XXIII

1K 124 10
                                    


Camila Hastings

- Natanael, este no es el camino a la oficina - dije, girándome a mirarlo molesta.

Él ni siquiera me miró, sus ojos seguían enfocados en la carretera, pero la pequeña sonrisa en su rostro lo delataba.

- Lo sé - respondió con toda la calma del mundo.

Mi molestia creció en un instante. Cruzándome de brazos, me recargué en el asiento, sin apartar la vista de su perfil.

- Entonces, ¿qué estás haciendo? - pregunté, intentando mantener la voz tranquila.

- Te estoy secuestrando, princesa.

Rodé los ojos con fuerza, pero mi corazón comenzó a latir más rápido. Con Natanael nunca sabía qué esperar, y esa incertidumbre, aunque a veces me irritaba, también me descolocaba de una manera que odiaba admitir.

- No tengo tiempo para esto - hablé, manteniendo mi tono firme - tengo trabajo.

- Hoy andas bien mentirosa, Cami - contestó burlón - tú asistente me dijo que ya no tenías más pendientes.

Abrí la boca, sorprendida, y lo miré con los ojos entrecerrados.

- ¿Le preguntaste a mi asistente?

Natanael soltó una ligera carcajada, como si mi molestia fuera lo más entretenido del mundo.

- Claro que sí. Tenía que asegurarme de que no pusieras excusas para no venir conmigo.

Negué con la cabeza, frustrada. ¿Cómo podía ser tan descarado?

- Eso no significa que no tenga trabajo, Rubén.

- Pero significa que te puedo robar - respondió desviando un segundo la mirada hacia mí, guiñándome un ojo.

Me crucé de brazos, apretando los labios para no soltar insultarlo.

- Quiero ir a la oficina, Natanael - hablé con firmeza.

El soltó un suspiro, pero su expresión seguía tan relajada como siempre, como si anda pudiera perturbarlo.

- Te llevaré después de esto, amor - dijo con una calma que me irritó aún más - te quiero enseñar un lugar.

Rodé los ojos, volviendo a recargarme en el asiento, derrotada. No tenía sentido discutir con él.

- Más te vale que valga la pena - murmuré, mirando por la ventana para no dejar que viera cómo mi molestia comenzaba a desvanecerse.

Él soltó una pequeña risa.

- Siempre vale la pena conmigo, chula.

El trayecto continuó en silencio por unos momentos, pero la incomodidad que sentía se disipaba lentamente. A pesar de lo irritante que podía ser, algo en la forma en que hablaba me hacía cuestionarme si realmente lo que estaba haciendo era tan malo. Sabía que lo hacía con buenas intenciones, aunque su forma de imponer sus planes no fuera la más suave.

Finalmente, después de unos minutos, Natanael tomó una salida y comenzó a subir por una carretera que no reconocía. La ciudad desaparecía poco a poco en el retrovisor, y el paisaje comenzaba a volverse más verde y abierto.

- ¿Si me estás secuestrando?

Natanael soltó una risa baja al escucharme, sin apartar la vista del camino.

- Podría considerarlo, Camilita.

Miré por la ventana fijándome en los árboles que rodeaban la carretera y montañas a lo lejos.

Estrellas | Natanael Cano  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora