103. El embarazo debilita (3)

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Bela podía sentir que la admiración de su esposo se deslizaba por sus manos, ya había perdido la fe de uno de los hombres que juró amarla hasta la muerte – no es culpa mía, no decidí que mi madre fuera una desvergonzada y huyera con uno de sus novios, nací de esta forma.

Arturo se recargó sobre el sillón y cubrió su rostro con las manos, al verlo Bela se sintió más miserable y las lágrimas cubrieron su rostro – ¿me culpas?

– No, entiendo lo que hizo tu madre y sé de buena fuente la costumbre de la diosa Ameritia de maldecir por capricho, no te culpo por nacer con un cuerpo frágil, te culpo por ocultármelo.

La felicidad de Bela fue momentánea y no pudo comprender el reclamo de su esposo – ¿qué quieres decir?

– Bela, pudiste decírmelo antes.

– Es información delicada, el templo no nos permite...

– No soy un vendedor de telas en la calle, soy tu esposo – se levantó – esta visita fue tu idea, desde el comienzo fuiste tú quien quiso viajar a la frontera, ayer te pregunté si eras capaz de igualar las hazañas de tu hermana y tus palabras exactas fueron, ¡lo que ella pueda hacer, yo lo hago mejor!, si me hubieras dicho que no eras capaz no habría armado este circo.

La dureza de sus palabras la hicieron sentir como una persona muy pequeña, en toda su vida jamás se había sentido de ese modo.

– Hablé con el rey en persona, le di mi palabra de que iba a aumentar la moral del ejército, anuncié tu presencia, los soldados allá afuera no solo esperan que los sanes, esperan que los bendigas y protejas, algo que tus antecesoras hicieron docenas de veces y ahora tengo que salir y decirles que no sucederá, que ni siquiera puedes sanar sus heridas, si hubieras sido honesta desde el comienzo nunca te habría traído, habría evitado que vivieras esta situación, ¿entiendes el problema en el que estoy medito? – le gritó.

– ¡Es mi culpa!

– Lo es.

En su vida, Bela asumió la culpa muchas veces, por bendecir al rey Diaval, por la maldición de su esposo y entre otras cosas por provocar la envidia de Marjory, y en cada ocasión que dijo esas palabras siempre hubo algo reconfortándola y explicándole que no era culpa suya y que no debía culparse.

En esa ocasión, no fue de esa forma.

– Pero yo no mentí, siempre he sido honesta contigo.

– Me dijiste que podías sanar.

– Puedo hacerlo, sé que puedo, mi madre siempre lo ha dicho, puedo hacer cualquier cosa que me proponga, no te dije mentiras, no digas que soy una mentirosa, dije la verdad.

Arturo comenzó a entender el problema, se sentó frente a ella y le sostuvo las manos – las cosas no cambian solo por quererlas, no importa cuánta determinación tengas, si te lanzas al agua profunda y anuncias que puedes nadar sin poder hacerlo, te ahogarás, es igual con tu poder, no vencerás tus limitaciones repitiendo la misma frase, esa es una actitud muy inmadura.

Bela le soltó las manos – si no vas a apoyarme no quiero estar contigo, te lo demostraré, iré allá y sanaré a todos los enfermos. Apártate – le gritó al ver que le obstaculizaba el paso.

– Soy tu esposo y por tu propio bien tengo que decírtelo, si sales ahora, la reputación de la Santa quedará destruida.

*****

La Condesa Sheridan miró a sus sobrinas con vestidos sencillos y en posiciones nada elegantes – tienen que dar una buena impresión, no parecer mujerzuelas.

– Por lo menos no abrazamos hombres casados – se burló Clara Limas y se ganó una mirada acusadora por parte de la Condesa.

Cristal mantuvo su vista sobre la taza de té – así que..., nosotras haremos todo el trabajo y Bela se llevará la gloria – fue directamente al punto para no perder tiempo.

La petición de la mujer malvadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora