24. Agua bendita (4)

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La piel de la Marquesa se ve más blanca y más tersa, siento que rejuveneció por lo menos quince años y se ve mucho más sonriente, comparado con ella el resto de los sirvientes se ven un poco preocupados.

También me siento un poco mal por el guardia que está a su lado, luego claro, veo la gigante sonrisa en su rostro y se me pasa la pena.

Entiendo a la Marquesa por elegir a un hombre leal como padre de su hijo en lugar de un noble que intentará ejercer sus derechos de crianza.

Es un día hermoso, no pensaré en eso.

Comemos en un kiosco nada pequeño en el medio del jardín con altos árboles y enredaderas con pequeñas flores blancas, el vestido que estoy usando es más rojo que mi cabello y encima tengo una blusa negra que resalta el tono de la falda corta, las botas son grandiosas y todo es de mi talla.

Siento que estoy tomando muchas ventajas de la Marquesa Morgana a cambio de media hora de trabajo, pero también me siento un poco afligida, la ayuda que tanto deseaba no vino de mi familia o de mi marido, sino de parte de una desconocida.

Hace que me sienta un poco infeliz.

– ¿Qué tan pronto sabré si estoy embarazada? – suena un poco ronca y tose secamente.

– Cuando terminen los tres días con gusto la revisaré.

Me sonríe con una advertencia escrita en el rostro, sí ella no está embarazada, yo perderé todo lo que he ganado.

Estoy bien, hay una sola cosa que se hacer bien en esta vida y esa es sanar personas, es de lo único de lo que tengo seguridad.

– Señora – el ama de llaves se inclina para darle un mensaje y la Marquesa me mira de forma reactiva.

– Eso fue rápido, Marjory ve adentro, Leticia encárgate.

¿Sucedió algo?, ¿por qué tengo que ir adentro?

No me dan tiempo para responder o terminar de comer y me llevan a una habitación con una chimenea.

– Por aquí, señora, el notario vendrá enseguida.

Notario, ¿para qué necesito un notario?

Debo tranquilizarme, no tengo razón para temer, la Marquesa no me abandonará hasta que su hijo nazca, tengo nueve meses de respaldo, ella me necesita.

Un hombre mayor sin un solo cabello en la cabeza y una barba impresionante que cubre todo su cuello entra en la habitación y hace una pequeña reverencia – buenas tardes, es un placer conocerla señora Sheridan, soy Ian Lionel, notario público – se presenta y se sienta.

Lo único que puedo hacer es sentarme mientras él saca una serie de documentos.

– Señora Sheridan, este es el contrato de matrimonio firmado por usted y notariado un día antes de su ceremonia religiosa con el señor Tristán Sigfred, ¿es esta su firma?

Reconozco el contrato – lo es.

– Muy bien – sigue revisando documentos – según los registros públicos, estas son las propiedades y pertenencias del señor Sigfred, por favor revíselo.

No es una lista muy grande, dos cuentas bancarias, una casa en el lago, cinco caballos, participación del cinco por ciento en la tienda Luna Creciente, un carruaje, la mansión de la familia Sigfred.

La mansión pertenecía al General, y me trataron como si fuera un perro.

– Señora – me llama la atención por la forma en la que estoy apretando las hojas.

– Lo lamento.

– No es necesario, por favor firme aquí.

Tomo la hoja para leerla, mis manos están temblando, tengo que sujetar mi mano para sujetar la pluma y firmar al calce.

– Aquí también.

Dejo de leer y firmo cada hoja que me da.

– Muy amable – acomoda las hojas – eso será todo, señora Sheridan ahora es copropietaria de la mansión Sigfred localizada junto al lago Rien, tiene derecho a retirar dinero de la cuenta mancomunada que usted y su esposo comparten y en ausencia de su esposo recibirá una participación por los negocios que él maneja, informaré a las tiendas para que le den un informe de los últimos dos meses, en cuanto a su casa, mientras muestre este documento, nadie puede echarla o esa persona irá a prisión.

– Como su esposa, ¿tengo estos derechos?

– Totalmente.

Ya no solo son mis manos, cada parte de mi cuerpo tiembla, de haberme quedado en la oscuridad seguiría comiendo las sobras de la familia Sigfred, caminando descalza y vistiendo ropa vieja sin saber que existía algo diferente.

– Me retiro, fue un placer conocerla, señora Sigfred.

Pensé que quería ese nombre, en realidad lo odio – Marjory Sheridan y es un placer haberlo conocido, señor Lionel.

Él me sonríe y se retira.

Con esto podré reclamar lo que me pertenece y si él General quiere quitármelo, tendrá que divorciarse.

– Señora Sheridan, tiene visitas – el ama de llaves me informa.

– ¿Qué visita?

– La Condesa Bianca Silas de Sheridan.

¡Mi madre!

¿Qué hace ella aquí?

Asustada, corro fuera de la habitación hasta el recibidor. Ahí está ella, no la he visto desde la ceremonia religiosa de mi boda más de mes y medio atrás, ella luce tan recta y elegante como siempre con un largo vestido café oscuro con mangas que caen de sus codos y un peinado alto igual al que Isabela usa.

– Mamá.

– Tuve que venir a verlo para creerlo, Marjory, abandonaste tu hogar, ¿en qué estabas pensando?

En que deseaba vivir.

– Por suerte hablé con la señora Sigfred y aceptó recibirte de vuelta, nos iremos ahora – camina hacia mí y yo retrocedo.

– No iré.

– ¿Qué has dicho?

– Dije que no iré.

Golpe.

Su mano sobre mi mejilla es un sentimiento muy conocido.

– Es el deber de una esposa quedarse junto a su marido.

– Entonces debería ir al frente.

Golpe.

– No te atrevas a responderme, vendrás conmigo y te pondrás de rodillas frente a la señora Sigfred por la grosería que has cometido.

– No lo haré – sí necesito gritar para ser escuchada, gritaré – el deber de una esposa es administrar y cuidar la casa de su marido y esa no lo es, mi casa está junto al lago Rien, iré ahí cuando la Marquesa me lo indique.

– ¿De qué estás hablando?

No quiero mostrar el documento, ella lo quitaría de mi mano y es la única copia que tengo – hablo de la mansión que el General compró, como esposa, eh sido descuidada, iré en cuanto pueda para hacerme cargo de la administración, no quiero decepcionar a mi marido.

Ella se burla – la casa que le compró a Bela, no tienes vergüenza.

Sabía de la casa y no me lo dijo, alto, dijo ¡la casa que le compró a Bela!

– No podrías administrar ni un establo, menos una casa, deja de humillarte.

– ¿Y de quién es la culpa?, Isabela y yo vivimos en la misma mansión, tenemos edades similares, los maestros que la educaron bien pudieron recibir una segunda estudiante, pero insististe en que no había dinero.

– Fue necesario, se hacen sacrificios por la familia.

– ¿Y qué hay de mí?, yo también soy la familia, madre, ¿qué sacrificios se hacen por mí?

La petición de la mujer malvadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora