Capítulo 8

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Lágrimas comenzaron a derramarse una vez más por mi rostro. La recepcionista lo notó y se acercó.

—¿Qué sucede cielo? – preguntó alarmada.

—Mi abuela... – balbuceé – falleció.

Señalé con el dedo la foto de ella y fue cuando la cara de la empleada volvió a tornar la misma expresión de antes.

—¿La señora Fer? – preguntó ablandecida por un tono nostálgico.

—Así le decía mi madre. ¿La conoció? – pregunté sorprendida.

—Por supuesto, ella era muy querida en el pueblo. Era una abogada importante – suspiró sonriendo.

—¿En serio? – no lo podía creer.

—Claro.

Tenía tanto dolor y confusión. Bien, Fer había fallecido, y para colmo, había vuelto a Loja en vano. Carla, la recepcionista, no dejaba de preguntarme acerca de mí. Finalmente me decidí y le conté la misma historia que la noche anterior le había contado a Christopher.

—_____, ¿No has pensado que tu abuela puede haber dejado una herencia? – preguntó de repente Carla – No quiero sonar entrometida, pero no era un secreto que Fer era la abogada mejor pagada de Loja.

—No lo sé, ¿Cómo puedo averiguarlo?

—Pues debes ir al banco, con documentos o pruebas de que tú eres su nieta, y te dejarán revisar la bóveda con sus cosas – respondió.

Y así lo hice, después de agradecerle y pedirle indicaciones de como llegar, me dirigí al banco. Al llegar, hablé con la cajera, quien me pidió los documentos de identidad, identificación y toda mi maldita historia. Luego de una condenada hora, se dignaron a dejarme pasar. Yo tenía dos apellidos, el paterno y materno. Entré a un salón realmente elegante, y se acercó un hombre de aspecto jovial. Me entregó una especie de caja de plata. Con una mirada me incitó a que la abra. Estaba nerviosa, nuevamente allí estaba a punto de descubrir mi futuro. Decidida abrí la caja.

{Narra Christopher}

—¿Señor Vélez? – repitió algo molesto el profesor Bennet.

—¿Sí? – pregunté algo desorientado.

—¿Qué sucede? Ha estado toda la hora distraído. Le agradecería si presta un poco más de atención a la clase. Es su carrera de la que estamos hablando – me reprochó.

—Bien – respondí cortante.

No podía dejar de pensar en _____. ¿Qué estaría haciendo ahora? Ya habían pasado dos horas desde que la había dejado en la municipalidad. ¿Volvería a casa? ¿Y si tomaba sus cosas y se iba sin despedirse? "¡Ya basta Christopher! Deja de torturarte y presta atención a la clase". La clase de derecho transcurrió lenta y aburridamente al igual que el día. Al salir de la universidad, me dirigía al campus cuando la ví. _____ estaba apoyada con una malteada sobre el capó de mi auto.

—¿Qué haces aquí? – pregunté con una sonrisa.

—Es una larga historia, así que toma – me entregó otra malteada y nos subimos al auto.

—¿Y bien? – reiteré curioso una vez dentro del coche. Ella estaba seria.

—Mi abuela falleció hace unos cuantos años – dijo frunciendo el ceño.

—Oh, cuanto lo siento _____, en ser... – me interrumpió.

—Ya sé que lo sientes, y yo también estoy mal. ¿Pero qué puedo hacer? Me han pasado demasiadas cosas malas en la vida. Debo dejar esto atrás y superarlo como lo he hecho con el resto – me paralicé – Bien...  Mi abuela dejó una herencia de medio millón de dólares en mi nombre.

Enamorada de un Mujeriego | Christopher VélezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora