118. Marca prohibida (1)

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– Lo siento señora, no tienen noticias.

Han pasado ocho días y cada mañana dicen lo mismo, nadie sabe decirme si Alexis volverá pronto.

Si algo malo le hubiera pasado me enteraría de inmediato, quiero decir, es natural que busquen una sanadora si está enfermo y si los soldados supieran que su amado rey corre peligro se notaría en el campamento.

Tengo una ventana con vista a un gran espacio abierto por donde pasan las carretas con alimentos, los soldados entrenan y docenas de personas transitan.

Si algo hubiera pasado, lo sabría.

No hay forma de que me lo estén ocultado, ¿cierto?, no pueden hacerlo, sería ofensivo y molesto y estoy pensando en algo ridículo, él está bien.

Me prometió que volvería.

Su almohada ya no tiene su aroma, no debí quedarme dormida de su lado, ahora solo huele a rosas, ¡odio las rosas!

– Señora.

– No saldré de la habitación, puedes irte.

– Como ordene.

¡Lluvia!

¡Nueve días!

Exactamente, ¿de dónde salieron tantos regalos?

Había escuchado de pacientes que ofrecían regalos a los sanadores y está muy mal visto por el templo, por esa razón adquirimos la costumbre de sanar e irnos.

Si te quedas un momento y el paciente comienza a dar las gracias, se vuelve problemático, así que nos volvemos hipócritas, sanas y te levantas.

Y el amo de esa habilidad es mi primo Patrick, nadie es tan obtuso y desapegado como él.

Por el contrario, aquella que acepta miles de regalos es Isabela.

Creo que ahora estoy en el medio.

– Ágata, ¿debería preocuparme?

– Señora, los soldados se sienten muy agradecidos y son muy pequeñas cosas, la mayoría no pueden ir a Grimilla y le dan lo que pueden conseguir.

– Un soldado muy amable trajo un conejo por la mañana, ya está en el horno, no lo podemos regresar – grita Casandra.

¡Qué más da!

¡Diez días!

Ha estado lloviendo, todas las mañanas una delgada y constante lluvia ligera cubre la tierra y cuando arrecía, se escucha el sonido golpeando el techo.

Descubrimos dos goteras.

¡Once días!

*****

Despierto súbitamente, el sonido es tan fuerte que tengo que taparme los oídos, ni siquiera sabía que había un campanario, ¿por qué está sonando?

Afuera de mi habitación veo a Casandra y a Susana pelando papas, Ágata está entrando.

– Señora, el ejército volvió.

– ¡Alexis!

– La marcha es lenta, el joven Alexis debe estar bien.

¡Tengo que verlo!

Corro a la puerta y Ágata me bloque el paso – antes de que se vaya, debería revisar su peinado.

– No tengo tiempo.

– Estuvo lloviendo toda la noche, necesitará otras botas y quizá vuelva a llover, Susana.

Detrás de mí Susana tiene un sombrero en las manos.

La petición de la mujer malvadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora