52. Recomendación (2)

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– ¡Baronesa!, ¡BARONESA!, ¿qué se supone que voy a hacer ahora?, ¿y qué le pasa a ese Duque?, si quiere ser amable pudo enviarnos un florero como regalo de bodas, o aparecerse en la boda, juro que si hubiera enviado una piedra habría sido más que suficiente, ¿qué demonios acaba de pasar?

Necesito calmarme.

Ya había encontrado una forma de vida, no era precisamente la más sana considerando que literalmente había una serpiente mordiendo mi mano cada tres días, pero era una forma de vida honrada, ¿qué voy a hacer ahora?, ¿comenzar de nuevo?

¡Ni siquiera quiero ser una Baronesa!

Esto es ridículo, cuando era pequeña solía rezar porque el niño que conocí esa tarde pudiera volver a salvo a casa, ahora me gustaría haberlo maldecido, ¿cómo pudo ganarse el patrocinio de un Duque?

Me duelen los hombros y la cabeza por culpa del estrés.

– Señora, se sentirá mejor después de comer algo.

No tengo hambre – es solo un título nobiliario, ¿cierto?, y el más pequeño – muevo mis dedos mostrando la miniatura de título que ahora tengo – mi vida no tiene por qué cambiar, solo alarga mi nombre un poco, mi divorcio sigue en pie.

¿Cierto?

La puerta se abre de improviso y volteó de prisa – ¡alteza!

El Duque Bruno Daigo me mira amistosamente, se ve como un hombre muy anciano y encorvado que camina con un bastón, se acerca y me sujeta la barbilla sin razón.

– Marjory Sheridan, ¿cierto?

Asiento sin poder decir una palabra y él pasa sus dedos por mis mejillas. Sonríe de forma amable – seguramente te lo han dicho mucho, eres muy parecida a Gabriela.

¿Acaba de referirse a mi abuela por su nombre?

– Ella murió cuando era una niña, no la recuerdo.

– Es una lástima – me suelta finalmente.

Hay algo en el tono de su voz que me pone a la defensiva – ¿usted la conocía?

Se echa a reír – digamos que tuve el placer de conocerla y ella tuvo la desgracia de conocerme.

¡Es de la Santa de hace dos generaciones de quién está hablando!, no lo mataría ser respetuoso.

Acomoda su saco y se sienta de forma relajada – puedes sentarte, ya no soy joven y me torceré el cuello si tengo que mirarte hacia arriba.

Me siento en el sillón que está al frente para usar la mesa del centro como escudo.

– ¿Sabes?, cuando era joven, había el rumor de que tenía mujeres encerradas en una habitación – comienza a decir – fue un caso muy grave, los oficiales entraron a mi mansión, investigaron, y resultó que eran los maniquíes que mi esposa usaba para exhibir sus vestidos, alguien los vio por la ventana y se imaginó mujeres esclavizadas, fue una situación muy divertida cuando la miras en retrospectiva.

¿Se supone que debo reírme por eso?

Su expresión se mantiene amable – sobre los rumores que corren en tu nombre, entiendo que son malintencionados y puedes sentirte tranquila, haré que desaparezcan.

¿Es una broma?, ¡mis preciosos rumores!, ¡los va a desaparecer!

Esos rumores son una pared detrás de la cual puedo esconderme, ya nadie se para en el portón de mi puerta a dar problemas, los sirvientes dejaron de faltarme el respeto, tengo estabilidad emocional gracias a ellos y quiere quitármelos.

La petición de la mujer malvadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora