Capítulo XXXXVII.

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Habían pasado apenas unos días desde el fatídico incidente; y al fin me sentía con el suficiente valor para volver a aquella universidad. Seguía sin saber dónde estaba Jay. Tampoco sabía dónde estaba Alex. Estaba solo, y mis pastillas habían desaparecido. Y por si fuera poco llevaba el suficiente tiempo sin tomarlas para que en cualquier momento me diese un ataque y todo se fuese a la mierda por completo.

Me encontraba en un pequeño centro de información que aún se conservaba en el campus. Intentaba ahuyentar el mareo y la tos mojándome la cara, pero no servía de nada. Salí del edificio, y decidí seguir mi camino por le lado contrario al que había venido.

Bajé las escaleras y me dirigí de nuevo al campus. Todavía no tenía del todo claro qué debía hacer; sin embargo no podía quedarme quieto y esperar que las cosas se arreglasen solas. Eso justamente era lo que había hecho durante tanto tiempo y quién sabe, a lo mejor si hubiese entrado en acción antes, nada de esto habría ocurrido. Agité mi cabeza intentando librarme de todos esos pensamientos. No me iban a beneficiar en nada, tan solo conseguían hacerme sentir más culpable.

Caminé apenas unos metros, y alzar la visa del suelo lo que vi hizo que mi corazón diese un brinco. El coche de Jay; lo había encontrado. Me acerqué a él e intenté abrirlo. Me creí un completo estúpido.

"¿De verdad crees que va a ser tan fácil?", me preguntaba a mí mismo. Y en efecto. Tan fácil fue. El coche estaba abierto.

Lo revisé por completo, no había nada. Abrí el maletero y para mi sorpresa encontré su ordenador. La cabeza empezaba a dolerme, y la tos parecía que iba a acabar conmigo. Por lo que cogí el ordenador y me fui a casa. Era posible que Jay tuviese algo que me ayudase a encontrarlo. O por lo menos eso quería creer yo.


Volví a casa y al encender el ordenador comencé mi búsqueda. Había pocas carpetas en el escritorio, pero una resaltaba entre todas, por lo menos para mi. En ella estaba el nombre "Entrys", la abrí. Y a parte de los vídeos que ya había visto, descubrí unos nuevos.

Cliqué en el de fecha más reciente, que databa de un día antes de que Jay viniese a mi casa a atacarme.

En ese vídeo Jay volvió al túnel en Rosswood y se encontró con aquél ser. Mientras las imágenes se sucedían ante mis ojos no podía evitar que los pelos de todo mi cuerpo se pusiesen como escarpias. Me mantuve atento al vídeo hasta que en cierto punto mi cabeza estaba a punto de reventarme. Cerré los ojos momentáneamente, tan sólo unos segundos para poder masajearme el puente de la nariz intentado espantar al dolor. Fue entonces cuando la voz de Jay me sobresaltó.

Él no estaba realmente conmigo, tan sólo hablaba en el vídeo, pero sus palabras me dejaron clavado en el sitio;

"Tim, soy yo. He visto la cinta y ahora estoy en Rosswood intentando seguir los pasos de Alex y Jessica. He cruzado el túnel y estoy en la casucha en la que nos despertamos. Pero... está mal. Nosotros nunca estuvimos al otro lado del túnel.

Rosswood ha cambiado o yo me pierdo. Por favor, llámame en cuanto puedas. Lo siento. Sé porqué me escondiste esa cinta

Me tengo que ir, estoy empezando a ver cosas que sé que no están ahí y me empiezo a encontrar mal de verdad".

Tras ése mensaje que Jay dejó en mi contestador automático, se desplomó y desapareció. Ese día yo no recibí ninguna llamada. Aún así cogí mi teléfono móvil y lo comprobé. En el registro de llamadas no había ninguna de Jay; miré el contestador automático y nada. Aunque el vídeo ya se había acabado me quedé un buen rato mirando a la pantalla.

Si Jay había dicho que comprendía que no se la hubiese enseñado... ¿por qué luego intentó atacarme?

La cabeza iba a reventarme; sentía como la frente me latía con fuerza y todo a mi alrededor se volvía borroso.

    —No... —Me levanté del sillón. Escapar era mi único pensamiento en mente. Pero no pude, no llegué más allá de dos pasos de la puerta principal.



                                                                                               ***



Parecía que al fin la hemorragia había parado. No había dejado a Jay que se durmiese, aunque él no paraba de decirme lo cansado que estaba.

    —Jay... —Simplemente llevó la vista hacia mi. Acerqué la pequeña caja que Slenderman había dejado a mi lado antes de desaparecer. Al abrirla la único que había eran una pinzas, una jeringuilla, pequeños frascos con lo que parecía antibiótico, vendas, una navaja y aguja e hilo. Tragué saliva, ¿no había anestésicos?

    —¿Qué pasa? —Me miró con una ligera sonrisa, realmente parecía muy contento de estar conmigo y recordarme.

    —Jay... Tengo que sacarte la bala... —Siguió mirándome, sin variar el gesto o decir algo—. No hay anestésicos...

Su sonrisa tomó un matiz de tristeza mientras tomaba mi mano en la suya.

    —Bueno... No podemos dejarla ahí. —Aunque intentaba ocultarlo, su mano temblaba. Estaba aterrorizado; pero, quizás por no preocuparme o porque simplemente estaba muy débil, no quería o podía demostrarlo del todo.

Cogí unas vendas e hice un pequeño burruño con ellos.

    —Muérdelo. —Abrió la boca y lo dejé ahí. Aquello no le haría sentir menos dolor, pero algo ayudaría. Levanté su camiseta lo suficiente para tener espacio para trabajar.

Respiré hondo, el olor metálico de la sangre se había clavado en mi nariz y ya no era capaz de oler otra cosa. Cogí las pinzas y las saqué de su envoltorio individual. Si hubiese ingerido algo, en ese momento ese algo estaría llamando a las puertas de mi garganta para salir. Sentía las náuseas agarradas a la parte alta de mi estómago. Tenía miedo, no estaba segura de lo que estaba haciendo; lo único que sabía era que debía ayudar a Jay. No íbamos a poder ir a un hospital, Slenderman no lo iba a permitir. No podía dejar morir a Jay.

Y con esa frase en mi mente, comencé a introducir las pinzas en la herida, buscando la bala. Por suerte no estaba muy profunda, pero con cada movimiento para avanzar en Jay, la herida volvía a abrirse. Llegó un punto en que había tanta sangre que empecé a asustarme y las náuseas se hacían aún más fuertes.

«No puedes parar ahora. Tienes que ayudarle», esa frase resonaba en mi cabeza. Pero yo no era médico, no tenía idea de medicina. Tan sólo tenía una ligera idea de dar primeros auxilios.

Respiré hondo de nuevo, sintiendo como el sudor recorría mi frente y cuello. Jay no dejaba de gritar y moverse. Pero estaba tan débil que apenas se notaban sus espasmos. Cuando estaba a punto de echarme a llorar, cuando estaba a punto de desmayarme, Jay me adelantó. Perdió la consciencia.

¿Me lo había cargado? Toqué su cuello buscando pulso y lo encontré. Seguía respirando. Dejé mis ojos fijos en la herida, sintiendo como todo el aire que tomaba tanto por mi boca y nariz no era suficiente para mantenerme consciente. Sin pensarlo saqué la navaja y con todo el cuidado del que fui capaz agrandé un poco la herida para poder encontrar la bala. Tuve que hacer un corte bastante grande, casi dos centímetros para poder encontrar el proyectil. No estaba segura de que lo que estaba haciendo estuviese bien. Seguramente no lo estaba, pero ¿qué iba a hacer si no? Saqué la maldita bala del vientre de mi amigo y comencé a curar la herida como mejor pude. Paré la hemorragia y le pinché el antibiótico. Lo vendé, y me tiré en el suelo a su lado, sintiendo mi vista distorsionada y rezando porque diese resultado y Jay se despertase.



Slave of Creepypastas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora