60. Baronesa Sigfred (3)

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– Con esto todos los documentos quedan finalizados, Duque Daigo, Barón Sigfred, fue un placer.

Tristán tomó la mano del abogado y miró los documentos que completaban el proceso, ahora era el dueño de varias propiedades, una de ellas estaba cerca de donde sirvió en el ejército y otra abarcaba un famoso jardín.

El Duque Daigo lo miró y suspiró – te vez muy pensativo, ¿cuáles son tus planes?

Tristán miró al hombre que inesperadamente lo patrocinó y quiso ser amable – me ocuparé de administrar las nuevas propiedades, también quiero regresar al ejército.

Siendo un hombre que viajó mucho, el Duque Daigo comprendía esa necesidad por irse – será un buen cambio para ti y para tu esposa, el viaje podría arreglar su matrimonio.

El viaje a las propiedades que ahora le pertenecían, además de conocer a los actuales administradores y las personas involucradas, su presencia serviría para reclamar propiedad sobre su herencia y era muy necesario que cumpliera con ese requisito. No podía negarse a ese viaje, lo que sí podía hacer, era evitar llevar a su esposa.

– Ella no irá – dijo contundentemente.

El Duque frunció el entrecejo – ella es tu esposa, tus subyugados en algún momento tendrán que conocerla y verla a tu lado le dará peso a tu matrimonio, no serán más de tres semanas y habrá personas a tu alrededor, te garantizo que ella no correrá peligro.

– No es por eso, señor, agradezco que quiera salvar mi matrimonio, pero no hay qué salvar, ella y yo nos divorciaremos después de tres años, ya lo acordamos.

Tristán dio un paso al frente y el Duque lo detuvo colocando su mano en el hombro – no puedes hacer eso.

Tristán no comprendió sus palabras – es legal, sí no tenemos hijos, en tres años puedo divorciarme de ella, sí le preocupa la división de activos, ya hicimos un acuerdo, ella no está enterada del resto de la herencia y lo mantendré oculto.

El Duque Daigo negó con la cabeza – no es por la herencia, es diferente, no puedes divorciarte.

Tristán frunció el entrecejo – ¿qué quiere decir?

– Como parte de tu título, el rey prohibió terminantemente tu divorcio.

Tristán sintió que el piso bajo sus pies se movía y perdió la fuerza para sostenerse, su divorcio ya era algo seguro en su mente, jamás imaginó que no podría hacerlo. Al contemplar la idea de estar casado con Marjory hasta el día de su muerte su rostro se volvió pálido – no lo entiendo, ¿por qué?

– No es algo que podamos discutir, todo lo que puedo decirte, es que no puedes divorciarte – sentenció el Duque Bruno Daigo, miró a Tristán desfallecer ante la idea de no poder divorciarse de su esposa y no pudo entenderlo – estoy seguro de que no todo es tan malo, como hombre nadie puede obligarte a amar a tu esposa, basta con que le des una vida digna, un hijo arreglaría el problema y la haría sentir querida. Tu odio hacia ella, no lo entiendo, solo llevan un par de meses de casados y ella se ha comportado bien y ha estado haciendo un gran esfuerzo para administrar la mansión, tal vez si te dieras el tiempo de conocerla, podrían ser amigos.

¿Amigos?

Amigo de la mujer que lo arruinó, Tristán se burló al pensar en esa posibilidad – Duque Daigo, le agradezco mucho lo que ha hecho y trataré de seguir sus consejos, pero en cuanto a mi esposa, le pido que no interfiera.

El Duque Daigo asintió, mirándolo dejar la habitación se recordó a sí mismo, su vida habría sido muy diferente si él se hubiera tomado el tiempo para entender a su esposa en lugar de convertir su matrimonio en una lucha por ver cuál de los dos hacía más miserable la vida del otro.

Suspiró apesadumbrado.

El destino de Tristán fue la misma taberna en la que semanas atrás se encontró por primera vez con el Duque Bruno Daigo, en esa ocasión no hubo murmullos que llegaran a sus oídos ni peleas callejeras, solo alcohol.

Mucho alcohol.

Más del que un hombre de su edad y peso pudiera soportar.

*****

– Señora – Susana se agitó por haber corrido y en el instante en que me ve, se detiene y respira ruidosamente – el señor, el señor volvió.

¿Qué tiene eso de raro?

– Lo trajeron, lo trajeron los oficiales, lo estaban arrastrando, no se movía.

¿Qué?

Desconozco la razón del porque mi esposo decidió ahogarse en alcohol y tampoco es algo que me interese, lo que me incomoda, es que su lado de la mansión es muy ruidoso, los sirvientes atraviesan los pasillos hasta mi lado y el día se vuelve insoportable.

Las sirvientas más jóvenes son las más escandalosas, la ama de llaves me mira de forma acusadora y si pudiera escuchar los pensamientos de su asistente, diría que el alcoholismo de mi esposo es culpa mía.

En esta casa solo falta que me culpen por la lluvia.

Al final de la tarde la señora Blanca se atreve a buscarme – el señor no se encuentra bien, tiene que ayudarlo.

– Soy su esposa, es lo que corresponde, Ágata, necesitaré papel y tinta, le enviaré una carta a Isabela para informarle de la enfermedad del General, eso hará que lo tenga en sus rezos.

La señora Blanca agranda los ojos – pero usted, ¿no va a sanarlo?

– Siempre lo olvidas, yo no puedo sanar.

Mi esposo ya tiene a su Santa, que la maldita lo salve.

La petición de la mujer malvadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora