134. Amor (2)

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Tenía cuatro años y un pájaro se movía en sus pequeñas manos – lo hice, lo sané.

Convertirse o no en una sanadora era importante en su familia y ella lo era, sanó a un pájaro y este voló de sus manos llevándose consigo la evidencia.

La mirada de su madre fue fría – dices que has sanado un pájaro, pero no puedo verlo, solo falta que me digas que todos los pájaros afuera de la ventana fueron sanados por ti, ¿es así?

Negó con la cabeza.

– No quiero escucharte decir tonterías, no has terminado tu lección, tienes que memorizar las oraciones en caso de que tu prima olvide una línea, ¿lo has entendido?

Asintió y continúo memorizando.

*****

El golpe resonó en su mejilla – ¡mentirosa!, no tienes vergüenza, ¿sabes quién es nuestro invitado?, es el Obispo Mine, ¿tienes una idea de lo que has hecho?

No lo hizo a propósito, miró su mano y descubrió la quemadura, la sanó por costumbre, ni siquiera lo pensó, no imaginó que estaba haciendo algo malo, solo lo hizo – lo lamento.

– Esa era una cicatriz importante, discúlpate.

– Obispo Mine, lo siento mucho.

– No hay porque preocuparse, Condesa, no creo que la niña haya hecho algo malo.

– ¿Está diciéndome cómo educar a mi hija? – bufó – no solo molestaste al obispo, también interrumpiste la clase de tu prima, discúlpate con ella.

– Lo siento mucho Bela.

– ¿Cómo te he dicho que la llames? – la golpeó de nuevo.

A Marjory le dolía mucho y las lágrimas rodaron por sus mejillas – Isabela – repitió, Bela era el sobre nombre que aquellos que eran cercanos a la Santa podían usar, Marjory que solo era una sanadora mediocre, no podía usar ese nombre, debía llamarla correctamente.

Sus gemidos se volvieron fuertes y sus lágrimas más pesadas.

Bianca Silas rodó los ojos – eres tan exasperante.

Marjory se mordió el labio y trató de quedarse callada, fue como si lentamente una oscuridad le cubriera los pies y los tobillos, de esa forma, no podría moverse, pero estaba bien, porque no quería que la golpearan.

*****

Cuando la maestra Yuridia llegó y la eligió, de pronto hubo personas a su alrededor, Elizabeth era ruidosa, Patrick criticaba todo y Cristopher parecía tener todas las respuestas lo que lo hacía el más odiado, pero eran sus compañeros, sus primos, su familia.

Las asignaciones se volvieron más grandes, conoció a muchas personas de su familia y se movió de una mansión a otra siendo una sustituta, un reemplazo.

Si fuera ella misma, nadie la dejaría sanar personas, por eso debía seguir callando.

– Marjory – su maestra siempre era amable y por esa razón, ella siempre fue honesta – una vez más, podrías decirme a cuál de estas misiones fuiste tú.

De las hojas sobre la mesa, señaló casi todas, las únicas que no reconoció fueron dos.

Yuridia Estefes de Terran se mordió los labios – cariño, creo que es demasiado, hablaré con tu madre para arreglarlo – le sonrió y acomodó su cabello – ¿quieres que te traiga un poco? – se refirió a la jarra de agua de limón endulzada.

– No quiero, no puedo tomar miel.

– ¿Por qué no?

– No puedo saber qué contiene la comida cuando tiene miel, no me gusta, es muy raro.

La petición de la mujer malvadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora