37 La maldición de la Santa (2)

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Hubo un tiempo, en el que la sola idea de que él tomara mi mano, se sentía como un sueño lejano, o tener una conversación normal por más de cinco minutos en la que él no preguntara por Bela, algo así habría sido hermoso.

Pero ahora

Él no quiere dormir conmigo, sabe que yo no iré a su habitación y lo está usando como excusa para que yo recontrate a esas personas.

No puedo hacer eso – Ágata, ¿hay alguna forma?, en la cocina podrían envenenarme, en la lavandería arruinarían mi ropa, limpiando romperían las cosas y en el jardín arruinarían las flores, no podemos darles esas tareas, tiene que haber otra forma.

– Señora, ¿ama a su esposo?

– Por supuesto que lo amo.

Nada de esto estaría pasando si no lo amara, nunca me habría casado. Se suponía que la vida del General corría peligro, el Duque Bastián lo quería muerto por acercarse a Isabela y solo una boda lo salvaría, yo creí esas palabras, tuve un poco de miedo porque sabía que me estaba lanzando a un matrimonio sin amor, pero todo quedó borrado con una única oración.

¿Dejarás que muera?

Nunca.

Así que me casé, creí esas palabras y pensé que, con el tiempo, tendríamos una relación de amistad. Fui tan tonta.

Sonrío fríamente.

– Lionel, déjanos solas – Ágata se sienta con la silla apuntando hacía mi – señora, la forma más simple es que usted duerma con su marido, pero, si en verdad no quiere hacerlo.

No quiero, si pensara que él siente algo por mí, aunque fuera un sentimiento pequeño, no lo dudaría y le entregaría mi vida, pero él no me quiere, no cree una sola de mis palabas y ni siquiera puede tolerar estar en la misma habitación que yo.

La única razón por la que estoy considerando esto, es porque no podría aceptar a esas personas de vuelta y menos disculparme con ellas, sí antes no me respetaban, después de bajar la cabeza, mi vida volverá a ser un infierno, de nada servirá todo lo que he hecho, volveré al comienzo.

Si no fuera por eso, jamás pensaría en dormir con un hombre que ama a otra mujer – no quiero, no quiero hacerlo.

– Hay una forma de que usted pase la noche en la habitación del señor sin perder su castidad, si está realmente segura.

– ¿Qué tengo que hacer?

La cena es sencilla, Casandra no es una gran cocinera y casi debe hacerlo todo sola, así que nunca tenemos platillos rebuscados, hay un único plato de salsa en diferencia de los cinco que se acostumbran, ensalada común como acompañamiento en lugar de docenas de guarniciones y la presentación no es muy buena.

Comparado con lo que la familia Sigfred comía, se podría considerar una cena mediocre, comparado a lo que yo comía en casa de la familia Sigfred, es un verdadero festín.

La única pieza que resalta es la botella de vino, no tengo ojo o gusto para valuar un vino, pero Ágata dijo que era extremadamente costoso.

Mi cuenta con la Marquesa Morgana sigue aumentando.

La cena transcurre lentamente, ninguno de los dos habla o hace comentarios acerca de la comida, el hombre que ésta sentado en frente mío, podría ser un comensal cualquiera en un restaurante que me pidió compartir una mesa.

– Ayer te fuiste muy pronto.

Pensé que no estaría molesto porque me pidió esperar y yo me fui tan pronto como pude hacerlo – estaba cansada, quería dormir un poco.

La petición de la mujer malvadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora