101. El embarazo debilita (1)

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Bela llevaba un hermoso vestido magenta con un abrigo blanco, la tela del abrigo era muy delgada, eso era porque, si fuera más grueso, las personas no podrían apreciar su figura y su imagen se dañaría.

Siendo la Santa, no podía lucir como una campesina cualquiera, debía verse elegante en cada momento.

La puerta se abrió.

– Mamá, ya estoy lista, ¿Arturo ya vino?

Bianca estaba cansada y con dolor de cabeza por todos los preparativos para ese viaje, pero frente a la risa honesta de su hija intentó componerse – sobre los anuncios del Duque, no creo que sea apropiado, usándote de esta manera no demuestra su amor, si hablas con él y yo hago algunos arreglos podemos cambiarlo.

– Mamá, basta, yo estuve de acuerdo, iremos al hospital, sanaré a todos los enfermos y todo estará bien.

Bianca sintió dolor en su pecho por lo que estaba a punto de hacer, tomó el brazo de su hija, retiró la manga liberando su antebrazo y pellizcó.

– ¡Ah!, eso dolió.

– Sánalo – dio la orden.

Bela miró la marca en su brazo y apretó los dientes – no soy buena con los moretones, soy mejor cuando se trata de heridas grandes, lo sabes.

– Lo sé, también sé que tienes problemas con pacientes con enfermedades infecciosas, quemaduras, huesos rotos o cualquier tipo de daño en la piel, eres mejor tratando dolores agudos.

Bela se sintió molesta – sé que me ha costado algo de trabajo, pero no es importante, siempre que pueda rezar esas personas podrán curarse, tú misma lo has dicho, cualquier cosa que desee puedo hacerla porque soy la Santa.

– No es suficiente con desearlo, si no puedes hacerlo.

– ¡Podré hacerlo! – gritó y apartó su mano acomodando su manga para ocultar la marca que ahora pintaba su piel – sé que puedo hacerlo.

Bianca no pudo entenderlo – jamás eres tan terca, ¿qué es lo que ocurre contigo?

Antes siempre escuchó los consejos de su madre, era la primera vez que se oponía tan fervientemente y la razón era simple, quería probarse a sí misma – no hay razón – se apartó para dejar la habitación y llegar al hospital.

– Bela, lo que sea que quieras probar no hay necesidad, lo que tienes que hacer es presentarte, rezar y dejar que las trillizas hagan su trabajo – quiso alcanzarla, pero le dolían las rodillas por el largo viaje – es lo mejor para todos.

Bela Sheridan estaba cansada de dejar que otros hicieran su trabajo.

– Pondrás en peligro la vida de tu hija – gritó Bianca y solo entonces Bela se detuvo.

– ¿Qué?

Bianca Silas vio un poco de esperanza – si te exiges demasiado, pondrás en peligro tu embarazo, no vale la pena.

Bela se llevó la mano al vientre – mi embarazo fue bendecido por la diosa Ameritia, no sabes lo que dices – sentenció y dejó la habitación.

El hombre que esperaba por ella lucía un traje de gala y junto a él se encontraba el otro hombre que prometió protegerla.

Sus escoltas.

Los dos hombres que la protegerían hasta la muerte, tenerlos a ambos la hacía sentir apreciada y sonrió efusivamente antes de correr, al hacerlo su zapato derecho se atoró en una grieta del terreno y ambos corrieron a sujetarla.

– ¿Estás bien? – preguntó el Duque Bastián.

– Estoy bien – respondió con una sonrisa – creo que algo está mal con mi zapato – levantó la falda de su vestido.

La petición de la mujer malvadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora