115. Matrimonios (3)

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– Fue increíble.

– El Barón fue muy delicado y, ¿notaron lo nervioso que estaba cuando dijo sus votos?

– Fue un momento tan dulce.

Jazmín siguió escuchando sin tener suficiente y buscó a la única de sus primas que no había dicho una sola palabra – Liz, me parece que ahora eres la única que no se ha casado.

– Estuviste vomitando muy seguido para que te quedara el vestido, rasgaste las paredes del estómago y deberías ir a ver a un dentista, el reflujo gástrico afecta el esmalte de los dientes.

Jazmín le soltó las manos – gracias por tu preocupación, pero creo que deberías apresurarte, no queremos que seas la única que no ha logrado casarse, quiero decir, hasta la más tímida de todas nosotras consiguió marido.

– Estaré bien – respondió Elizabeth encogiéndose de hombros y dejó la habitación.

Aprobó el examen de la Academia y acreditó siete años de trabajo de campo gracias al templo y a su hermano que le dio los comprobantes, lo que significaba que estaba a un año de conseguir su título de doctora.

¿Y alguien le preguntó?

No.

Porque no estaba casada.

Y eso la convertía en un completo fracaso, una de las pocas sanadoras de esa generación que no había logrado la gran hazaña de atrapar a un hombre.

Tampoco le gustaba que hablaran de esa forma de Marjory, cuando eran niñas corriendo entre pacientes ella siempre fue una de las más dedicadas, cuando sus primas se iban a descansar o a tomar el té, Marjory seguía. Lejos de ser visto como un fuerte sentido del deber, la trataban de boba.

Elizabeth no quería la aprobación de ese tipo de personas, no importaba que fueran parte de su familia o que pagaran el hábito de su padre por las apuestas.

Se tomó un minuto para ir al jardín y respirar aire puro escuchando el silencio.

De esa forma nadie la criticaría.

El silencio terminó con el sonido de pasos muy delgados sobre el césped, la persona que la siguió fue la princesa Lucia Anira – será peligroso que te quedes en este lado – sujetó su brazo – vamos, puedes quedarte conmigo.

– Gracias, pero no lo necesito, estoy del todo bien.

– Por supuesto, no lo dudo, pero solo para satisfacerme, puedes acompañarme, es más divertido cuando nadie se acerca a mi mesa.

Elizabeth respiró profundamente antes de sentarse en la mesa de la princesa Anira, al ser la boda en el jardín de la villa y no en un salón, cada mesa se encontraba a una distancia considerable y cada familia podía tener su privacidad mientras disfrutaban de la celebración.

– A nadie le importa lo que hagas, si no te casas eres una especie de paria, ¿qué les importa?, no somos tan cercanas como para que me miren con simpatía y sientan pena por mi inexistente vida sexual, hay otras cosas en la vida.

– Es así – dijo la princesa sin interrumpir.

– Y quiero decir, lo entiendo, tengo una obligación con el templo y debo tener hijos, pero lo haré en el momento en que lo decida, no porque a todos a mi alrededor les dio por poner una casa en cada puerto.

– ¿Poner qué?

– Es un asunto de familia, mi abuelo decía que había hombres que ponían casas en cada puerto, es otra forma de decir que dejaban hijos, sí, pensándolo bien no es el mejor comentario, sería más fácil si fueras parte de mi familia, como Marjory o Patrick.

La petición de la mujer malvadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora