XXXVII

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Natanael Cano

- Dame la mano - pedí mirando a Camila.

Ella negó con una sonrisa divertida.

- Hay gente, Nat.

- Si nomás está el Gabo - respondí señalándolo, quien carcajeó.

- No es el único aquí - replicó mirándome con una ceja alzada y el rubor en sus mejillas no pasó desapercibido.

- Si quieren cierro lo ojos - habló Gabito con tono burlón.

Camila rio negando con la cabeza.

- Ahorita vengo, iré a saludar - dijo antes de caminar hacia una pareja.

La seguí con la mirada con una sonrisa, se veía preciosa.

- Entonces... ¿tus suegros todavía no saben que son tus suegros? - preguntó Gabito cruzándose de brazos, aún con su expresión burlona.

- ¿Tú qué crees?

El rio sacudiendo la cabeza.

- Wey, ya fuiste a cenar con ellos...

Sonreí, recordando lo nervioso que estaba ese día.

"- Siento que vengo de mal tercio - habló Gabito mientras me veía fumar un cigarro.

- ¿Por qué, wey? Si también te invitaron a ti.

- Si, pero yo ni ando con la Cami.

- Cállate, Gabriel - le respondí soltando una risa nerviosa - no estás ayudando.

El soltó una carcajada recargándose en el auto.

- ¿Nerviosito, apa'?

Lo miré obvio mientras le daba otra calada al cigarro.

- No entiendo por qué, si estás a dos días de que te adopten si sigues metido en la casa de los Hastings.

Le lancé una mirada de advertencia, pero él solo se rio, disfrutando de mi incomodidad.

- ¿Qué crees que diga Richard?

- Que te calles a la verga, Gabo - dije mientras apagaba el cigarro.

- Ya, wey - habló entre risas - si supieran todo lo que haces con su hija ya te hubieran corrido de aquí hace rato.

Le di un codazo y negué con la cabeza, aunque no pude evitar reírme.

- Ya vamos - murmuré comenzando a caminar.

La puerta se abrió, mostrando a Camila, quien nos saludó igual o más nerviosa que yo.

- Ahorita bajan mis papás, iré a ponerlas en agua - dijo Camila caminando hacia la cocina con las flores que trajimos en mano.

La seguí, aprovechando que a Gabito le había entrado una llamada.

- ¿Y mi hijo? - pregunté mientras la veía llenar el florero.

- No digas eso, Nat - murmuró acomodando las flores.

- ¿Por qué no? - repliqué con el ceño fruncido - es mi hijo.

- Te van a escuchar mis papás, Natanael - respondió girándose hacia mi cruzándose de brazos.

- ¿Y qué tiene? - insistí con una sonrisa divertida.

- Pues que no somos...

- No, chula - la interrumpí tomando su rostro entre mis manos y dándole un beso rápido - no pienses en eso.

Estrellas | Natanael Cano  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora