127. El territorio de Minerva (4)

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Los sillones son poco cómodos, no hay posición en la que pueda recargarme, debe ser igual para él, razón por la cual me está usando de almohada – tus heridas fueron sanadas, debo volver a mi habitación.

– No me gusta tu habitación.

Es porque ya no tengo una casa, sino una habitación cerrada en la que dormimos cuatro mujeres – sí me quedo otra hora habré estado aquí hasta el amanecer.

– ¿Es tan malo?

No lo es.

– No lo parece, pero estamos muy cerca de ganar.

Sonrío – escucho a los soldados, ¿sabes?, hablan mucho cuando piensan que van a morir, sé que la batalla será más complicada cuando la comida se acabe y que no hay suficientes armas, el clima es otro problema, ellos no creen que puedas ganar.

– ¿Y tú?

Llegué aquí ciegamente y olvidé que había una guerra, por otro lado – pienso que debes tener un plan y que no lo compartirás conmigo.

Tiene un rato tomando mi mano mientras su cabeza está recargada sobre mis piernas.

– Tengo un plan, antes de mudarnos envíe exploradores a instalar sembradíos en el patio, pronto tendremos mucha comida.

– ¿Qué harás si no funciona?

Se levanta volteando la cabeza hacia mí – estás desconfiando mucho, tengo un truco infalible, dame dos días y tendremos más comida de la que podemos consumir, sabes que, si no estuviera seguro de ganar, nunca te habría sacado del campamento en Undra.

– Por muy confiado que te sientas, no me gusta que estés en peligro.

Su cabeza se ladea ligeramente – la persona por la que estás preocupada, ¿soy yo?

– Eres tú quien va a pelear, yo me quedo en un lugar más seguro, el mayor peligro que corro es que uno de los pacientes tenga una convulsión y me golpee, o que alguien vomite y yo resbale, aunque también podría ser secuestrada por un fantasma.

– Tus días deben ser muy divertidos.

No, de hecho, son muy agotadores.

Se levanta y va al escritorio por una caja negra que pone en mis manos.

– ¡Esto es...!

– Una tiara, es menos lujosa, pero pensé que podrías usarla todos los días, ¿te gusta?

Abro la caja, la tiara tiene un dije con la forma de una flor abierta, es pequeña y la cadena es delgada – ¿quieres que la use todos los días?

Él asiente.

Es muy linda, y el peso es ligero, si me acostumbro podría olvidar que la estoy usando, pero – es demasiado.

– Es para que los soldados te vean más como una persona de Tiara, y no como una extranjera.

- ¡Todavía me consideran una extranjera!, llevo aquí casi dos meses, he sanado a muchas personas, los he visto escupir delante de mí y maldecir a la diosa sin pensar en mi presencia, pensé que ya estaban acostumbrados a verme, hasta me dieron un apodo.

¡Pensé demasiado bien de mí!

Supongo que no puedo cambiar mi nacionalidad, pero en verdad creí que ya me habían tomado como una aliada.

Sus manos me sujetan los hombros – no es lo que quise decir, todos te aprecian, te protegerían de lo que fuera, esto es, esto es – lo está pensando muy seriamente – esto es por tu cabello.

La petición de la mujer malvadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora