40. Una boda digna de la hija de un Conde (1)

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Me estoy volviendo paranoica.

Susana y Casandra rara vez salen de la mansión, pero hoy se ofrecieron a ayudarnos a cortar las rosas antes de enviarlas a la florería, ellas me miran levemente mientras las tres fingimos que hacemos un trabajo decente.

Gracias a la diosa por el señor Rómulo o me quedaría sin tienda.

– Deberíamos ocupar todo ese lado y sembrar flores más pequeñas como margaritas o nube blanca – Ágata mira la extensión del jardín donde se encuentra el kiosco – respetando las mesas, por supuesto.

El lugar donde el General y Bela tuvieron esa cita.

– Si desaparecen entre las flores no lo lamentaré.

Hubo algunas risas.

Maurice eligió este mismo día para lavar la ropa y ya tropezó tres veces por lo que está relavando sábanas que ya estaban lavadas.

Quizá si estoy un poco paranoica.

Poniendo un poco más de atención, todas miran hacia un costado de la casa, pero nada hay ahí, la mayor cantidad de flores se encuentran en la parte trasera, tal vez si me muevo un poco

¡Oh!

¡Vaya!

Supongo que un día soleado es un buen momento para cortar leña usando un delgado trozo de tela a manera de sudadera y mostrando líneas de su bronceado.

Risa.

No puedo culparlas, a excepción de Sir Evans todos los otros hombres de la mansión tienen más de sesenta años, aunque me preocupa un poco, él es uno y ellas son tres, a menos que sean muy compartidas habrá dos corazones rotos en la mansión, si no es que tres.

Miraré en otra dirección.

– Está sudando mucho, alguna debería ofrecerle un pañuelo – dice Casandra sin una sola pizca de vergüenza.

– Definitivamente.

Las dos me miran esperando que yo envíe a una de ellas y las dos parecen muy entusiastas, sería incorrecto sí tuviera preferencia por alguna y tampoco me gustaría que dos hermanas se pelearan por un hombre bajo mi techo – Casandra llévale un poco de agua a Sir Evans, Susana, necesitará un pañuelo también.

– Si, señora.

Las dos corrieron de prisa y tiraron las rosas al suelo haciendo un desastre, Ágata suspira pesadamente y me mira apenada – señora, juro que tenían buenas recomendaciones.

Lo dice como si estuvieran haciendo algo incorrecto – está bien, no me molesta, me preocupa que Sir Evans sea quien se sienta incómodo.

– Claude está acostumbrado a esas cosas, en el castillo de la Marquesa había un grupo de chicas observándolo cada minuto del día, era muy popular.

– ¿Tiene novia?

– No.

– ¿Por qué no? – estoy siendo entrometida, Sir Evans debe estar demasiado ocupado con su trabajo o tal vez ya tiene a alguien en mente – si es demasiado

– Él no puede.

¿Qué es lo que no puede?

Ágata gira los ojos y se sienta para susurrarme – tiene que entender, Sir Evans es muy leal a la Marquesa y el año pasado hubo un predicamento, el esposo de una mujer con la que él tenía una relación apareció en la mansión e hizo un escándalo, estaba completamente ebrio o se habría dado cuenta de dónde estaba y cuando la Marquesa lo descubrió, le advirtió que no quería volver a ver ese tipo de situaciones, desde entonces se volvió célibe.

La petición de la mujer malvadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora