Capítulo X.

476 32 1
                                    

La intensa luz de un foco daba de lleno en mi cara. Notaba la espalda dolorida. Era una situación extraña, notaba perfectamente las cosas. Notaba unas finas líneas de calor por todo mi cuerpo. Notaba mi espalda agarrotada, así como la cabeza me latía. Sin embargo, no sentía dolor. Abrí los ojos buscando una respuesta y lo que encontré fue una habitación de hospital. Podía adivinar la cama que estaba al lado, la identidad de esa persona me era desconocida, apenas podía mover mi cabeza. Con pasos apresurados vino hasta mí Jay.

    —¿Qué tal estás? —Le miré desorientada, no entendía qué hacía ahí. Cogió mis manos entre las suyas e intentó tranquilizarme un poco—. No te preocupes, ahora estamos a salvo. ¿Quién era él?

    —¿Él? —Le miré sorprendida. No sabía lo que me estaba preguntando; los recuerdos ya fuera por algún golpe fuerte que me diera o que todavía estuviera bajo los efectos de la anestesia, se habían esfumado.

    —Sí, un chico con una sudadera blanca, te atacó. Fuimos a ayudarte pero...

    —¿Pero?

    —Las cosas no salieron muy bien. El Operador apareció, y Alex lo atacó.

    —Es... Eso es horrible. ¿Cómo está Alex? —Jay lanzó una corta mirada a la cama contigua, dándome a entender dónde estaba Alex.  Me giré como pude para poder verle. Estaba en la cama, conectado a tubos y completamente inconsciente. Agarré con fuerza la mano de Jay, intentando darle algo de ánimo—. Lo siento. Fue culpa mía.

    —No. —Sus ojos eran severos y me miraban decididos—. No fue culpa tuya. Fue él quien decidió atacar al Operador. El muy imbécil... Le disparó hasta que se hartó. Por poco no muere el muy idiota.

    —Jay... ¿Qué es el Operador? —Miró por unos segundos a Alex, dedicándole una mirada extraña.

    —El Operador... No sabemos su naturaleza. Es como una especia de hombre muy alto, sin rostro. Cada vez que estamos cerca de el nos duele la cabeza. Tiene la capacidad de teletransportarse y jugar con nuestra mente. Desde hace unos años ha estado acosando a Alex. Cuando decidí investigar porqué Alex había huido  de nuestra ciudad natal, lo descubrí y entonces, comenzó a perseguirme a mí también. Ahora Alex quiere matarlo, al precio que sea.

Sus palabras hicieron que todos los pelos de mi cuerpo se erizasen. Yo no era capaz de recordar haber visto un ser así. Nunca. Jamás había leído algo por el estilo. Sin embargo dentro de mí algo se agitó. Algo se revolvió queriendo salir, pero no podía. Como si una presencia invisible lo agarrase con manos fuertes para que no pudiera volver a ver la luz. Las lágrimas de impotencia querían salir, y lo consiguieron. Jay se lanzó a abrazarme, acariciando mi cabeza con cuidado y mimo.

    —No te preocupes. Yo no dejaré que nada malo te pase. Estamos juntos.

    —N-no es eso. —Seguí llorando por unos minutos, estaba agotada y seguía teniendo esa sensación de impotencia. Quería acordarme de algo, pero como si llevase una venda en los ojos, era incapaz de verlo.



                                                                                        ***



La noche hacía rato que había caído, pero eso daba igual. Bajo tierra como estábamos nadie su hubiese dado cuenta de la ausencia de luz solar. Volví mi cuerpo hacia la figura que yacía sobre el suelo. En un charco de su propia sangre estaba Jeff, retorciéndose ahora débilmente. Llevábamos toda la noche ahí, desde que le encontré torturando sin remedio a aquella pobre criatura. Me compadecía de ella, sin duda, pero veía normal lo que había sucedido. Somos asesinos, ése es nuestro oficio. Quise alejarla de nosotros pensando que quizás, una persona que nos era útil estaría a salvo, pero me equivoqué. Alejándola de esta casa sólo había conseguido alimentar más y más la locura y la fijación de algunos por ella.

Desde luego era una víctima excelente. De complexión delgada, no demasiado torpe y lo mejor: sin nada que perder. Eso era lo que la hacía tan interesante. No llegabas a saber a ciencia cierta por qué luchaba, porque aquellos individuos que no tenían nada que perder, eran los que más entretenimiento ofrecían. Eso, unido a su rostro aniñado, hacía pensar que al conocerte todo rastro de inocencia y pureza desaparecería. Con esa clase de víctimas no sólo éramos asesinos, éramos verdugos de su alma. Apurábamos cualquier rastro de luz que pudiese contener su mente.

Volví a golpear a Jeff. No estaba enfadado porque casi la hubiese matado. Era algo normal que quisiera matarla. Jeff, al igual que un niño al que se le confisca un juguete, lo único que quería era jugar con aquél objeto prohibido. Aunque en este caso, fuese una persona.

Apenas unos pequeños gruñidos salieron de su garganta. Durante unos instantes sopesé la idea de dejarle libre, pero con un rápido sondeo a su mente pude comprobar que hubiese sido inútil. Volvería a por ella toda las veces que hiciese falta, y más ahora que estaba realmente enfadado. Extendí uno de mis tentáculos y alcancé unas correas cercanas para atarlo. Intentó removerse, escapar, pero sabía más que de sobra que conmigo no lo iba a conseguir. Una vez atado escurrí uno de mis tentáculos por su cabeza y lo introduje, dejándolo dormido a la fuerza.

Intenté limpiarme un poco, pero todo estaba cubierto de la sangre de Jeff. Aquél líquido escarlata que tanto entusiasmaba a muchos de los habitantes de esta casa. Salí por fin de aquél cuarto claustrofóbico y subí las escaleras hasta el segundo piso. Ninguno salía de su habitación, sin embargo yo sabía que todos estaban atentos, todos querían enterarse de qué había pasado. Comencé a sentir una presencia. La conocía más que de sobra y no intentaba hacer nada por ocultarse, al girar el pasillo lo encontré.

    —Masky, ¿qué haces aquí? —No me molesté en mirarle, seguí mi camino sabiendo que en pocos segundos me seguiría.

    —Fue a por ella ¿verdad?

Su pregunta no me extrañaba, seguí caminando y entré en mi habitación, mi silencio era respuesta suficiente. Sondeé un poco su cabeza, muchos y privados pensamientos se amontonaban tras las puertas de su mente. Y en casi todos esos pensamiento estaba ella. Se sentía comprendido, e incluso querido. Suspiré, pensaba que ya tendría asimilado aquello. Pensaba que ya habría renunciado a su corazón. Era un buen proxy, nunca había fallado. Despiadado cuando se le necesitaba, y muy rápido de mente. Uno de los mejores. Pero, al fin y al cabo, era humano. El amor es una enfermedad, todos los humanos la sufren, aunque no quieran y es algo crónico. Embota sus sentidos y los hace más torpes y débiles de lo que ya son. Pero sorprendentemente, algunos han desarrollado la habilidad de utilizar esa lacra, a su favor. Haciéndose así más fuertes.

    —Si te pidiera que la matases, ¿qué harías? —Seguí sondeando su mente, y su cuerpo se paralizó. Dentro de su cabeza hubo una pequeña lucha, con bandos claramente definidos. La mataría sin duda. Pero dentro de su cabeza miles de ideas y pensamientos sobre cómo aprovecharse de su cercanía se entremezclaban con sus elucubraciones para acabar con ella. Sus pensamientos se centraban en la carne. Otra cosa de la que los humanos eran presos. Y los pensamientos, adyacentes a la idea de matarla se tornaban más suaves. Buscando la forma de darle una muerte menos traumática. Si hubiese tenido boca, hubiese sonreído. Me parecía tremendamente gracioso que él, uno de los proxys con el método menos elegante para matar, se preocupase ahora por aquello. Abrió la boca para darme una respuesta, pero no me hacía falta. Su muerte tampoco suponía una ventaja. Y era probable que Jeff se volviera insoportable si le quitábamos a su presa—. Masky, vigílala.

Sonrió, pensando que su máscara le confería algo de intimidad. Y otra vez su mente se volvió turbia. No podía hacer nada más. Él la protegería. No necesitó de más palabras. Se fue corriendo, buscando una manera de acercarse a ella, sin generar sospechas.


Slave of Creepypastas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora