59. Baronesa Sigfred (2)

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Tal y como prometimos, el General y yo no nos hemos encontrado ni una sola vez desde nuestro acuerdo, cada quien atiende sus obligaciones y necesidades sin que el otro lo sepa.

Yo no pongo un solo dedo en sus negocios y propiedades y él me deja manejar y administrar la casa como mejor me plazca, él mantiene a sus preciados sirvientes lejos de mí y si alguno intenta colarse a mi lado son sacados a la fuerza.

En cierta forma es agradable, mi matrimonio marcha mejor cuando no tengo interacciones con mi marido.

*****

Ya han pasado varios días y comienzo a acostumbrarme a esta nueva rutina, excepto por una cosa.

– Señora la Duquesa Bastián está de visita.

– ¿Preguntó por mí?

El mayordomo me mira y niega con la cabeza antes de marcharse.

Es tarde para creer que mi prima tiene algo de vergüenza y me molesta que visite a mi esposo aparentando que a quién está buscando es a mí.

Es como si el mundo fuera distinto para ambas, ella puede dormir en la casa de un hombre soltero, planear el encuentro con un Duque joven, visitar a un hombre casado, y nadie la acusará ni perjudicará.

En cambio, yo me defiendo de una criada que intenta matarme y soy una mujer malvada a la que todos odian.

Solo porque ella es la Santa puede hacer lo que quiera y siempre será perfecto, incluso todos olvidan que su madre dio a luz fuera del matrimonio y que nadie sabe quién es su padre, si se tratara de cualquier otra mujer, sería burlada y tratada con dureza.

Si se tratara de mí, sería llamada ¡bastarda!, pero por ser ella, la tratan como si fuera la hija del Conde Sheridan y a mí, la verdadera hija, como si hubiera sido adoptada.

Solo porque es la Santa.

– Señora.

Si fuera una chica normal nadie estaría tratándola como un ángel caído del cielo sino como la verdadera clase de personas que es.

– Señora.

Una maldita

– ¡SEÑORA!

Ágata salta sobre mí y no entiendo porque lo hace hasta que siento el agua fría sobre mi brazo, el florero que estaba en la mesa se rompió dejando vidrios regados sobre la mesa, agua y flores.

– Ágata – hay sangre en su brazo – ¡por la diosa!, ¿cómo pasó?

Ella mira sus heridas y sonríe – estoy segura de que fue un accidente, estoy bien, señora.

No, no está bien, con cuidado buscó unas pinzas, con heridas como esas donde hay objetos, primero hay que retirarlos con mucho cuidado, después limpiar para que no haya riesgo de infección y al final, cerrar la herida, lo hago con mucho cuidado sin pensar en los documentos que se mojaron o en los pedazos de vidrio que siguen sobre la mesa.

Pensar que sería atacada en mi propia oficina, tengo que ser más cuidadosa.

– Ya estoy bien, no tiene que preocuparse.

– Tengo que hacerlo, te lastimaste por protegerme.

– Es mi trabajo.

La siento un poco renuente, por mi culpa se lastimó, no importa que pueda sanarla, lo puedo eliminar el dolor que sintió cuando fue herida, en verdad lamento todo esto.

Tengo que ser más dura con los sirvientes.

*****

– Señora, tiene una invitada, es la princesa Anira.

La petición de la mujer malvadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora