77. Escape a la frontera (2)

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El sonido de los recipientes cayendo al suelo es molesto.

– Señorita, lo lamento mucho.

Rubí miró su abrigo dañado y lanzó una mirada aguda a la sirvienta que se cubrió el rostro.

– Fue un accidente.

Tristán levantó la vista – largo – refunfuñó.

– Si, lo siento mucho – lloró la joven.

– Está bien, tranquila, nada pasó – dijo Rubí con una gran y complaciente sonrisa.

Cinco minutos después alguien tocó la puerta.

– Pasa – respondió Tristán muy secamente.

La Condesa Celestina Claras de Mirra entró a la habitación y agachó la cabeza en una reverencia respetuosa – Barón Sigfred, quisiera disculparme en nombre de mi sirvienta.

El título de Condesa debía ser superior al de un Barón recién nombrado, pero era bien sabido que el Barón Sigfred contaba con el apoyo del hermano mayor del rey y no pasaría mucho tiempo para que su título fuera más fastuoso, ofenderlo era un riesgo muy grande.

Tristán miró a la condesa, era una mujer joven, pero también muy compuesta y respetuosa, disculpándose con personas a las que no conocía por el bien de su esposo. Un comportamiento como ese jamás podría esperarlo de Marjory.

– No es a mí a quien ofendiste, fue a mi mujer.

El corazón de Rubí latió con fuerza y miró a la Condesa sintiéndose muy superior a ella.

Celestina Claras de Mirra tragó saliva – lamento mucho lo sucedido, señora – completó después de una pausa.

Rubí fingió sorpresa – Condesa, solo soy una plebeya, por favor no se incline, este pequeño incidente no tiene importancia.

– Agradezco su comprensión, veré que su abrigo sea lavado y se lo traerán de vuelta.

– Y despide a la sirvienta – agregó Tristán sin dar espacio a negociaciones.

*****

Al dejar la habitación Celestina envió el abrigo a lavar y fue a la habitación que compartía con su esposo.

– Pareciera que viste un fantasma.

– Puede que lo hiciera – Celestina no era tan joven como aparentaba, tenía veintinueve años y lucir diez años más joven era uno de sus mejores atributos, todavía recordaba cuando era niña y el Duque Daigo visitó la mansión, ella era una pequeña sirvienta y seguiría siéndolo si el Conde Mirra no la hubiera embarazado – son iguales, ese Barón es tan grosero y obstinado como el Duque Daigo, y los dos tienen esos cortantes ojos azules.

– ¡Qué no te escuchen quejándote! – el Conde la abrazó.

– Es tan cruel, ¡debiste verlo!, llamando ¡su mujer!, a esa, a esa – señaló la dirección de la habitación que ocupaba – cuando el Duque Daigo dijo que les preparáramos habitaciones separadas pensé que eran conservadores, no pensé que ella dormiría por su lado y él dormiría con su amante, en nuestras sabanas, voy a quemarlas cuando se vayan, y no vas a detenerme – dijo enfurruñada.

Adrián Mirra sonrió por los comentarios de su esposa y la abrazó.

– No puedes aprender de él, no te lo perdonaré.

– Prometo que no lo haré.

En silencio, Celestina sintió un poco de lástima por la Baronesa Sigfred, le pareció tan hermosa, elegante y correcta, con una actitud madura y digna frente a la amante de su esposo, le pareció la imagen misma de la nobleza.

La petición de la mujer malvadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora