92-. La pesadilla comienza

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Zayn

Perdí la cuenta del número de besos que repartí por todo su rostro. Que Violett aceptara lo que yo encarecidamente le pedía me llenó de asombro. Estaba siendo injusto con ella, días antes le había asegurado que en nuestra relación sólo seríamos ella y yo, había comprendido que Violett no se encontraba lista para una responsabilidad tan grande como la que yo quería y buscaba adquirir; sin embargo, tuve que olvidarme por un instante de todo aquello que había aprendido y tragarme mis palabras, lo único que sabía es que Iker no podía permanecer un día más en el orfanato y si estaba en mis manos materializar aquello entonces tomaría cartas en el asunto.

—Señor Malik —escuché una voz femenina del otro lado de la puerta llamando por mí—, ¿está listo? Me han enviado por usted.

Terminé de besar a Violett una última vez, con toques suaves y dulces, yendo pasional y un tanto áspero mientras nos acercábamos al ocaso.

—Sí, dame un minuto —respondí tras recobrar la respiración. Repasé con la mirada el exquisito rostro frente al mío, acariciando con los pulgares el tierno color escarlata que se instalaba en sus tersas mejillas. Mi atención descendió sólo un poco, hasta sus labios, aquellos que Violett mordía en un intento por reprimir una sonrisa. No pude evitar soltar una ligera carcajada—. ¡Vamos! —pronuncié con una sonrisa. Mi mano reposaba frente a ella, añorante de poder ayudarla a levantarse.

—¿A dónde vamos? —en su cara se instalaba de nueva cuenta la confusión, ésta parecía ser su única expresión desde nuestra llegada a Madrid, supongo que fue mi culpa, no contemplé el problema de comunicación que se suscitaría al confrontar dos lenguas completamente diferentes.

—Quiero ver como sigue Iker, presentarlos y darle la noticia —finalicé abriendo la puerta de la habitación.

Allí afuera, una novicia esperaba con su rostro tornándose carmesí, alcanzando la tonalidad albergada en las mejillas de Violett. Conocía las reglas de este lugar, sabía a que obedecían esas reacciones de bochorno en ambas mujeres.

El orfanato al ser dirigido por monjas se prohibía prácticamente el ingreso de hombres ajenos a la institución y aún más clandestino resultaba que un hombre y una mujer se encontraran solos en una misma habitación, confiaba en que la futura monja no dijera nada.

—Si-siguanme —murmuró con la cabeza gacha mientras tomaba la delantera.

Tras varios minutos ingresamos a una nueva habitación, en esta podían apreciarse ocho camas pero sólo una de ellas era ocupada en el momento. Con paso firme me acerqué hasta Iker, apretando inconscientemente la mandíbula. Un milagro, eso era lo único que podía explicar el que Iker no pereciera a causa del incidente.

—Hola —saludé, deteniéndome al costado de la cama—. ¿Cómo te sientes?

—Bien —respondió, sonriendo débilmente—. ¿Cómo estás tú?

La pregunta me tomó por sorpresa, él era lo único que importaba ahora, no yo.

—Bien —susurré.

—Hmm —aquel sonido me hizo saber que Iker no había creído mi respuesta—. ¿Porqué tus ojos están rojos?

—Al ducharme debió entrarme jabón a los ojos, eso es todo —aseguré, sonriendo como él lo hizo al inicio.

Su mirada dejó de enfocarme, moviéndose hacia un punto detrás de mí, no me resultó difícil imaginar quien había sido la responsable de acaparar su atención.

—¿Quien es ella?

Sonreí.

—¿Recuerdas la última vez que estuve aquí? —asintió un par de veces—. Entonces debes recordar sobre el ángel del que te hablé.

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