XXXII

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Camila Hastings

Apreté el celular con fuerza mientras mis ojos no podían apartarse de la pantalla, hasta que lo escuché llegar a la sala, tarareando un canción con la misma calma que siempre tenía.

- ¿En serio, Rubén? ¿Otra vez? - solté, mi voz cargada de una calma forzada.

Él se detuvo en seco. Por un momento, todo lo que escuché fue su respiración, el eco de mis palabras y el sonido del video que seguía reproduciéndose en mi mano.

- ¿Qué? - preguntó al fin, con una mezcla de incredulidad y confusión en su tono, pero sin acercarse.

Me levanté del sillón, mi mirada clavándose en la suya mientras le mostraba la pantalla del celular.

- ¿Cuántos más, Natanael?

Tomó el celular, apresurándose a quitar el video y después soltó un suspiro pesado pasando una mano por su cabello.

- Mi amor... es que... no veas eso.

- ¡¿Y ya con eso se arregla el problema?! - repliqué incrédula, mi voz cargada de frustración.

Natanael cerró los ojos un momento, como si buscara paciencia o las palabras correctas.

- Cami, tú sabes que eso no importa - dijo finalmente, su tono casi suplicante.

Lo miré incrédula, cruzándome de brazos mientras sentía cómo la rabia subía por mi pecho.

- ¿No importa? ¿En serio?

Se acercó un poco, dejando el celular en la mesa, como si eso pudiera deshacer el daño que ya estaba hecho.

- No, amor, no significa nada. Yo te quiero a ti, Millie. Sabes que eres tú quien me importa... solo tú.

Las palabras que normalmente me derretirían solo hicieron que mi estómago se revolviera.

- Si de verdad soy yo, Nat, ¿por qué siempre tengo que lidiar con esto? - solté, mi voz quebrándose un poco al final.

Él intentó acercarse más, su expresión llena de arrepentimiento, pero di un paso atrás.

- Cami, por favor, no te pongas así...

- No, Natanael - dije, mi voz más firme de lo que me sentía - solo espero el día en el que esos videos me hagan entender que tú no me quieres.

Sin esperar respuesta, salí de su casa y me subí al auto apresurada. Por el retrovisor lo vi salir tras de mí, llamándome por mi nombre. Su expresión parecía rota, pero no me detuve. Encendí el auto y me obligué a no mirar atrás mientras salía de su casa.

Mis manos temblaban sobre el volante, y mis ojos comenzaban a llenarse de lágrimas que luché por contener. No quería llorar. No quería sentir nada.

(...)

Tomé mi celular para apagarlo, tenía todo el día recibiendo mensajes y llamadas de el, pero me detuve al leer su último mensaje.

Estrellas | Natanael Cano  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora