80. Las exigencias del rey (2)

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El supremo sacerdote limpió el sudor de su frente – no era necesario que tomaras la palabra, tenía todo bajo control – regañó al obispo Lean – y tu defensa hacia esa mujer, ¿qué haremos si no podemos controlarla?

El obispo Lean mantuvo su actitud serena – supremo sacerdote, la deuda que tenemos con Marjory Sheridan, ¿no cree que ya es tiempo de saldarla?

Cinco años atrás cuando el Vizconde Ogara falleció, la Condesa Sheridan declaró que la asesina había sido Marjory.

No podían confiar en un sanador para constatar ese hecho, tampoco podían dejar que el asunto saliera a la luz, lo único que tenían era a una niña de trece años muy responsable que había demostrado ser una de las mejores sanadoras de su generación, a una tutora reconocida y a la Condesa Sheridan.

La Condesa insistió en que lo hacía para proteger a su hija y el supremo sacerdote no pudo hacer algo al respeto.

Tampoco le apetecía cumplir todos los caprichos de esa mujer, pero no tenía más opción, mientras la Condesa supiera de su participación en la muerte de Alma Silas, debía obedecerla o arriesgarse a perder su reputación.

Tragó saliva.

Si una niña debía ser recluida en casa a cambio de que él conservara su posición, era un precio que estaba dispuesto a pagar.

En cuanto a lo demás, tenía sus propios problemas, en los últimos diez años el poder de la Santa durante la ceremonia de purificación había ido en decadencia y el área que abarcaba se volvía más pequeña cada año.

Solo unos cuantos sacerdotes sabían que el poder de la Santa estaba ligado a sus emociones, aumentaba cuando se sentía feliz, disminuía cuando se sentía deprimida y se salía de control cuando experimentaba ira.

Para evitar que sus emociones se volvieran inestables existía el estigma de la Santa, una reliquia antigua con la forma de un colgante, siempre que la Santa estuviera en contacto con esa reliquia se volvía incapaz de albergar emociones negativas y permanecía en un estado de ensoñación y alegría constante.

Isabela Sheridan recibía el colgante en cada ceremonia de purificación y pese a eso, su poder era débil, más consistente con una persona infeliz.

Primero el agua bendita no fue bendecida, después la cruz que debía albergar la bendición maldijo a dos hombres y unas semanas atrás, una hora después de que develaran las esculturas de las tres hijas de la diosa, aparecieron grietas en sus rostros.

Ese estaba siendo un duro año para el templo y todo había comenzado desde que se anunció el compromiso de la Santa con el Duque Bastián, quizá ese matrimonio no fue una buena idea y la Santa secretamente se sentía miserable.

– Supremo sacerdote.

Su atención fue nuevamente sobre el obispo – hay que enviar la correspondencia, tú te encargarás de hablar con la Condesa Sheridan – tosió – yo me siento un poco enfermo, me ausentaré un par de semanas hasta que me recupere.

El obispo Lean se sintió confundido – ¿quiere que yo me haga cargo?

– ¿No fue tu idea?, si esperas que este anciano limpie tu desastre estás muy equivocado.

*****

El Archiduque Enebra de veintidós años subió a su carruaje, sacó una pipa de su bolsillo, la encendió, inhaló una bocanada y entreabrió la ventana para que el humo no se quedara atrapado, luego sacó un rollo de papel para comenzar a escribir.

– Maldita sea Alexis, ¿en qué mierda estás pensando? – pensó mientras garabateaba sobre el papel.

Primero le pidió (exigió) que investigara a Marjory Sheridan y a su esposo, después le pidió que comprara a su nombre una casa cercana a la casa de campo del Barón y finalmente lo envió a espiar al Duque Daigo y mantenerlo al tanto de sus movimientos.

La petición de la mujer malvadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora