Capítulo LI.

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Llevaba unos pocos días ya en casa; había conseguido comprar más pastillas y no había vuelto a ocurrir ni un solo incidente. Sin embargo, la sombra de algo horrible me perseguía allá por donde iba. Era la sensación de que algo estaba a punto de ocurrir, algo que temía pero que desde hacía mucho tiempo estaba esperando.

Había dedicado ésos días a tranquilizarme. Con la sospecha dentro de mi de que algo iba a ocurrir, mi mente sólo pensaba una cosa; debía estar consciente. No podía permitirme el lujo de perder el conocimiento dejando que mis recuerdos se quedasen borrosos en el tiempo.

En aquél momento estaba intentando limpiar el rotulador del espejo del recibidor; con letras gruesas y negras se podía leer "Last chance". Mi última oportunidad... y en cierto modo yo lo sentía así.

Pronto llegó la noche y como todas las noches desde que volví a casa, no pude dormir. Era incapaz de cerrar los ojos; cada vez que lo hacía sentía que algo me observaba desde el otro lado de la habitación. Aquél ser, el Operador me observaba en sueños. Así que como ya llevaba haciendo todos esos días, me quedé la noche en vela mientras observaba la danza de la pequeña llama de una vela. Su luz, su calor, lo movimientos en los que la llama se doblaba y movía. Esa ligera danza donde su forma cambiaban generando sombras ilusorias sobre la pared. A veces creía que mi mente trabajaba como esa llama. Se movía, se balanceaba; y como la llama busca el oxígeno para seguir vivía, mi mente buscaba una alternativa. Algo a lo que agarrarse para poder salir de ese pozo de mierda en el que me había visto envuelto durante toda mi vida.

Ya no me quedaba nada, las únicas personas que me podrían haber ayudado a acabar con todo esto; estaban muertas.

Jessica había desaparecido. No estaba seguro de si estaba viva o no, pero era más que probable que el buscarla sólo ocasionase más problemas. Probablemente no se acordaría de ninguno, ni siquiera de Jay. Había sido un auténtico milagro que Jay se la encontrase en aquél hotel y ella hubiese accedido a ayudarlo. Pero ahora estaba desaparecida, y si seguía viva estaba más segura lejos de nosotros.

Jay estaba muerto. Y aunque me negaba por completo a asumirlo, una minúscula y oculta parte de mí lo sabía. Estaba muerto y era culpa mía. Debería haberle convencido de que abandonase todo esto. Si hubiese conseguido que parase, aún estaría vivo.

La tristeza se asentó en mi estómago y piernas, haciéndome que me arrepintiese por completo de todas y cada una de las decisiones que había tomado. Si no hubiese sido por mi, todos estarían vivos. Nadie debería haber muerto. Yo tenía que haberlo evitado. Pero había fracasado; como en casi todas las cosas que había intentado. Nunca conseguí tener una infancia normal, una familia o por lo menos una vida normal. Siempre en el hospital, hinchandome a pastillas para no volverme loco. Atado a una cama para no huir de mis miedos; que me perseguían como sombras en un pasillo alumbrado por una única bombilla. Esas sombras siempre me habían acompañado; sombras alargadas que conseguían alzar sus alargados y afilados dedos, llegando hasta mí y clavándose en mi cuerpo con saña. Y aún después de conseguir normalizarme e intentar llevar una vida adulta normal, aún a pesar de poner todo mi esfuerzo e ímpetu en intentar conseguirlo, fallé.

El tiempo pasaba lento, haciendo que aquella noche resultase eterna y la Luna casi alcanzase su punto más álgido en un estrellado cielo; cuyas estrellas por mucho que brillasen, no conseguían arrojar luz a mi alma.

Era un auténtico fracaso. ¿Cómo podía pretender salir de esto si ni siquiera era capaz de proteger a las personas que me importaban? Jay estaba muerto, mi familia estaba lejos, y aquellas personas que había intentando ayudarme estaban desaparecidas. Incluso Brian, el único amigo que había conseguido hacer en toda mi vida, había muerto.

Quería llorar, pero estaba demasiado vacío para que las lágrimas salieran de mí. ¿Cómo había podido hacerle eso a Brian? ¿Cómo no me había dado cuenta de que era él? ¿De verdad había sido capaz de machacarle la cabeza con un martillo?

Inconscientemente recordé todos los buenos momentos que habíamos pasado juntos. Las largas noches en mi casa, viendo películas y comiendo pizza. Los pequeños ensayos en los que tocábamos la guitarra juntos. Las discusiones estúpidas por trabajos del instituto. Todo lo que había vivido alguna vez con el se precipitó sobre mí, recordándome lo importante que era Brian para mi.

Era el único que de verdad me había llegado a comprender. El único que de verdad me había aceptado tal y como era. Y conforme sus recuerdos sacaban a la luz mi tristeza yo me iba sintiendo más y más vacío. Hasta que llegó el punto en el que creí haber desaparecido. Todo el vacío que me agarrotaba por dentro me había consumido hasta volverme algo infrahumano; algo que tan sólo se parecía en forma a una persona.

Finalmente la Luna llegó a su cenit, brillando con una suave luz perlada que se colaba por la ventana de mi salón; cambiando así el color de la llama de mi vela, que de rojo pasó a un tenue color azulado sobre el rojo vigoroso propio de ella.

Un escalofrío me recorrió por completo, poniendo de punta todos los pelos de mi cuerpo mientras mi mente, como activada por un resorte comenzaba a responder más rápido.

Estaba a punto de ocurrir, estaba a punto de pasar. Tenía que ponerme en movimiento, pronto. De un salto me puse en pie y con prisa fui medio corriendo al coche, dejando las luces de la casa encendidas. Me metí dentro del coche, con la cámara aún agarrada en mi mano.

Era Alex, estaba seguro. Algo en mi cabeza me gritaba que era Alex y que debía esconderme. Esperé dentro del coche. 

La noche pasó, y sin cerrar un momento los ojos vi pasar también el día. Y así fue hasta que la noche volvió a caer y de entre las sombras una figura aún más oscura salió a la calle y entró en mi casa. El fin, fuese para quien fuese, no había hecho más que empezar.

Slave of Creepypastas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora