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Natanael Cano

Me adentré al edificio feliz, la rueda de prensa salió con madre y me sentía de humor para seguir trabajando en mi música.

Mi humor mejoró al ver a Camila en el mostrador de recepción, avancé hacia ella dispuesto a molestarla, ya era mi pan de cada día. No estaba a gusto si no cagaba el palo un ratito.

- ¿Qué, mija? ¿Tan temprano terminó tu cita? - pregunté con una sonrisa burlona - no traes cotorreo, ¿verdad?

Levantó la cabeza lentamente, sus lentes de sol cubriendo gran parte de su rostro.

- Ahorita no estoy para aguantarte, Natanael - murmuró tomando unos papeles, dispuesta a alejarse de mí.

La vi con atención mientras intentaba no mostrar que me sorprendía su actitud. Normalmente siempre tenía algo que responderme.

- La rueda de prensa salió bien, por si te lo preguntabas - hablé antes de que avanzara.

- Ya sé que salió bien - respondió cortante - felicidades.

- Ay, si, ¿y cómo sabes? - dije cruzándome de brazos y levantando una ceja, con una sonrisa algo desafiante.

- Porque no soy idiota, Natanael - replicó con frialdad, evitando seguir la conversación.

Su respuesta me hizo sentir un poco fuera de lugar. No estaba acostumbrado a que me ignoraran tan fácilmente.

- ¿Tan mal te fue en tu cita? - insistí burlón - andas de un pinche humor.

- No es tu problema - murmuró retomando su camino.

La vi alejarse sin mirar atrás, y por un momento, me quedé allí, sintiendo una mezcla de frustración y curiosidad. Había algo en su actitud que no podía descifrar.

Sin embargo, no iba a quedarme ahí. No me gustaba que me ignoraran, y mucho menos cuando mi paciencia empezaba a agotarse.

Avancé hasta su oficina y frené mis pasos al ver la puerta entreabierta y encontrarla sentada de espaldas. Sus hombros temblaban ligeramente, y aunque intentaba disimularlo, el sonido de sus sollozos me hizo sentir un nudo en el estómago.

Me quedé parado por un momento, desconcertado. No era la Camila que conocía, la que siempre respondía con sarcasmo, la que no dejaba que nada le afectara.

Mi incomodidad crecía, aún sin saber muy bien que hacer, hasta que el sonido de su celular nos sorprendió a ambos.

- Puta madre - murmuró limpiando su rostro.

La vi tomar un respiro antes de atender la llamada y dejar el celular en altavoz sobre el escritorio, tomando unos papeles, supongo que buscando distraerse.

- Hola, mami - a pesar de su estado, pudo disimular un poco su voz quebrada.

Algo en mí se sintió extraño, como si no debiera estar ahí, como si su dolor fuera algo que no podía tocar. Pero, al mismo tiempo, no podía irme, mi cuerpo no reaccionaba.

- Hola, Millie, ¿dónde estás?

- Vine a la oficina... olvidé unas cosas antes de irme.

- ¿Cómo te fue con la psicóloga?

Ver - ga
Y yo chingando

Camila se quedó en silencio por un momento, como si no estuviera lista para responder.

- Bien, mami... fue una sesión más, todo está bien - dijo, aunque su tono sonó apagado.

- Que bueno, hija, me alegra escucharlo.

- ¿Mi papá ya está en la casa? - preguntó cambiando el tema, como si no quisiera profundizar más en su sesión.

- Si, mi amor - respondió su mamá con voz cálida - ¿te esperamos para cenar?

- No - se apresuró a decir - cenen ustedes, me quedaré a terminar unos pendientes.

- Está bien, hija, cenas cuando llegues, por favor... y no te quedes muy tarde.

- Si, no te preocupes.

Las escuché despedirse, sintiéndome cada vez más fuera de lugar y pendejo. Claramente estaba pasando por algo difícil y mis comentarios no creo que hayan ayudado mucho.

Colgó el teléfono y dejó que su rostro cayera en sus manos, exhalando un suspiro pesado. La vi a lo lejos, tan diferente a la Camila que estaba lista para pelear conmigo, para responder con sarcasmo o indiferencia.

Sin encontrar una mejor opción, me alejé de allí con pasos lentos y silenciosos.

Estrellas | Natanael Cano  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora