Capítulo VIII.

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Jeff siguió corriendo conmigo en brazos, su respiración comenzó a alterarse, cosa que era más que normal, teniendo en cuenta que había estado corriendo, a toda velocidad durante al menos unos diez minutos. Y por si fuera poco, había cargado conmigo todo ese trayecto. Nos introdujimos en el bosque. 

Intenté liberarme de su agarre, pero no dio resultado. A pesar de mis patadas y puñetazos, y de revolverme todo lo que podía, lo único que conseguí fue hacerle enfadar y, que con una fuerza descomunal, acabase estampando mi espalda contra el duro y frío suelo del bosque. Una descarga de dolor recorrió mi espalda hasta mi cabeza, que se agitó con fuerza produciéndome más dolor. Me hice una bola, agarrando mi cabeza con fuerza y gritando del dolor. En varias ocasiones había tenido migraña, desde que salí del hospital era bastante común que me tirara una tarde entera con una jaqueca desproporcionada, pero lo que sentía en ese momento, no se podía apenas concebir. La cabeza me latía, y parecía que en cualquier momento fuese a estallar, dejando una papilla de sesos esparramada por el suelo del bosque.

Sentí como sus manos se posaban sobre mis hombros y me levantaban, incorporándome un poco. Con la espalda contra un árbol, y la cabeza a punto de explotarme me obligó a mirarle. Abrí los ojos un poco, lo justo para poder verle la cara y que así dejase de zarandearme como si fuese un muñeco.

Comencé a temblar, esa sonrisa perpetua que hacía que todos los pelos de mi cuerpo de pusieran como escarpias. Su rostro estaba peligrosamente cerca, podía sentir su aliento perfectamente, cosa que me producía ansiedad. Intenté moverme, pero con cada movimiento mi cabeza parecía a punto de explotar. Del bolsillo de su sudadera sacó un cuchillo, un cuchillo de cocina, perfectamente afilado y lo acercó a mi rostro, apretándolo con el filo. Unas diminutas gotas de sangre cayeron hasta mi barbilla, mojando un poco el cuello de mi camiseta. Antes de que la segunda gota de sangre se desperdiciara la lamió.

Bajó el cuchillo por mi cuello hasta mi pecho, clavando la punta justo donde estaba mi corazón. En sus ojos brillaba la maldad, y la locura. Una locura desquiciante que parecía haberle poseído. De sus ojos emanaba un aura de pura perversión y pensamientos macabros. Todo el horror que podía haber experimentado en mi vida, no llegaba si quiera a emular todo el horror de aquellos ojos. Todas mis esperanzas de seguir con vida se redujeron a la minúscula posibilidad de que mi muerte, me fuera lo más rápida posible. Cosa, que en aquellos momentos, y a juzgar por sus ojos y forma de mirar como su cuchillo arrancaba gotas de sangre de mi pecho, veía mas que improbable.

Quería cerrar los ojos, pero era imposible, no podía dejar de mirar su rostro deformado, quizás por sus ganas ardientes de matarme o quizás por mi mente, que ante esa situación ciertamente aterradora, se dedicaba a deformar sus rasgos.

Un latigazo de dolor me recorrió desde el hombro hasta el cuello, recorriendo mi cabeza a ráfagas. No lo entendía, su cuchillo seguía en mi pecho, y no había movido sus manos. Jeff, cayó al suelo, inconsciente, con un hilo de sangre cayendo por su nariz. Miré alrededor, con la vista bastante nublada. Escruté los alrededores hasta que mis ojos se quedaron ciegos y sólo podía ver negrura y escuchar los pitidos de mi sistema nervioso.

Quizás me dormí presa del dolor. Quizás estuve despierta. El caso es que para mí el tiempo no pasó. Parecía como si el mundo se hubiese detenido, o como si se hubiese esfumado. Quizás morí y por algún azar del destino decidieron darme un destino peor que la muerte, volver a despertar. Y así sucedió, desperté, acostada en mi cama, con la luz de la mesilla de noche encendida y la ventana abierta. Por un momento creí ver una chaqueta naranja moverse junto con una máscara blanca. Pero al parpadear para aclarar mi vista, resultaron ser imaginaciones mías. Tenía un regusto extraño en la boca, de sangre y ¿tabaco?

Me incorporé en la cama, ignorando el malestar que me producía cada movimiento. Sobé mi pecho, intentando buscar algún indicio de que Jeff me hubiese atravesado el pecho, pero nada. Nada a parte de una finísima línea ya con costra. No lo había soñado, eso por un lado me aliviaba, ya que sabía que todas esas cosas raras que me estaban ocurriendo no eran mi imaginación. Pero, por otro lado, me inquietaba. Era un asesino, ¿qué iba a hacer yo ahora? Estaba siendo acosada por un tío que estaba loco, completamente enajenado. ¿Y cómo mierda llegué a casa?

Me levanté de la cama y anduve por el pasillo dando tumbos hasta la habitación de Jack. Que, increíblemente, no estaba vacía. Tumbado sobre la cama estaba Jack, con el pijama ya puesto. Al oírme entrar se incorporó y me observó unos segundos.

    —¿Cómo te encuentras?

Pasé de él y me metí en la cama. Me cubrí por completo con las mantas y me abracé a su pecho, hundiendo la cara en él.

    —¿Qué te pasa? —Algo increíble sucedió. Rara vez Jack me daba alguna caricia, quizás la vez que más cerca había estado de mi fu la primera vez que Jeff me asaltó. Siempre que me acercaba a él, una sombra siniestra se apoderaba de su cara y me hacía ver cosas extrañas. Pero esa vez, nada de eso pasó. Dejó caer con delicadeza la mano sobre mi cabeza y jugó un rato con mi pelo.

    —No quiero dormir sola. —No dijo nada, por lo que supuse que no le importaba que me quedase por esa noche. Me acurruqué, intentando ocupar el menor espacio y poco a poco me quedé dormida. Sin sueños, sin interrupciones. Únicamente la oscuridad y yo.

Slave of Creepypastas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora