73. Embarazo (1)

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Perfume con fragancia floral, un vestido rojo que acentúa su figura, toques de rubor en la mejilla, delineador, sombras y ropa interior de encaje asomándose por fuera de su escote en un detalle que parece casual, pero que está cuidadosamente preparado.

Perfecta.

Pocas mujeres en el reino podían presumir de ser tan hermosas como Tatiana Felian y quienes lo asumían, era porque no eran conscientes de su propia imperfección.

Sonrió al espejo y lo levantó para guardarlo antes de bajar del carruaje con un abrigo sobre sus hombros que no cubría ni un poco de su escote, al subir los escalones con un sirviente sosteniendo la sombrilla notó las miradas que recibía, los hombres pensaban que eran buenos fingiendo sus miradas, pero eran tan obvios que la hacían reír.

– Señorita Felian, es muy grato verla de nuevo, cada vez que la veo visitar el templo me doy cuenta de que hay esperanza para esta generación.

Como lo pensó, los hombres creían que disfrazaban las miradas a su escote – supremo sacerdote, tomo mi educación con mucha seriedad, esta tarde, ¿me permitirá bajar a la biblioteca?, por favor – se inclinó hacia el frente y el supremo sacerdote tosió secamente.

– Claro que es el deber de un hombre de la iglesia guiar a los más jóvenes, si necesitas algo.

– ¡Ah!, buscaré a alguien que pueda guiarme, muchas gracias – se deshizo de la presencia del supremo sacerdote y fue directo a los escalones que bajaban hacia la biblioteca bajo el templo.

Ese lugar estaba prohibido a los visitantes, solo los sacerdotes y seminaristas tenían permitido.

Y por supuesto, mujeres hermosas.

Miró los uniformes, los hombres mayores, adultos, jóvenes y un mechón de cabello naranja apareció en el borde de un cuello alto, antes de llegar a ese punto se aseguró de que su escote fuera muy revelador, extendió la mano y tocó el hombro del joven que curiosamente, se veía más bajo que antes – disculpa, estoy buscando

Elizabeth giró sorprendida y se topó con una mujer muy elegantemente vestida y un gran busto.

Tatiana dudó por diez segundos hasta que un destello de lucidez la atrapó y sonrió – hola, mi nombre es Tatiana Felian, ¿me recuerdas?

Elizabeth se sujetó del gorro y bajó la cabeza – claro, tengo que irme ahora, sí necesitas algo

– Si necesito – dijo Tatiana y la sujetó del brazo – estoy buscando un libro, ¿me ayudarás como la última vez?

– ¡La última! – exclamó Elizabeth mirándola de cerca, de pronto dudó de la dedicación de su hermano al sacerdocio.

Tatiana tenía una gran sonrisa.

Fue durante la boda de la Santa, su padre la convenció de ir a la fiesta y recibió muchas ofertas para bailar, pensó que no era mala idea y que los nobles debían ser mejores bailarines que los hombres del marquesado de su padre.

Siempre era bueno probar cosas diferentes.

Lo que en verdad pasó, fue que terminó con un tobillo torcido y sentada en un sillón en un pasillo lejos de la fiesta, no pudo ver a las dos personas que la pisaron, pero estaba segura de que fueron dos mujeres – malditas – musitó – ¡ah! – y exhaló un gemido por el dolor.

Una sombra la cubrió y al levantar la vista vio a un chico delgado con un cabello muy naranja, era como ver una mata de zanahorias todas levantadas – no pedí servicio, déjame sola.

El desconocido se agachó, sujetó su pie y en lugar de tocarla inescrupulosamente como un pervertido, la curó.

Tatiana bajó la mirada sin comprender – ¿cómo hiciste eso?

La petición de la mujer malvadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora