XIX

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Camila Hastings

- Entonces, ¿qué querías decirme? - hablé acariciando a Papito, que estaba en mi regazo.

El se quedó un momento en silencio y eso solo hizo que mis ansias crecieran. Desde que pasó por mí a mi casa ha estado raro, inquieto o tal vez nervioso. 

- Nata - insistí suavemente, esperando que me mirara.

Finalmente levantó la vista y soltó un suspiro pesado.

- No quiero que te enojes - dijo al fin, pero el tono de su voz solo encendió una alarma en mi cabeza.

- ¿Por qué me enojaría? - pregunté, aunque no estaba segura de querer saber la respuesta.

El se pasó una mano por el cabello, como si estuviera buscando las palabras correctas.

- Mira, Cami, yo... estoy muy bien contigo. Me gusta estar contigo, muchísimo. Pero... - se detuvo y me observó, como si evaluara mi reacción.

- ¿Pero qué, Natanael? - insistí, y mi voz sonó más seria de lo que esperaba.

Suspiró de nuevo y desvió la mirada por un momento.

- Tu... sabes cómo es mi vida, ¿no? - habló en voz baja, volviendo a mirarme con una inseguridad que rara vez le veía.

Fruncí el ceño, sin entender del todo hacia dónde quería llegar.

- ¿Tú vida?

Natanael se inclinó un poco hacia delante, apoyando los codos en las rodillas y frotándose las manos.

- Si, Cami - murmuró - mi estilo de vida.

Mis dedos dejaron de moverse sobre Papito. Sus palabras no solo me confundían, sino que empezaban a generar una punzada de incomodidad en el pecho.

- No te entiendo.

Se enderezó de nuevo, mirándome con atención. Relamió sus labios antes de responder.

- No puedo darte algo... - comenzó, su voz sonando cada vez más insegura - no puedo darte algo formal.

Dijo QUÉ?

Sus palabras se sintieron como un balde de agua fría. Lo miré en silencio, tratando de procesar lo que acababa de decir.

- ¿A qué te refieres con "algo formal"? - pregunté finalmente, mi voz más baja de lo que pretendía.

Natanael soltó un suspiro pesado y volvió a frotarse las manos.

- Algo exclusivo.

Parpadeé, aturdida, como si no hubiera escuchado bien, pero si lo hice, fuerte y claro. Esas dos palabras se repitieron en mi cabeza más de lo que quisiera admitir.

Chingas a tu madre
A qué hora me dice que es una de sus bromas?

Negué con la cabeza, riendo sin ganas, aún incrédula.

Estrellas | Natanael Cano  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora