61. Baronesa Sigfred (4)

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El día está nublado y hay mucho silencio.

Nadie muere por una resaca, aunque el General se esforzó intentándolo, tiene grandes ojeras, la ropa desaliñada y una mirada apesadumbrada.

No lo quiero en mi lado de la mansión.

– Tenemos un contrato.

– ¿Le escribiste a Bela? – casi puedo escuchar la súplica en el tono de su voz.

– Lo hice, no pudo iluminarnos con su presencia, pero estoy segura que rezó mucho por usted, solo le tomó un día entero recuperarse – me burlo.

Me mira sin expresiones y se sienta en el sillón que está junto al escritorio, ese es el lugar de Casandra, le gusta sentarse lejos de la ventana, Ágata y Susana prefieren el otro lado en donde los rayos del sol las alcanzan.

– Esto debe hacerte muy feliz.

– Contrario a lo que imagina, no deseo volverme viuda – él cierra los ojos, no quiero que se quede dormido en mi estudio – General, aquello que no puede poseer, sería mejor dejarlo ir.

– ¿Tú lo harías?

Lo estoy haciendo – no es fácil, pero a la larga hará más fácil su vida y la mía.

¿Va a quedarse dormido en mi sillón?, ¿de qué sirve tener un acuerdo si él va a violarlo cada vez que se le dé la gana?

Los minutos pasan.

Se escucha un toque en la puerta, el mayordomo Mateo nos mira a ambos antes de anunciar – tienen visitas, el Duque y la Duquesa Bastián.

Un día tarde

Parte de nuestro acuerdo es que yo me quede al margen durante sus visitas, pero quiero verla.

– Tristán – casi grita al verlo y luego nota mi presencia y la ropa desarreglada del General – estaban juntos, ¿los interrumpí?

– No – se apresura a decir el General – fue – voltea a verme, esta vez no fue mi culpa, no le pedí que fuera a mi estudio ni que dejara su camisa desabrochada, soy inocente – fue una coincidencia.

Isabela se ve aliviada – supe que estabas enfermo, ¿es por la maldición? – toma sus manos.

– No, esto fue mi culpa, lamento haberte preocupado.

Isabela baja la mirada, la expresión del General es de tristeza por la ausencia de su contacto, ella niega con la cabeza – es culpa mía, fui yo quien los puso en peligro, si les sucediera algo, nunca me lo perdonaría.

Es curioso que se preocupe por ambos cuando está sujetando a mi marido mientras el suyo casi desfallece, su apariencia es mucho peor que el día de la boda, ¿es que nadie puede sanarlo?, ¿van a dejarlo morir?

– Marjory, lo lamento, por mi culpa.

– Mi marido se emborrachó, ¿cómo es eso tu culpa?

El General tose secamente – bebí más de lo que podía soportar, ya estoy mejor.

Isabela sonríe – me alegra escuchar eso.

El Duque Bastián tose con más fuerza.

La terquedad de mi prima es inaudita, solo porque se designó que la enfermedad de este hombre fue provocada por una maldición ella le niega su sanación, a este paso el Duque va a morir, mi prima será una viuda alegre y mi marido se casará con ella después de nuestro divorcio.

Tengo que hacer algo.

– Isabela, tú y el Duque pueden quedarse un poco más, los invitaremos a comer.

Ella me mira – ¿podemos?

Entonces yo soy la villana, sí solo estuviera el General, ella aceptaría su invitación sin dudarlo, pero ya que estoy aquí es obvio que estaré molesta e intentaré separarlos – por supuesto, te pedí que vinieras e hiciste todo el viaje sin importarte la salud de tu esposo, es lo menos que puedo hacer, General, podría acompañarlos.

Su mirada parece decir, ¡qué es lo que planeas!

Le aseguro General, no tengo más que buenas intenciones.

Ellos dejan la habitación y mi mano tropieza con la taza de té sobre la mesa mojando el saco del Duque Bastián – lo lamento, Ágata, podrías traerme un vaso con agua – atrapo el pañuelo antes de que el Duque pueda tomarlo, con sus fuerzas reducidas no puede detenerme, limpio la mancha en su brazo y su mano haciendo pequeños toques.

– Es suficiente con eso, el agua no estaba caliente, estoy – intenta decir que está bien, pero de nuevo tose.

Odié a este hombre, pensé en él como el villano que arrebató a Isabela y amenazó la vida del General.

¡Vaya broma!

Sus ojos parpadean cuando me mira.

– Iré a ver que el comedor esté listo, tome un poco de agua, le sentará mejor – me llevo el pañuelo oculto entre mis manos y salgo de la habitación.

La maldición del Duque Bastián es diferente, la del General entró hacia su corazón y la del Duque hacia su pulmón, no coincide con una maldición impuesta por la diosa, es como si los dos hubieran entrado en contacto con un objeto maldito desde el lado izquierdo y derecho.

Un objeto con una maldición muy leve.

Inofensivo si se trata a tiempo y mortal si se ignora, el problema con el Duque es que mi prima ha estado infundiendo su energía vital todos los días, pero en muy pequeñas cantidades, apenas es suficiente para cubrir los síntomas, no para sanarlo, explica que haya podido estar presente en la boda y que su estado se haya ido deteriorando.

Y mi prima ocupa su tiempo dando fiestas.

Ella debería saber que sus acciones lo llevarán a la muerte, ¿por qué lo hace?

Necesito abrir una ventana para respirar.

Después de mi divorcio tengo que alejarme de la iglesia, tengo un punto a mi favor, estoy marcada como una sanadora sin el don de sanar, a nadie le importará si un día hago mis maletas y me mudo a un sitio donde nadie pueda encontrarme.

– Te ves muy pensativa.

No me di cuenta de en qué momento ella se acercó tanto.

– Si te sientes enferma, podría sanarte.

Eso es literalmente lo último que quiero en esta vida – me siento bien, solo me tomé un minuto para mirar el jardín.

– Arturo dice que se siente mejor, creo que la diosa Ameritia finalmente me ha perdonado – junta sus manos – tú, ¿de verdad estás bien?, casi no podemos vernos – se coloca a mi lado y mira el jardín – recortaste las rosas y sembraste flores más cerca del kiosco.

– Supongo que debes saberlo, estuviste muchas veces aquí antes.

Sus ojos se abren y desvía la mirada, esa culpa en su rostro no es por su relación con esta casa, es porque yo me enteré.

– Escuche que diste una fiesta.

– Si, Tristán me ayudó mucho con los arreglos – se ve feliz de que yo cambiara el tema – te extrañe mucho.

– La próxima vez envía una invitación, no dejes mensajes con mi marido.

– No quería molestarte.

Si el General estuviera aquí, diría que la estoy atormentando.

Esto es extraño.

¿Desde cuándo soy más alta que ella?

Mirándola más de cerca me parece que estoy viendo a una niña risueña y alegre, una niña a la que quiero aplastar.

Mi dulce y hermosa prima, ¿cómo podría no odiarte?

La petición de la mujer malvadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora