67. Ceremonia (3)

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– ¿Qué es esto?

– Un jardín elevado – extiende su brazo para que yo lo sujete.

El jardín elevado al que hace mención está cubierto por mesas, adornos e invitados con vestimentas lujosas y desde un barandal es posible ver la develación de la estatua.

Una división dentro de los mismos nobles.

Un hombre anciano de cabello canoso y tintes rubios tose secamente.

– Es el Duque Blelial, tuvo un infarto hace un mes, el chico a su lado es su nieto, lo está entrenando para que se convierta en su heredero, solo tiene dieciséis años, parece un niño extraviado.

– Su nieto, ¿no su hija?

– Ella cedió los derechos.

Un hombre que estaba junto a Isabela también está aquí, vistiendo un uniforme militar y mirando por encima de su hombro.

– Comandante Ronald Bastián, tío del actual Duque y jefe de todo el ejército militar que hizo una pausa en sus deberes para asistir al evento.

¿Qué está haciendo?

– Princesa Lucía Anira, me parece que ya la conoces.

¿Por qué está haciendo esto?

– Ven, te presentaré.

– No – me aparto volviendo escalones abajo y apartándome de la vista de los invitados en el jardín elevado.

Primero habló de terminar con los rumores negativos que circulaban sobre mí, después se entrometió en mi matrimonio tratando de salvarlo y ahora me acompaña a un jardín del palacio validando mi posición como Baronesa.

La Marquesa dijo que el rey enviaría a una persona que se acercaría a mí, si era una mujer, debía convertirla en mi mejor amiga, si era un hombre, debía convertirlo en mi confidente.

Pero no él, no el hombre a quien mi abuela maldijo.

Si Ágata estuviera aquí, ella sabría qué aconsejarme y si fuera la Marquesa, iría a donde quisiera sin importarle quién intentara impedirlo.

Pero soy solo yo.

– Alteza, le agradezco sus intenciones, pero no hace falta, no estoy interesada en provocar una buena impresión ni aquí ni en el jardín público, le agradezco por su ayuda, pero la estatua fue develada, es un buen momento para irme.

– Si te vas ahora – su voz suena grave y autoritaria – cometerás un gran error.

– ¿Qué?, ¿qué quiere decir?

– Divorciarte no será tan fácil como imaginas. Existe una persona que no permitirá que te separes de Tristán y ni siquiera yo puedo detenerlo.

– No me importa quién sea, voy a divorciarme, nada podrá impedirlo.

Sonríe con orgullo al ver mi determinación – puedo ayudarte.

– Antes dijo que el fracaso de mi matrimonio se consideraba una tragedia.

– Es porque no quiero que te rindas, te ayudaré a iniciar los trámites y a ganarte la apreciación del rey, a cambio quiero que mantengas la mente abierta, conservar tu matrimonio todavía me parece el mejor resultado.

Me muerdo el labio.

Si lo escucho, podría tener beneficios, no quiero pensar que el General podría traicionarme y negarme el divorcio, por otro lado, todo esto podría ser una trampa.

Si es una mujer debo convertirla en mi mejor amiga y si es un hombre debo convertirlo en mi confidente.

– Deme una muestra de fe, dígame, ¿por qué la Santa Gabriela Terran lo maldijo? – lo digo en voz muy baja, todavía estamos en los escalones lejos de los invitados, pero alguien podría estar mirando en esta dirección.

La petición de la mujer malvadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora