107. Dulce despedida (1)

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No necesito a Susana para corroborar los rumores, es demasiado obvio incluso si fuera ciega.

Alexis se va.

Las batallas anteriores eran para abrir una ruta y en cualquier momento marcharán hacia Barbaros, nadie sabe decirme cuánto tiempo estarán lejos o cuándo se irán.

– Señora, el rey Diaval pidió verla.

Cambio mis guantes y trato de quitar el olor a desinfectante antes de ir hacia el edificio.

El guardia en la entrada es diferente, un hombre de cabello castaño que me cede el paso sin lanzarme miradas frías y cortantes.

– Una farsante, imitadora y una mujer peligrosa, entrevisté a tres exploradores de Undra y los tres coincidieron en que fueron las palabras del Barón Sigfred.

La persona que está hablando es Barbara, Alexis está sentado con la cabeza recargada en la mano, voltea y me ve.

– Marjory, no te esperaba tan temprano.

¿No me llamó?

Busco a Ágata con la mirada y ella apunta a Barbara Quiral.

Entiendo.

– Majestad, quise aceptar su invitación a almorzar, sí no le molesta mi compañía.

Sus ojos se iluminan – no me molesta, Barbara, ve por el almuerzo.

– Majestad, es muy temprano.

– Ve ahora.

Barbara da la vuelta y me lanza una mirada cargada de odio.

Alexis suspira – iba a visitarte más tarde para comer, no pensé que me darías la sorpresa.

De verdad no me llamó, y no mencionará las palabras que Barbara pronunció.

La mesa es pequeña y se nota más dada la cantidad de platos, servilletas, tazas y un gran florero que va justo en el medio con flores blancas, hay tantas de ellas que pronto cubren toda mi visión, hasta que Alexis toma el florero y lo deja sobre el suelo – restan espacio para la comida.

Estoy de acuerdo.

Sobre lo que escuché cuando llegué, no parece que él quiera decir algo.

– Si hay algo que prefieras, puedo conseguirlo.

Niego con la cabeza – Alexis, sobre las palabras del Barón Sigfred – su expresión cambia ante la mención de mi esposo.

– Lo lamento.

¿Qué?

– Se suponía que no te enterarías, regañaré a Barbara, esa chica – se rasca la cabeza – habla cuando no debe.

– No, no es culpa suya, estoy segura que fue un accidente – sí, claro, un accidente.

– Quisiera encontrarme con el Barón Sigfred, abrirle la boca, sujetarle la lengua con unas pinzas, torcerla, arrancársela y mirar cómo se ahoga con su propia sangre, pero luego me doy cuenta de que sería una muerte muy rápida y compasiva – lo dice todo de corrido y con una hermosa sonrisa en los labios mientras recarga el rostro sobre su mano, si no estuviera a su lado para escuchar sus palabras y solo mirará su expresión, diría que está contando una hermosa experiencia o un recuerdo agradable.

Esa..., obviamente fue una broma, ¿cierto?

Su sonrisa se borra y sujeta mi mano, su tacto es frío y sus dedos se deslizan muy levemente con una ligera caricia – también, me molesta que estés tan tranquila.

La petición de la mujer malvadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora