46 Mujer malvada (1)

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– ¿Por qué lo hiciste?

Las sillas chocan contra la pared provocando un sonido seco, la comida, el florero, todo está sobre el suelo al igual que yo, mis manos se aferran a la alfombra y mi rostro se llena de pánico ante las palabras del General.

No entiendo, en verdad no entiendo, ¿cómo se volvió de esta forma?

Ayer me retiré temprano de la boda, no tenía más deseos de quedarme, no planeaba bailar y la comida me estaba cayendo mal provocándome indigestión, o tal vez era el rostro de mi suegra y los gestos de una mujer olfateando calcetines sucios.

Me retiré, busqué el carruaje en el que llegué y comencé el camino de vuelta mirando la lluvia a través de la ventana.

Me quedé ligeramente dormida porque me ardían los ojos, al llegar subí a mi cuarto, me quité el vestido, me di un baño y me fui a dormir.

Ignoré lo que pasó en la fiesta, a qué hora terminó o sí el General volvió a bailar con Isabela, pensé que si lo dejaba de esa forma esas imágenes se borrarían de mi mente, para probar que estaba equivocada, soñé con ellos bailando en un salón donde era las únicas dos personas.

Mi mañana fue de esa forma, supuse que el resto del día sería igual de malo. Me sentí cansada y decidí pasar el resto del día en mi habitación, no hice ruido, no moleste a otros, no causé un mayor impacto más que la sombra que proyecta mi cuerpo.

Y él fue a buscarme.

Su mirada cargada de rabia y odio fue lo primero que vi, su cuerpo se mantuvo tranquilo, no parecía estar a punto de estallar de ira, era más bien, como si la estuviera conteniendo.

Hasta que estuvimos solos.

La mesa con la comida fue lo primero en caer al suelo, sillas, floreros, cada objeto en su proximidad fue sacrificado.

– Todo esto, todo es tu culpa – gritó y me empujó con tanta fuerza que mi cuerpo golpeó el suelo – dime, ¿por qué?, ¿por qué lo hiciste?

Ni siquiera sé de qué me está acusando, solo sigue lanzando los objetos y todo lo que puedo hacer es protegerme para no resultar herida.

– Sabía que te habías aliado con el Duque Bastián, pero todo este tiempo pensé que solo eras demasiado estúpida y te habías dejado manipular – me levanta y sujeta mis hombros empujándome contra la pared – pero veo que me equivoque, eres una maldita zorra.

– Señora – la puerta se abre, son Ágata y detrás de ella está Sir Evans.

El General resopla y lleva la mano a la espada que descansa en el costado de su uniforme.

Si le pido a Sir Evans que me defienda, ambos pelearan y yo podría escapar, por otro lado, uno de ellos saldrá lastimado y los malentendidos entre el General y yo jamás se aclararán.

– Estoy bien, esperen afuera.

– Si señora – Ágata duda antes de cerrar la puerta.

De nuevo estamos solos.

– Necesito que sea más específico, ¿de qué me está acusando?

Aprieta los dientes, su agarre sobre mis hombros es más fuerte, ¡duele!

– La persona que planeó todo desde el comienzo fuiste tú, te hiciste pasar por Bela y le pediste a Lady Ania que te presentara al Duque Bastián, te aprovechaste de lo ebria y estúpida que ella es, para convertir tus planes en realidad.

¿Qué?

¡No es posible!, no lo entiendo, ¿cómo se volvió de esta forma?

– No lo hice, nunca podría.

– Ella te vio – grita más fuerte, siento el impulso de cubrir mis oídos, la rabia en su rostro se transformó en sufrimiento y su voz se escucha más trémula y desgarrada – en el banquete, Lady Ania te vio y pensó que eras Bela.

Entonces, es así.

Después de escuchar las palabras de esas mujeres, salí corriendo de los pasillos para regresar al banquete, alguien debió verme, Lady Ania estaba lo bastante ebria como para mirar a cualquier pelirroja y decir que ella era Isabela.

Si lloro ahora, lloraré el resto de mi vida.

¡Qué remedio!, creo que pasaré el resto de mi vida llorando, lo más lamentable, es que es muy gracioso, todo lo que hice fue seguir a mi madre hacia los pasillos exteriores del castillo del Duque y esto pasó.

¡Por qué!

Es simple, porque nadie jamás creerá que mi prima es la clase de persona que engañaría a un hombre y seduciría a otro, esas cosas, solo yo puedo hacerlas, solo yo tengo el corazón tan negro y la completa ausencia de moral para cometer un acto tan ruin.

– Todo esto, ¡te parece tan gracioso! – su puño golpea la pared junto a mi oído.

Lo es, todos mis aciertos pertenecen a Isabela y todos sus errores son míos.

Si yo dijera que quien planeó todo fue Isabela, el General me llamaría mentirosa y no detendría su puño antes de golpearme.

Para él, soy un monstruo.

– Si pudiera, me divorciaría de ti ahora.

Suena bien – a mí también me gustaría, General, divorciémonos.

Me mira con desprecio, si vi un poco de amabilidad durante el banquete cuando acomodó una silla a su lado y tuve un poco de esperanza cuando hablamos sin pelear, todo ha desaparecido, solo queda odio, es el único sentimiento que compartiremos por el resto de nuestras vidas.

¿Quién querría estar casada de esa forma?

– ¿Qué es lo que planeas? – se acerca sosteniendo mi barbilla entre sus dedos – ¿de qué forma vas a hacerme daño?

– El contrato de matrimonio tenía una cláusula, no se me permite enamorarme, General – trago saliva – me enamoré la primera vez que lo conocí, desde ese día y por todos estos años soñé con el día en el que nos volveríamos a encontrar.

Mi pecho duele y las palabras se ahogan en mi garganta, cuesta trabajo decirlas, nunca imaginé que mi confesión sería tan deprimente y que se convertiría en mi única oportunidad de alejarme de él.

– Por favor, déjeme ir.

– Ja – hay una sonrisa en su rostro, una sonrisa fría y maliciosa que se clava sobre mi abdomen y que me causa calosfríos. No lo entiendo, pensé que estaría feliz de saber que también quería el divorcio.

Golpe.

Esta vez su puño no se detiene y golpea mi abdomen, el dolor atraviesa mi cuerpo como docenas de punzadas, levanto la mirada para ver su rostro e intentar entenderlo, ¿por qué me hace esto?

Golpe.

La segunda vez es igual de doloroso, caigo al suelo y mi cuerpo se dobla en posición fetal, no puedo moverme, no quiero levantarme.

¡Lo odio!

– Eres mi esposa y seguirás siéndolo hasta que yo lo diga – dice antes de irse y dejarme tirada en el suelo de la habitación.

La petición de la mujer malvadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora