El llanto de Kim se hizo mil veces más fuerte al sentirlo cerca y pronto los dos estaban llorando en los brazos del otro porque Kim estaba sosteniéndolo a él con demasiada fuerza. Chay sintió que los dos necesitaban aquello. Chay sintió que después de la tormenta quizá podría escuchar a Kim y gritarle y reclamarle o seguir abrazándolo y hacerle jurar que nunca más se alejaría de su lado.

Pero por ahora, los dos seguirían recorriendo el país de las lágrimas, todas las palabras necesarias vendrían después de que la lluvia amainara por fin. 

KimChay MomentsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora