No puedo despertar

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(Conway)

El sueño cada vez se hacía más real, de fondo ya no escuchaba ese escalofriante silencio, sin que escuchaba algo peor. Gritos desgarradores de mi pareja llamándome de manera desesperada.

Todo comenzó a agitarse, me caía. Me abracé a la lápida de Julia para no caer, era como si el fondo de aquel cementerio de mierda me absorbiera como un agujero negro.

A pesar de saber perfectamente que eso no era real y que no duraría mucho me negaba a irme. Los recuerdos comenzaron a pasar por mi mente.

Julia no estaba en el cementerio de los Santos, la habíamos enterrado bajo a un árbol cerca de la costa. Un árbol muy importante para nosotros, para nuestra relación.

Siempre quedábamos allí, recuerdo cuando éramos adolescentes y fui a visitarla, pues ella había ido con sus padres una temporada a los Santos a vivir , aunque no duró mucho, tenía que volver a la pesadilla del campo de batalla.

Me tuve que ir, sí, pero cada día pensaba en ella, no salía de mis pensamientos, sueños, luchaba cada día por ella además de por el país. Deseaba con toda mi alma ganar la guerra y acabar victorioso, con vida, para poder dejar ya ese infierno que me había perseguido durante toda mi vida y ver a esa mujer que tanto extrañaba. Llevarla al altar era mi sueño. ella vestidas de blanco, las lágrimas de orgullo por haber soportado tanto juntos cayendo, su padre dejándola frente a mí, ella tomando mi mano y recitando esos versos que nos unirían para toda la vida. Un beso que sellaría nuestro amor.

Ella, me esperaba también, y como a ambos nos gustaba mucho la lectura, ya que siempre fuimos muy clásicos, leía novelas de amores jóvenes, como el nuestro, bajo ese árbol para que algún día, cuando nos volviéramos a ver, contármelas bajo las estrellas y bajo las hojas de la esperanza de ese lugar que siempre fue nuestro.

Nuestras almas soñaban con estar juntas, se necesitaban, por lo que Julia se fue de Los Santos al cumplir la mayoría de edad, ella sola, sin nadie, sin nada, sin dinero, sin trabajo, solo para buscarme a mí.

Consiguió un trabajo de enfermera de la guerra, se ocupaba de cuidarnos a todos, sobre todo a mí. Comenzamos una relación y de algún modo me hacía feliz que me dieran de tiros, pues podía verla, aunque me cuidaba lo mejor que podía para no caer y poder cumplir nuestro sueño.

Al fin pude llevarla al altar, fue un sueño hecho realidad. Éramos muy jóvenes pero nos amábamos como nada. La marqué, ella era mía y yo era suyo.

Cuando me dijo que estaba esperando un hijo mío, aún recuerdo todo perfectamente. Sus lágrimas cayendo por esos ojos azules como las aguas saladas, mis brazos abrazándola con fuerza mientras mis dedos pasaban por sus cabellos rojos. Mis susurros en su oído prometiéndola que todo saldría bien, no fue así, la mentí...

En ese momento yo estaba en los marines, pero nos comunicábamos por cartas y recuerdo cuando se acercaban los nueve meses de su embarazo. Hice todo lo posible para ir y estar a su lado. Cuando llegué ella estaba dormida con una pequeña niña con el pelo oscuro en sus brazos, sus ojos eran tan azules como los de Julia y era tan pequeña. tan indefensa...Era mi hija, nunca creí ser padre. Cargué a la pequeña acariciando la mejilla de la mujer pelirroja que estaba acostada, que abrió sus ojos para dedicarme una pequeña sonrisa con cansancio.

-Lo has hecho genial.-dejé un beso en sus labios.

-Gracias, Jack, gracias por dejarme ser tu omega y por hacerme mamá.-una pequeña lágrima se deslizó por su pómulo.

La abracé con fuerza, éramos una familia.

Cuando años después nos enteramos de que nuestro segundo hijo venía en camino yo seguía trabajando, pero una noche, nos hicieron una emboscada y mi mentor Roy y yo fuimos los único supervivientes. Dejé los marines, dejando también atrás a Roy (gran error) y nos fuimos a Los Santos, queríamos un buen entorno para criar a nuestros pequeños.

Gracias a pertenecer al gobierno, ya que la hermana de Julia había visto potencial en mí y me había metido, fui Superintendente. Me encantaba mi trabajo, la gente de la ciudad me adoraba y era muy codiciado entre las mujeres, pero yo ya tenía dueña.

Todos los días, al llegar del trabajo a altas horas de la noche, Julia y yo tocábamos juntos el piano mirando a la luna, ella me había enseñado y era mi pasatiempo favorito. Ella, yo, las estrellas, nuestros pequeños mirándonos con una sonrisa.

Después, acostábamos a los niños y les leíamos juntos un cuento para finalmente, irnos a dormir abrazados y siempre, soñando el uno con el otro, como siempre había sido salvo excepciones. Esas noches en las que me daban pesadillas sobre mi oscuro pasado. Cada persona que había matado, cada compañero caído, cada guerra me atormentaba, pero al menos sabía que después de cada pesadilla tenía una mujer a la que abrazar, que calmaba mis ataques de ansiedad y mis lágrimas y me prestaba su pecho para llorar.

A veces solíamos ir al árbol a compartir historias, ella me contaba esas novelas que leía en la espera y yo, historias de guerra con cicatrices incluidas.

Que tiempos...había sido muy feliz.

Cuando Roy se vengó y me dejó completamente solo mi mundo se apagó por completo, todos esos colores y sentimientos que Julia había hecho florecer de mi corazón marchito se marcharon completamente. Me convertí en lo que era antes de conocerla, un hombre frío, solo que extrañar su presencia era como una daga directa al corazón. Las pesadillas cada noche sin tener a nadie a quien abrazar, la sangre cayendo por mis brazos, el recuerdo de su cuerpo inmóvil, el último beso antes de que callera en mis brazos, la bala directa a la cabeza, solo quería gritar, gritar para que volviera, gritar, pero no tenía voz, se había apagado, o al menos no la escuchaba. Gritos de dolor, llantos, alcohol, culpa ,la pistola en mi mano, apuntándome en la sien, aquella promesa antes de que su mundo se volviera negro. Mi mundo era ella ,y por eso se había apagado, sin ella nada tenía sentido, ella desafiaba las leyes de la física con solo un suspiro, que le jodan a la gravedad, ella era quien me mantenía con los pies en el suelo. Ni el oxígeno que respiraba tenía sentido ya para mí sin ella, todo era dolor, puras gilipolleces para mí. Y ni siquiera era tan valiente como apretar el gatillo.

Me intentaba convencer a mí mismo, ella no cumplió el junto para siempre, podía yo acabar con todo? Sabía que nunca podría incumplir la promesa, además ella se había ido por mi culpa.

Ella era como la arena de la playa, se escurría entre mis dedos en cualquier sueño. Yo solo esperaba que todo eso fuera una pesadilla y de que al despertar ella estaría a mi lado para abrazarme y prestarme su hombro para llorar.

Me sentía vacío, valía menos que un trozo de puta mierda, no tenía nada, poseía dinero, propiedades, poder, pero un Dios sin su Diosa no era nada. Y eso era yo, un gilipollas que no podía ni respirar, que fumaba y fumaba rezando al mismo Dios que le había jodido la vida por una enfermedad, con gran dolor sobrio y borracho, buscándola y buscándola por cada rincón de la ciudad. Yendo al árbol esperando verla ahí, leyendo sus novelas de amor adolescente y esperando a que su amor volviera de la guerra. Suspirando de amor con una sonrisa de boba en su rostro, hablándome en tono meloso y susurrándome al oído que me amaba.

Simplemente era un anormal vagando por las calles de un corazón vacío buscando alguna razón para vivir además de cobardía y promesas.









Armanway, lobos solitarios (Armanway/Volkway)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora