116. Punto de quiebre (1)

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El clima era frío, la neblina hacía que la marcha fuera terriblemente lenta y las personas eran groseras.

Para la hija de un Duque tales eventos como el olor que emanaba de los establos o el barro que se acumulaba en los zapatos con distintos y muy aromáticos matices debía ser causa de humillación y vergüenza, pero Julieta Bastián tenía una gran sonrisa en el rostro.

– Por aquí, señorita.

Al indicarle el camino ella subió los escalones dando pequeños saltos y muy de prisa abrió la puerta de la sala en donde se encontraba un hombre alto con el cabello rubio y ojos de un azul muy claro.

– Excelencia – hizo una reverencia sin bajar la cabeza, el tipo de reverencia que indicaba respeto e igualdad.

– Hermana – Arturo Bastián quiso decirlo de mejor forma, pero era difícil admitir que envió lejos a su hermana y que la petición de reunirse lo tomó por sorpresa, él imaginó que pasaría un largo tiempo antes de que Julieta lo perdonara.

La joven cuyos ojos eran de un azul claro y que seguía sonriendo se quitó los guantes negros y se sentó en uno de los sillones con su vestido sencillo en un tono amarillo huevo – mi guardaespaldas me apostó a que los cerdos volarían antes de que aceptaras verme

– Eso es un poco cruel.

– ¿Lo es?

– Tuve una semana de mierda – en presencia de su hermana se tomaba el gusto de desquitar la rabia que sentía y dejar de cuidar sus palabras – si vas a recriminarme toma un número, ya tengo suficiente con el tío Ronald.

Julieta parpadeó – el tío te adora, soy yo la que le avergüenza, tendrías que hacer algo terriblemente dañino para el reino o cogerte una cabra para que él te recrimine.

– Creo que hice algo por el estilo.

La historia completa se sintió como un sueño, desde la reunión en el castillo, las exigencias del rey Diaval, el traslado de la Baronesa Sigfred, la petición de Bela y el resultado obvio en el campamento.

Julieta estalló de risa.

Viéndola ser tan feliz Arturo se recargó sobre el respaldo del sillón y se sintió más miserable.

– Sabía que había algo podrido en esa perra.

– Es de mi esposa de quien estás hablando, tu cuñada, la Santa del reino y futura madre de tus sobrinos.

– Si, claro, ¿si quiera estás seguro que la criatura es tuya?

– Ya es suficiente, te lo conté porque confío en ti, pero si vas a burlarte bien podemos ponerle fin a esta conversación.

Julieta alzó las manos en señal de rendición – lo entiendo, exageré un poco, ya me conoces, papá siempre dijo que lo mejor de mí era mi naturaleza honesta y que nadie me pisotearía en esta vida, excepto claro, mi hermano mayor.

– ¿Seguirás con eso?

– Un par de meses, pienso disfrutarlo lenta y deliciosamente – o eso quería, pero viendo la expresión apagada de su hermano sintió un poco de lástima – bien, haremos una tregua, ¿cuál es el plan?

Si existía un plan que pusiera todo en su lugar a Arturo le habría gustado saberlo, pero además de la idea de la Condesa Sheridan, no tenía otra cosa en mente – iremos al ducado, diremos que Bela se sentía mal por el embarazo y yo he estado recibiendo reportes extraños sobre una banda de criminales, puedo usarlo como excusa.

– ¿Y después?

– Aún no lo sé, la Condesa tiene razón en una cosa, la imagen de la Santa no puede verse empañada, si los habitantes del reino descubren que la única Santa actual fue maldecida y que no puede sanar, muchos perderán su fe y el templo será atacado, tenemos que mantener la imagen de una mujer perfecta.

La petición de la mujer malvadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora