79. Las exigencias del rey (1)

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Después de una tormenta que se instauró sobre la capital por varios días, finalmente el cielo se abrió y el clima volvió a ser caluroso, ese era un hermoso y cálido día.

Muy diferente del clima, la habitación era silenciosa y los rostros permanecieron cabizbajos.

Un sobre fue lanzado sobre la mesa.

¡Alexis Diaval!, rey de Tiara le declaró la guerra a Barbaros.

Todos sabían que el joven, inexperto y temerario rey cometería un error que los arrastraría a todos, pero esperaban que pasara más tiempo antes de que les estallara en el rostro.

Las manos del Conde Mercy se apretaron con fuerza, solo unos minutos atrás recibió la carta del Duque Daigo informándole que todo había salido bien con su viaje y se preparaba para dar las buenas noticias, no esperaba golpear su rostro con una gran y gruesa pared.

– No podemos negar nuestra alianza con Tiara.

– La Santa nos quitó esa oportunidad – dijo el Archiduque Samus Enebra y lanzó una mirada afilada al Duque Bastián – lo único que podemos hacer es unirnos al ejército de Tiara y asegurar su victoria.

El Duque Blelial tosió cubriendo su rostro con un pañuelo.

– No son las únicas exigencias del rey Diaval, quiere que le entreguemos un sanador para sus hombres – explicó el vocero real.

– ¡Un sanador!

Solo había dos hombres sanadores en esa generación, el primero era Patrick Silas que esa misma semana se recibió como sacerdote, por lo que ya no podía desempeñarse como sanador y el otro era Cristopher Terran, un joven cuya familia fue exiliada.

Uno de ellos tendría que ser traído y enviado a la frontera.

– El rey Diaval ya tiene a alguien en mente – el sobre fue abierto por el Archiduque Enebra y se expuso un nombre.

¡Baronesa Marjory Sheridan de Sigfred!

¡Una sanadora!, más importante, ¡una mujer!

En el pasado el templo permitió que sanadoras fueran elegidas como voluntarias para sanar a los heridos durante las batallas, la misma diosa Ameritia envió a su hija Bendición para aumentar el poder de los soldados y permitir que las guerras fueran más cortas.

Sin embargo, los resultados de esos experimentos fueron muy catastróficos, muchas de las sanadoras decidieron quedarse en los países donde sirvieron para casarse y tener hijos, provocando que el reino de Undra perdiera control sobre el linaje de Sanación, el destino de todas esas mujeres fue la muerte.

– Primero nos arrincona a una alianza, toma nuestros campamentos y exige a una sanadora.

El rey dudó.

– Intolerable.

– ¿Cómo sabemos que el rey no tiene otros planes con ella?

Los murmullos aumentaron y entre todos ellos el Archiduque alzó la voz – supremo sacerdote, usted conoce a todas las sanadoras de la generación solitaria, ¿qué clase de mujer es la baronesa Sigfred?

Todos los ojos voltearon a ver al supremo sacerdote cuya mandíbula se atoró mientras intentaba que las palabras se formaran – bueno, ella – comenzó a balbucear.

– Majestad, mil años de gloria – saludó el obispo Lean sabiendo que estaba interrumpiendo.

– Habla.

– Majestad, la señora Sigfred tuvo un revés en su poder de sanación, pero hasta hace cinco años puedo asegurar que fue una de nuestras mejores sanadoras, pupila de la difunta doctora Yuridia Terran, estudiante disciplinada y seguidora de las reglas.

– Muy diferente a los rumores – se escuchó.

Los rumores podían ser un poco antiguos y el Duque Daigo hizo un trabajo excelente haciendo que fueran olvidados, pero todavía existían, el Conde Mercy tragó saliva y se puso de pie muy levemente – Majestad, mil años de gloria – esperó a que se le cediera la palabra – en mi puesto eh escuchado al Duque Daigo mencionar que la baronesa Sigfred es una mujer muy dedicada y que los rumores en su contra son malintencionados, también escuché del mayordomo de la familia que muchos de los sirvientes de su mansión fueron sanados por ella, pongo mi reputación en favor de la baronesa Sigfred – una gota de sudor bajo por su frente sin saber si el Duque lo alabaría o lo repudiaría.

– Ahora que lo recuerdo – dudó el Archiduque Enebra – la baronesa fue llevada a la frontera, cerca de la ciudad de Grimilla, a dos horas del campamento de rey Diaval.

El Conde Mercy se sintió observado, si lo pensaba fríamente parecía que el Duque había llevado a la Baronesa a la frontera porque sabía de antemano que esa situación se presentaría, pero tal cosa era imposible, aunque desconocía los motivos del Duque, estaba seguro de que él jamás traicionaría al reino.

En silencio odió al rey de Tiara, de todos los campamentos disponibles y mejor localizados, él eligió el que estaba más cerca de la ciudad de Grimilla, no era muy diferente de maldecirlo.

– Majestad – apenas pudo completar esa palabra y su aportación fue nula.

– Majestad, si mi posición en la iglesia sirve de algo, la Baronesa tiene todo mi apoyo – dijo el obispo Lean aprovechando el silencio entre los balbuceos del Conde Mercy.

Tratándose de su cuñada Arturo Bastián fue el siguiente en hablar – mi esposa siempre habla amablemente de ella, si tiene la aprobación de la Santa también la mía.

El Archiduque Enebra comenzó a reír, el hombre que pasaba más tiempo en el extranjero que tomando su lugar en el consejo estaba siendo muy molesto, extendió las manos como una señal de rendición – si mi muy querido primo Bruno está de acuerdo, no hay mucho que pueda decir, es más fácil si comienzan a tomar medidas en lugar de perder el tiempo, mi cita quiere ir a la ópera.

Por mucho que quisieran seguir discutiendo, la decisión ya estaba tomada, lo que podían hacer era tomar medidas preventivas para evitar que la situación se saliera de control.

El rey dio su aprobación, en los siguientes días, la Baronesa Sigfred iría al campamento del rey Diaval.

Por la frente del supremo sacerdote bajaron pesadas gotas de sudor.

La petición de la mujer malvadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora