Capítulo 130

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{Narras }

Entré intentando no hacer demasiado ruido. No había nada fuera de lo normal que llamase mi atención.

Era domingo, era más que obvio que Joel no trabajaría.

Aunque tranquilamente podría haberse ido de allí, estaba segura que no me equivocaba al presentir que él estaba en la casa.

Cualquier atisbo de inseguridad se esfumó cuando lo encontré acostado en el sillón del living. Estaba profundamente dormido, aunque con el ceño fruncido. Su cabello algo alborotado y el rostro pálido.

Una manta azul oscuro lo cubría hasta su cintura, dejando a la vista su irresistible abdomen desnudo.

Unas cuantas botellas de alguna extraña bebida alcohólica se esparcían por la pequeña mesa.

Me sentí fatal.

Él se había embriagado por mi culpa.

Dejé mi bolso en el piso de camino a la cocina, y me dispuse a preparar café. Presentía la gran resaca que le esperaba a Joel.

Mientras esperaba a que se terminara de hacer el café, el sonido de algo vibrante llamó mi atención. Agudicé el oído y miré furtivamente la cocina buscando al lugar de donde provenía.

Sobre la mesada, el celular de Joel titilaba la pantalla en advertencia de un mensaje entrante. Y otra vez me encontraba en la misma situación de antes.

"¿Edwin de nuevo?", se burló mi inseguridad.

"La curiosidad mató al gato", advirtió la parte decente de mi cerebro.

Mi lucha interna no duró mucho, ya que el ruido de la cafetera me despejó de cavilaciones. Llené dos tazas de café y las puse sobre una bandeja.

Ignorando la fuerte curiosidad que me provocaba el mensaje en el celular de Joel, caminé de nuevo al living, con la bandeja en las manos.

La dejé sobre la mesita, y me arrodillé al lado del sofá, observando a mi novio.

"¿Por qué me haces las cosas tan difíciles?", pensé mientras una fila de imágenes cruzaba por mi cerebro.

Todo lo que habíamos pasado juntos, ¿Ya no valía nada?

Toqué su mejilla y luego deslicé la mano con delicadeza hasta su cuello. El débil sonido de mis pulseras de oro chocándose al mover mi muñeca me asustó. Otra vez quedaba expuesto a mis ojos, aquel maldito tatuaje. Era como si fuese a propósito. Jamás podría pasar un segundo sin pensar en Christopher con su nombre grabado a tinta sobre mi piel.

Me estiré las mangas de la blusa cubriendo casi hasta los nudillos.

—Estás aquí – musitó Joel con voz ronca, sorprendiéndome.

¿En qué momento había despertado?

—Lo lamento – fue lo único que pude decir antes de que él me abrazara aún acostado.

Apoyé la cabeza contra su pecho y el afianzó sus brazos a mi espalda.

—No tienes que lamentarlo, fui un idiota, _____. Perdóname por tratarte así – dijo en mi oído con tono suplicante.

Me aparté con delicadeza y él se sentó. Con un brazo, me atrajo a su regazo, de modo que quedé sentada en sus piernas.

Me miró fijamente con aquellos ojos oscuros que me hacían suspirar. No me permitió desviar la mirada ni por un segundo.

Lo observé intentando ocultar lo que sabía que mis ojos reflejaban.

Culpa.

—Debo decirte algo – casi balbuceé con nerviosismo.

Él espero, paciente y sereno.

—Yo no... – empecé – Estoy...

Me ví interrumpida por el fogoso beso que me plantó Joel en la boca.

No era desagradable, pero sabía a alcohol. Su implacable necesidad me llenó el corazón y provocó que salieran lágrimas a borbotones de mis ojos.

Enamorada de un Mujeriego | Christopher VélezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora