126. El territorio de Minerva (3)

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Hoy fue un día largo, me duele el cuello, si Elizabeth estuviera aquí diría que es un dolor muscular causado por el estrés y estaría en lo cierto, será mejor sanarlo antes de que se vuelva más profundo y me ponga de mal humor.

O recuerde que algún día Alexis se casará.

– Eso fue una locura – dice el doctor Sebastián antes de dejarse caer en el otro asiento a mi lado – no quiero volver a repetirlo en el futuro cercano.

– Pienso lo mismo.

Ágata se quedó completamente dormida y sir Evans está recostado en el suelo junto a su cama.

Los dos me ayudaron mucho, sir Evans impidió que los pacientes que aún no estaban sanos escaparan, también sujetó a muchos de ellos para que dejaran de moverse y Ágata retiró cientos de flechas sin titubeos, fue increíble.

Nunca podré pagar la deuda que tengo con ellos.

Golpe, golpe.

Golpe, golpe.

Eso debió ser mi imaginación.

Si, fue mi imaginación, no creo en fantasmas, sucede que estoy cansada, fue un largo, extenuante y muy frustrante día, sanar personas sabiendo que irán de vuelta a la batalla.

Nunca había vivido un momento como este, se supone que sanamos a las personas para que estén a salvo, no para que se pongan en riesgo.

Golpe, golpe.

Golpe, golpe.

Si, es mi imaginación.

– Sanadora, su majestad la llamó, tiene que ir a sanarlo.

¿Qué?, la batalla terminó hace horas, justo en el ocaso y él me pide que vaya a sanarlo hasta ahora – ¿por qué no me llamó antes?

– No puedo saberlo.

No siento mis piernas al correr y lo único que escucho es el sonido de la suela de mis botas contra el piso de piedra.

Hay sangre sobre el suelo, Alexis está sentado y su brazo derecho está ensangrentado, también tiene un golpe en la cabeza y Barbara hace presión para que la sangre deje de salir.

Parte de la sangre ya está seca, se golpeó la cabeza y continúo sin buscar atención médica, el daño en su brazo es grave y lo golpearon en el pecho.

En todo este tiempo sanando soldados tercos y extrayendo flechas, ¿por qué no fuiste a buscarme?

– Marjory, estoy bien.

¡Deja de sonreír!, maldita sea, quiero golpearte – debiste llamarme antes, ¿qué estabas haciendo?, dijiste que estarías a salvo.

Detrás de mí se escucha la puerta cerrándose, Alexis se levanta y cubre mi frente con su mano – estoy bien.

*****

El brazo de Barbara dolió cuando su hermano tiró de ella para sacarla de la habitación.

– Déjame, es mi deber protegerlo, tengo que estar a su lado.

Richard Quiral empujó a su media hermana contra la pared – ¿crees que eres discreta?, cualquiera puede notar la forma en que la miras, o, la forma en que lo miras a él.

Barbara apretó los dientes.

– Mantén la cabeza fría antes de que provoques que te la corten.

*****

– No estoy molesta, estoy furiosa, estoy en un castillo frío con paredes de piedra, grietas por donde se cuela el viento, olor a humedad y paso el día completo sanando personas que volverán antes de que termine el día y lo único que tú tienes que hacer es mantenerte a salvo, ¿qué se supone que haré si te lastimas?

– Sanarme.

– No es divertido, no es gracioso y si sigues tomando tu vida como algo seguro juro que voy a irme.

Hay lágrimas en las esquinas de mis ojos, he visto heridas miles de veces, pero esta es la primera vez que la herida es de Alexis.

Sus dedos limpian mis mejillas.

– No me toques – retiro su mano – estoy molesta.

Enojada, furiosa y, bueno, no es como si él me debiera explicaciones, soy su sanadora, no parte de su familia, ni siquiera consideró pertinente decirme que ya tiene cuatro prometidas, es claro que solo soy su médico y estoy molesta porque mi paciente no sigue las indicaciones y vuelve más enfermo, siento rabia.

Sonríe – lo lamento, no quería preocuparte.

Termino de limpiar la sangre, las heridas ya fueron cerradas y su sangre repuesta, debería estar a salvo y listo para volver a herirse – esto es ridículo, no puedes salir y seguir arriesgando tu vida por una guerra tonta, Barbaros jamás tuvo conflictos con Tiara, no tiene sentido que le declararas la guerra, si fueras a casa estarías a salvo en lugar de estar aquí sangrando.

No sé qué hacer con este sentimiento atorado en mi pecho, ni siquiera yo entiendo cómo me siento.

– La guerra contra Barbaros, tengo que ganarla.

– ¿Por qué?

Camina hacia la mesa sin soltar mi mano, hay un mapa del continente, Barbaros y Undra al norte, Tiara y Aisna en la parte central y Serum al sur, la zona que conocemos como, ¡frontera!, es una formación de cuello de botella, en el centro está Undra, al norte Barbaros y al sur Tiara, sobre esa parte Alexis coloca sus manos y busca objetos para marcar con formas de pirámides.

– Aquí está la capital de Undra, cada año en la ceremonia de purificación la Santa fertiliza todo el continente – traza un círculo con su brazo – o así era en la época de la primera Santa, después de la muerte de Victoria Galvan el área de la ceremonia se redujo, dejó fuera a Serum y a la mitad de Barbaros y hace dieciséis años cuando murió la Santa Gabriela Terran, el área se redujo mucho más, actualmente abarca a Undra y a estas pequeñas regiones – traza otro círculo – entendemos que antes siempre hubo tres Santas y ahora solo hay una, pero Barbaros no lo tomó muy bien, su agricultura dependía por completo de la Santa y cuando sus cosechas se perdieron una parte de la población cabalgó al sur y arrasó con las aldeas robando y asesinando para obtener comida y recursos, los llaman, ¡mercenarios!

Además de las figuras con forma de pirámides, hay pequeñas figuras rojas con la apariencia de fichas de un juego, toma nueve de ellas y las coloca sobre el territorio de Tiara.

– Todas son aldeas de Tiara, para llegar hasta este punto solo hay dos formas, por agua en la costa de Aisna y por tierra a través de Undra, la primera opción es muy complicada, en esta formación rocosa el nivel del mar es bajo, los barcos encallan antes de cruzarlo y la otra forma, es gracias a un salvoconducto que Undra les facilitó por años. Los mercenarios dejan las aldeas de Undra intactas y toman todo lo que pueden de las aldeas en esta región de Tiara.

Debí saber que Alexis no comenzaría una guerra basado en un capricho o por un motivo poco razonable, lo que está haciendo es defender su territorio y a su gente.

Explica el por qué todos lo apoyan.

– Lo lamento.

– No es tu culpa y no tenías forma de saberlo.

Lo entiendo, pero eso no desaparece el sentimiento de ansiedad en mi corazón.


La petición de la mujer malvadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora