Capítulo 86

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{Narras }

—¿A dónde vas? – preguntaron Johann y Christopher al unísono.

—Por un botiquín de emergencias.

Bien, en parte había dicho la verdad. Iría por el botiquín, pero me permitiría un pequeño vistazo a la recepción para cruzar una que otra palabra con el bastardo de Richard.

De repente me sentí mal. Ese sentimiento que tienes cuando algo que has planeado con tanto fervor, dedicación y entusiasmo es cruelmente arruinado. Solo la presencia de Richard podía echar a perder muchas cosas, no permitiría que el cumpleaños de mi novio sea una de ellas.

—Antes de que digas lo que sea... – comenzó el moreno cuando me acerqué.

Mantuve la calma.

—Vete.

—¿Qué?

—Ya has escuchado, vete o le diré a los guardias que te saquen de aquí.

Él enarcó una ceja sorprendido y soltó una carcajada burlona.

—Que sutil. Me agrada como te ves de mandona – puse los ojos en blanco – Nos vemos, _____. Disfrútala de la noche y ofrécele mis disculpas a tu novio – concluyó retirándose por la puerta principal.

Regresé a paso lento hacia el jardín, pero Christopher no estaba allí, tampoco Johann.

Suspiré. Con el botiquín de emergencias caminé a lo largo del gran camino que conducía al parque donde se escuchaba el delicioso y relajante ruido de un viejo jazz.

Sonreí sorprendida cuando llegué a la mesa, y el vídeo que Yenny había preparado para su hijo, comenzaba a reproducirse contra un panel blanco. Allí fue cuando me percaté de que él no estaba en nuestra mesa, sino en la de su madre, con ella en brazos. Sonreí. Por fin había logrado mi propósito de unirlos. Eso me ablandó algo en el corazón, y permitió que me aflojara un poco el estrés.

Empecé a reír cuando vergonzosas fotografías de Christopher empezaron a aparecer sobre el panel. Una dulce melodía de Ed Sheeran acompañaba el vídeo y creaba una atmósfera nostálgica.

Christopher en pañales, en su primer día en el kinder, fotos en vacaciones, en navidad, con amigos, en secundaria, su primer día en la universidad. Yenny se había lucido.

Me sorprendí cuando aparecieron algunas fotos conmigo, en mi cumpleaños, en casa de Sofía, ¿Cómo las habría conseguido su madre?

Inmediatamente me sonrojé cuando él volteó a verme en la oscuridad del parque y me sonrió.

Las luces volvieron a brillar y el vídeo acabó.

Todos estallaron en aplausos y Christopher abrazó a su madre dejando un tierno en su frente.

Luego se acercó y se arrodilló a mi lado. Incliné un poco la cabeza para poder verlo de cerca.

—Te amo – susurró sobre mi oído consciente de que todo el mundo nos miraba – Bésame.

Sonreí y dejé la vergüenza de lado. Sus labios se encontraron con los míos y sus manos se posaron en mis mejillas.

Escuché como la gente silbaba a nuestro alrededor y me sonrojé aún más.

El beso fue tierno, porque logré medir la intensidad.

Si fuera por mi castaño novio hubiéramos consumado el acto allí mismo en el suelo.

La velada transcurría de maravilla. Eran eso de las cuatro de la mañana pero la luz de la luna aún estaba presente.

Suspiré complacida en los brazos de Christopher mientras todo el mundo bailaba al compás de aquella suave y lenta música.

Me encargaría de agradecerle a Zabdiel su colaboración.

Apoyé mi cabeza sobre el pecho de Christopher y él estrechó sus manos en mi cadera.

Observé contenta como mi mejor amiga bailaba junto a Johann, realmente parecían enamorados.

Ella era el tipo de chica enérgica, risueña, y agradable que suele caerle bien a todo el mundo.

Él parecía un hombre tranquilo y fácil de adaptarse.

Sonreí. Ambos se complementaban.

—¿En qué piensas? – murmuró Christopher sobre mi cuello haciéndome erizar la piel.

—En... Sonará cursi – dije arrepintiéndome.

—Dime – me incitó él divertido.

—En que es totalmente cierto que los opuestos se atraen.

La sonrisa de Christopher se acentuó más.

—¿Alguna vez te he dicho que amo tus ojos? – le pregunté a la vez que me perdía en los mismos.

—No, pero es agradable escucharlo – soltó una breve carcajada – Espérame aquí un segundo – me pidió interrumpiendo nuestro baile.

—¿Me dejarás bailando sola? – fingí un puchero y él sonrió.

Me tomó de la mano y me guió hacia una de las mesas donde se encontraban Zabdiel, una chica a la que desconocía y Joel.

—Elisa, ¿Cómo estás? – preguntó Christopher con una sonrisa.

—Muy bien, gracias. Por cierto, feliz cumpleaños – le devolvió la sonrisa.

Elisa era realmente bonita. Ojos café, cabello castaño y piel ligeramente trigueña. No parecía tener grandes tributos delanteros pero apostaba a que sus piernas eran en delirio de muchos hombres. Como Zabdiel, que cómodamente la tenía sobre su regazo.

—Es un gusto, _____, soy Elisa – extendió su mano y la estreché.

—Un gusto – sonreí.

Al fin alguien que no parecía querer arrojarse descaradamente a los brazos de mi novio.

El simple hecho hizo que Elisa me agradara.

—¿Joel? – dijo Christopher atrayendo su atención – ¿Te importaría bailar con _____?

Lo miré fingiendo estar ofendida.

—¿Así de rápido me vendes? – pregunté divertida y todos rieron.

—Ven aquí – me acercó a él y me robó un beso fugaz que me dejó ardiendo la boca – Eres mía, y lo sabes – me dijo con nuestros cuerpos a una distancia poco prudente considerando que teníamos público.

Enamorada de un Mujeriego | Christopher VélezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora