Capítulo XVII.

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Correr no serviría de nada. ¿Pero qué debía hacer entonces?

En tanto mi pulso se aceleraba y mi corazón parecía a punto de explotar, en mi cabeza se sucedían miles de ideas, en su mayoría descabelladas, de cómo huir.

¿Matar a esa criatura? Dudaba que fuese buena idea y quizás no fuese su objetivo. Además, ¿cómo iba a matar a ese bicho? Pero todas mis esperanzas se desvanecieron cuando aquél ser de pútrido olor comenzó a dar grandes y tambaleantes pasos hacia mi.

Según se acercaba podía apreciar su cuerpo con más y más claridad. Su cara parecían pedazos de cuero cosidos los unos a los otros con hilo grueso. Tan sólo tenía dos agujeros en lo que parecía una máscara pero que en realidad era su cara. Su cuerpo, que recordaba vagamente al humano, estaba cubierto de pelo y piel negra. En su cabeza y alrededor de su cuello, crecían grandes mechones de pelo. Andaba apoyando sus cuatro extremidades, con la espalda encorvada haciendo que las vértebras se le marcasen de una forma espeluznante, y así pudiese apreciarlo sin mucho esfuerzo. Pero el hecho más escalofriante no era su aspecto. Lo más escalofriante era cómo me observaba.

Con cada paso que daba él, yo retrocedía dos. Intentando por todos los medios que aquella criatura no se acercase a mi.

De aquella bestia salieron roncos y agarrotados gruñidos. Todos los pelos de mi cuerpo se erizaron y mi columna vertebral sufrió un escalofrío que más bien podría haber sido una convulsión. Sentía los ojos arder y mi labio inferior temblar. Estaba realmente aterrorizada. Para mí, en ese momento dejó de existir el sonido. Dejó de existir el tiempo. Y las cosas que había a nuestro alrededor se volvieron oscuras y sin importancia. Tan sólo podía verlo a él, sólo podía centrar mi atención en él, porque tenía miedo de descuidarme y que me atacase.

Por eso no escuché los gritos de una persona llamándome, por eso no escuché tampoco los pasos acercándose a mí, y tampoco vi quien me tiraba al suelo justo cuando esa criatura se abalanzaba sobre mí.

Sentí el duro y frío suelo bajo mi cuerpo y el sabor a tierra y sangre en mi boca. Unas cuantos hojas húmedas por las lloviznas de unas horas antes, se pegaron a mi cara y manos. Mientras que sobre mi espalda sentía algo cálido que me oprimía. Levanté la vista, pensado que era la propia bestia la que me había tirado al suelo. Pero para mi gran sorpresa y alivio la persona sobre mí era Jay, que con varios cortes en la cara y su chaqueta agujereada y llena de sangre estaba sobre mí.

    —Jay...

Me miró por unos segundos, parecía aliviado de que no me hubiese sucedido nada. Se levantó a toda prisa, y tirando de mi mano comenzamos a correr.

Aquél ser estaba enganchado en un árbol y con sus garras destrozaba el tronco de éste al  mismo tiempo que lanzaba al aire gritos enloquecidos. Se revolvió en el tronco, presa de una furia extrema que hizo que mi corazón se encogiera y la desesperación de la que ya estaba presa, aumentase. Corrimos, sintiendo cómo cada bocanada de aire nos quemaba la garganta y los pulmones. Las piernas ya ni siquiera nos respondían y parecían avanzar solas. Era tal nuestro pánico, nuestro miedo, que ahora era nuestro instinto el que actuaba por nosotros.

Pasamos el frondoso bosque en el que habíamos estado antes. Pronto los altos árboles perennes fueron sustituidos por arbustos bajos y árboles raquíticos. Nos colamos en una zona donde las rocas se agrupaban, haciendo una especie de laberinto. Y ahí paramos, lo suficiente para respirar. Lo suficiente para que Jay viese la oportunidad y me empujase contra las rocas. Pero no fueron rocas lo que mi espalda sintió. Caí en una pequeña cueva, me resbalé hasta el fondo y apenas pude ver como Jay echaba a correr, gritando y haciendo así que aquél ser lo persiguiera, ciego por la rabia.

Quería gritar, pero no podía. Mis ojos pronto se llenaron de lágrimas y mi cuerpo se convulsionaba con fuerza. ¿Por qué? Ésa era la única palabra que resonaba en mi mente.

Intenté salir de aquella cueva, pero fue en vano. Tenía que ayudar a Jay, no podía dejar que se enfrentase solo a aquella cosa solo. Pero la pared que me separaba de la superficie estaba casi medio metro por encima de mi cabeza. No había salida posible, tan solo el resonar del viento dentro del espacio rocoso vacío.

Los gruñidos y gritos de ese ser pronto se perdieron en la lejanía, y aunque por una parte estaba aliviada ya que esa cosa se había alejado, en mi mente aún se barajaban las múltiples posibilidades del futuro incierto de Jay. En mi cabeza las imágenes de cómo lo encontrarían muerto lo llenaban todo. No podía parar de pensar en que mi amigo, moriría.

Las piernas me fallaron y caí al suelo de rodillas. Estaba cansada, tenía frío y no paraba de llorar. Me arrastré a una esquina de la cueva, intentando guarecerme del frío y poder pensar un plan con más calma.

No sirvió de nada, mis ojos se cerraron y pronto descubrí que no querían abrirse. Creí que me había dormido, sin embargo no soñaba.

Sentí algo que se acercaba a mi, me revolví, intentando escapar, poder alejarme; pero mi cuerpo permanecía rígido. Conseguí abrir ligeramente mis ojos y entonces vi algo que me dejó helada, algo que hizo que mi cabeza estallase y de pronto sintiese un gran vacío. Un hombre, extremadamente alto, como el ser con el que había soñado noches atrás. Sin rasgos, tan sólo blancura en su rostro y con decenas de tentáculos moviéndose tras su espalda.

Algo dentro de mi se rompió y miles de imágenes, todas ellas inconexas para mi, brotaron en mi mente. Sentí los tentáculos acariciar mi cara y levantarme del suelo. Pude ver cómo el hombre alto negaba con la cabeza.

Pero un aura negra nos rodeó, nos arropó y pronto no sentí nada y no fue hasta el día siguiente, cuando la luz del sol dio sobre mi cara, que comprendí que seguía viva.

Slave of Creepypastas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora