32. Ceremonia de Purificación (4)

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El primer paso en la ceremonia es la presentación, Bela camina junto a una gran comitiva que la acompaña desde los escalones con una vela encendida en la mano.

El fuego procede de la vela eterna que arde en el centro del altar a la diosa Ameritia, es una tradición que jamás se ha roto, excepto en el año cuando mi madre entró al templo, ese día el fuego se apagó.

Por reputación, nadie sabe que pasó, todos piensan que ese fuego lleva siglos ardiendo.

El segundo paso es la plegaria, Isabela llega al altar, se pone de rodillas sobre un cojín y junto a ella, todos los miembros de la familia nos arrodillamos y rezamos.

La purificación se completa cuando el cielo se abre y las flores que rodean el templo florecen.

En la tercera parte se bendice el agua, se hacen peticiones y en caso de que sea necesario, se otorgan bendiciones.

Con la llegada de la Santa, todo comienza.

– Marjory.

Escucho a mi madre, que me mira como si hubiera cometido un grave delito.

– ¿Qué haces aquí atrás?, tu lugar está al frente.

– Tía, le dije que se cambiara, pero ella insistió en quedarse conmigo – se queja Jazmín.

– Es verdad.

Ahora recuerdo a la chica que está sentada frente a nosotros, es Romina Mondel, prima de Jazmín y la chica que la secunda en todo.

– No importa, ven conmigo.

Con todos sentados, llamaríamos mucho la atención, si no fuera porque Isabela camina a la par de nosotros en la parte central de la iglesia y todos los ojos están puestos sobre ella.

– Sabes cuán importante es este día.

Lo sé.

– Sabes cuántas responsabilidades tengo sobre mi cabeza.

En realidad, es responsabilidad de los sacerdotes organizar la ceremonia, pero mi madre insiste en ser quien organiza todo cada año para que sea perfecto.

– ¡Amenazar a los hombres que envió tu padre!, casi le da un infarto cuando se enteró – me sienta a la fuerza en la primera banca, me entrega una cruz y coloca un velo sobre mi cabeza – quédate aquí, reza como debes y miraré en otra dirección cuando te vayas, ¿quedó claro?

– ¿De verdad?

Ella asiente y me deja sola.

Estoy sola en la primera fila, atrás de mi se sienta mi tío Benjamín Silas, su esposa y Patrick. Es raro verlo sin Elizabeth junto a él.

Isabela llega al altar, las personas que estaban junto a ella se sientan en sus lugares y ella se arrodilla, junto a ella todos los miembros de la familia bajamos el velo y nos arrodillamos, el mío ya fue bajado por lo que no es necesario.

Poco antes de que mis rodillas toquen el suelo, Ágata pone un cojín rojo.

Todas las bancas tienen en la parte de atrás una sección acojinada que baja para que las personas sentadas detrás se arrodillen, no es así con la primera banca.

Soy la única persona de la familia sentada en esta fila, por lo que soy la única cuyas rodillas tocan el suelo, por años no me molestó, es la primera vez que no siento dolor al bajar las rodillas, cierro los ojos y comienzo a rezar.

Algo cálido baja por mi pecho, es así cada año, los rezos son pronunciados en voz muy baja, solo la voz de Isabela sobresale y hace eco en las paredes del templo.

Los sacerdotes se inclinan ante ella, tengo los ojos cerrados, pero sé lo que pasa, la flama en la vela arderá con más fuerza, destellos de luz cubrirán el altar y la estatua de la diosa se verá tan realista que muchos juraran que está sonriendo, las flores en las macetas de las ventanas y jardineras que rodean el templo florecerán, las mariposas llegarán de todas direcciones para mirar el espectáculo llenando el templo con ellas, después el cielo se abrirá.

En todas partes del reino, las personas se reúnen en las iglesias para dar gracias.

Este año, no habrá inundaciones ni sequías, la cosecha será abundante, el ganado llenará los campos, los niños nacerán sanos, no habrá epidemias y el clima se mantendrá perfecto.

Media hora después, la oración finaliza.

Isabela se pone de pie y suena una campana, significa que el resto podemos levantarnos y sentarnos.

Es el turno de la bendición del agua.

Isabela es guiada por uno de los sacerdotes hasta el gran contenedor de agua, pronuncia las plegarias, hunde sus dedos en el agua y usa esa humedad para trazar un diamante en su frente, luego baja para arrodillarse.

Apenas unos minutos después de sentarnos, todos volvemos a ponernos de rodillas, esta vez es solo por cinco minutos.

Ya casi ha terminado.

Isabela regresa al templo y descubre su rostro para que todos puedan verla, su largo cabello rojo está recogido en un peinado alto, su rostro apenas maquillado luce puro e inocente y su sonrisa es tan risueña como la de un ángel.

Llego el momento de la última parte.

Dos hombres caminan al frente y se ponen de rodillas frente a ella, el primero es el Duque Arturo Bastián y el segundo es el General Tristán Sigfred.

Sabía que el General recibiría la bendición, no tenía idea de que era igual para el Duque.

Supongo que sería contraproducente para la Santa bendecir a su antiguo amante en lugar de a su prometido.

No debería voltear, pero lo hago.

El Duque Bastián es un hombre atractivo, alto y de cabello rubio, luce bastante joven y lleva un traje blanco que hace juego con el de Isabela, como si ambos hubieran sido comprados en la misma tienda, a su lado el General lleva un traje militar.

Cuando nos conocimos él usaba el traje de un soldado, la camisa café era muy grande para su talla y la ajustaba con un cinturón, las mangas tenían agujeros, lo único nuevo en su ropa eran las botas, altas y gruesas con muchas agujetas, en aquel entonces sonreía mientras me hacía la promesa de que un día se convertiría en un General y me daba un beso.

Ese día sonreía.

Ahora, la única oportunidad que tengo de verlo sonreír, es cuando Isabela está delante de él, solo así puedo conseguir la imagen de una bella sonrisa suya.

Sabía que no debía voltear.

Es el turno de la oración de los sacerdotes y así, una hora se consume.

La cruz en mi mano y el velo me son arrebatados, mi madre me mira y lanza un largo suspiro, como si recordara la gran decepción que soy.

– Cumplí, me voy ahora.

– Espera – me grita, las personas se marchan, pero muchos de los miembros de mi familia la escuchan y voltean a vernos – no te vayas todavía, Tristán no debe tardar, fue atrás a ayudar con las botellas de agua bendita.

No necesito esperar a mi marido, apuesto a que él no quiere verme.

– ¡haz tu parte!

¿Hasta cuándo voy a cargar con esto?

No tiene caso insistir, miró a Ágata para que me acompañe, mi madre la detiene y yo regreso – ella irá conmigo o no iré.

Mi madre aprieta los dientes y mueve el brazo que impide que Ágata me siga, las tres caminamos hacia la parte de atrás, se escuchan risas, detrás de las esculturas, junto a los contenedores, el General ayuda a Isabela a acomodar un pasador que se atoró en su peinado.

– Marjory – Isabela voltea y me ve – ahí estás, sabía que vendrías, mamá dijo que estabas enojada y que por eso no querías venir, pero yo sabía que no faltarías – corre a abrazarme – te extrañe tanto, ¿por qué no has ido a verme?, Tristán, la extrañe tanto, dile que me visite.

El General me fulmina con la mirada – ¿no has visitado a Bela?

¿Y de quién mierda crees que es la culpa?

La petición de la mujer malvadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora