120. Marca prohibida (3)

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Vamos a su estudio en lugar de ir a mi casa.

Esta vez no voy a dejar que cambie el tema, seré yo quien hable al respecto y le dejaré muy en claro que no puede besarme cada vez que quiera hacerlo, no es correcto.

Punto.

No voy a cambiar de opinión.

– Antes de irme recibí la noticia de que Bela Sheridan visitó el campamento de Undra.

¡Isabela!

– No es posible.

– Estoy muy seguro, estuve ocupado esa semana y no pude decírtelo, parece que también viajó la Condesa Sheridan, el Duque Bastián y otras sanadoras.

¡Mi madre!

Tiene un poco de sentido, Bela nunca estuvo sola, siempre nos llamaban para acompañarla y en los últimos años se concentró en las misas, tiene sentido que ella viajara con ella.

– ¿Te molesta?

– No, estoy bien.

– La razón por la que te lo estoy diciendo, es porque ella estaba en el campamento cuando el Marqués Oslo nos visitó. Significa que, estando la Santa, él decidió conducir hasta acá para que tú sanaras a su guardaespaldas. Me preocupa que haya sido una trampa.

– ¿Qué quieres decir?

– Si algo le hubiera pasado a ese hombre, la única culpable serías tú.

– ¡Imposible!

– Estás demasiado confiada.

– El Marqués Oslo no lo permitiría y, ¿qué ganarían con eso?

Sonríe y se sienta a mi lado – es una posibilidad, pero dijiste que conociste a ese hombre hace años y no lo has visto desde entonces, las personas cambian y tú ahora perteneces al campamento de Tiara, las personas que sanes, las visitas que aceptes.

¡Creo saber a dónde va esto!

– Ya no son solo tu responsabilidad, sino la mía.

¡Rubí Escarlata!

– Lo lamento, ella gritó que estaba embarazada y yo pensé, ¡podré divorciarme antes!, incluso corrí a interrumpir a Lionel y cuando él dijo que existía la posibilidad siempre que el niño naciera, fui a la entrada para asegurarme de que ella estuviera sana y entonces descubrí que lo estaba fingiendo.

No quise equivocarme tanto, me emocioné de más y ese fue el resultado, me siento miserable.

– En verdad lo lamento.

– No es culpa tuya, pero necesito que seas más consciente, sí el enemigo toca la puerta y tú lo sanas, enviarás un mensaje equivocado, recuerda que el día que llegaste te presenté como mi sanadora personal y pedí que siguieran tus órdenes como si fueran las mías.

Lo recuerdo.

Mis manos aprietan la tela de mi falda.

Ya no se trata solo de mí, sino de Alexis y el reino de Tiara, no puedo sanar indiscriminadamente, debo detenerme y pensarlo un poco.

Respiro profundamente.

– ¿Entiendes a lo que me refiero?

– Si, tendré mucho más cuidado desde ahora, con las personas que sane y la forma en la que uso mi poder.

Cuando era pequeña mi madre siempre me regañaba, se suponía que debía sanar a un noble y antes de irme yo sanaba a los sirvientes, mi madre siempre dijo que lo hacía para llamar la atención, pero no era mi intención, si veía mujeres con las manos lastimadas u hombres con golpes de látigo en la espalda los sanaba sin darme cuenta.

La petición de la mujer malvadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora