98-. Cuando gritar no es suficiente

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No importa lo mal que parezcan las cosas, continua adelante. Te lo aseguro, todo mejora al final.

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Después de ver a Zayn marcharse, únicamente me bastaron unos cuantos minutos para aclarar mis ideas y decidir cuales serían mis siguientes pasos. Abandoné el departamento y con muy poco asombro descubrí que Zayn me había dejado bajo el cuidado de sus guardaespaldas, ésta era una acción predecible de su parte. La paranoia lo estaba sobrepasando y yo bien sabía que Zayn no me permitiría andar por ahí y mucho menos sola, pero tampoco es como si necesitara su permiso.

Me encontraba a escasos metros de ingresar al ascensor cuando me vi en la necesidad de detenerme abruptamente en el pasillo, encarando a aquellos dos hombres.

—Necesito privacidad —expliqué intentando sonar cortes, algo realmente difícil teniendo en cuenta que gritar era lo único que me apetecía hacer en el instante.

—Tenemos órdenes expresas de no quitarle los ojos de encima —respondió Preston sin inmutación alguna.

Asentí comprensivamente. Ellos tenían sus órdenes y un trabajo que cumplir, y yo mis necesidades y por lo que veía ninguno de nosotros pensaba ceder.

—Escuchen... —relajé los hombros. No era con ellos con quien debía desquitarme—. No saldré del edificio, simplemente iré al piso de abajo.

Esperé un par de segundos en mi lugar y al no escuchar objeción alguna a mis palabras ingresé finalmente al ascensor. Allí adentro no hacía más que sentirme victoriosa y el sentimiento iba en aumento mientras observaba como las puertas metálicas se cerraban lentamente, poco a poco y como ninguno de mis guardaespaldas ejecutaba maniobra alguna para evitarlo.

Lastimosamente la sensación de triunfo duró menos de lo esperado, solo los minutos justos que tardó el ascensor en abrir nuevamente sus puertas. Ahí, resguardando la entrada de mi departamento se encontraban las personas que creí haber dejado arriba. Meneé la cabeza en desaprobación ante sus acciones, y aún más ante mi ingenuidad. Me sorprendía a mí misma lo ilusa que podía llegar a ser, únicamente yo podía ser tan crédula como para pensar que mis ordenes serían acatadas aun cuando se contraponían a los decretos de Zayn, el dueño y señor del mundo entero.

Sin decir nada y evadiendo a los dos pilares de carne y hueso que se interponían en mi camino, traspasé el cordón amarillo situado a las afueras de mi departamento, desobedeciendo así la cordial invitación hecha por los oficiales de policía, quienes no buscaban otra cosa más que mantenerme alejada de la escena. Y quizás eso habría sido lo idóneo, o por lo menos es lo que me repetía mientras contemplaba los restos de lo que hasta hace unas noches era mi hogar.

En algún punto de mi larga estadía en el apartamento, mis piernas empezaron a actuar por sí solas, conduciéndome hasta el único lugar que me faltaba por visitar, y cuyo momento estuve postergando, pues conocía cuales serían las consecuencias que mis pasos por aquella habitación acarrearían; una vez dentro no podría seguir mintiéndome. Ya no habría marcha atrás.

Y así fue como las pretensiones se terminaron. Fue así como terminé desnuda, en el sentido más puro de la palabra, refiriéndome a algo más que a la carencia de prendas sobre el cuerpo, yo hablaba sobre la desnudez del alma, aquella que únicamente se alcanza con el desprendimiento de cualquier represión.

My Favorite NeighborDonde viven las historias. Descúbrelo ahora