Capítulo XXXXVI.

109 17 1
                                    

Estaba rodeado por completo de negrura. Llevaba ya un buen rato buscando alguna pista o algo que me sirviera, sin embargo no encontré nada.

Mientras avanzaba por los oscuros pasillos no podía parar de pensar en Jay. Lo había dejado en casa, atado. No me sentía especialmente orgulloso de tener, a quien quizás fuese mi único aliado, maniatado en mi salón. Pero simplemente no podía dejarlo suelto. Acabaríamos muertos por su culpa.

Y así seguí, revisando las habitaciones que estaban a cada lado del largo pasillo mientras intentaba convencerme a mí mismo de que lo que había hecho no era tan malo y que pronto volvería todo a la normalidad; aunque claramente no me lo creía.

Fue entonces cuando un sonido se abrió paso en la negrura. Un sondo que consiguió helar cada gota de sangre de mi cuerpo. Mi corazón comenzó a latir desbocado y una sensación de pinchazo agudo recorrió mi espalda.

Un disparo. Un puto disparo.

Casi al instante mis piernas se movieron solas buscando la fuente de aquél sonido mientras mi mente elucubraba todas las horribles posibilidades que podrían estar ocurriendo. No podía ser verdad. No podía haber sido un disparo. Pero en mi interior tenía la certeza de que era Alex.

Y entonces sólo se me ocurrió que lo imposible, había sucedido, y que todos mis esfuerzos ahora habían sido en vano.

    —No... —Era imposible, completamente imposible. La impotencia se iba apoderando de mi, mis músculos comenzaron a tensarse—. No... No puede ser... —Era imposible, lo había dejado en casa—, ¡Jay! —Corrí en su busca. Dentro de mi cabeza tenía la certeza de que si aquél disparo lo había echo Alex, Jay no debía andar muy lejos. Pero ¿cómo?

Llegué a la habitación donde creía que encontraría a Jay. Sin embargo no estaba. En esa habitación no encontré nada más que una huella de sangre y la cámara de Jay.

    —¡No! ¡Jay! ¿Dónde estás? —comencé a gritar desesperado, buscando en aquél laberinto de tinieblas a la única persona que me había acompañado hasta ése momento.

Salí de la habitación. No podía haber ido muy lejos. Le había disparado, y quién sabe en qué parte. Sin embargo no encontré a Jay, ni a Alex. Al fondo del pasillo vi al encapuchado.

    —¡Tú! —Según escuchó mi voz el encapuchado comenzó a correr—. ¡No! ¡No te vas a escapar otra vez!

Comenzaba a sentirme mal, y aunque no podía dejar de perseguirle mi vista se nubló por unos segundos haciéndome caer de bruces contra el suelo. Las toses volvieron a acompañarme, así como el dolor de cabeza. Me puse en pie como pude y seguí adelante. Corrí tras él, pero fue en vano, ya que al legar a la calle aquél tipo había desaparecido. Fuera era noche cerrada, lo cual me resultaba inquietante. Había entrado de día, y no había estado el suficiente tiempo como para que anocheciese.

Paré para recobrar el aliento mientras estaba casi tirado en el suelo por el cansancio y la desesperación. ¿Qué debía hacer?

No sabía dónde estaba Jay, ni Alex. Estaba sólo; y mis pastillas habían desaparecido.

Algo así jamás debería haber sucedido. Había dejado a Jay en casa justo para que eso no ocurriese. ¿Cómo podía haber ocurrido lo peor cuando había puesto tantos medios para intentar frenarlo?

    —Se suponía... que esto no debía ocurrir. —Sentía mi cara arder, mientras la rabia me invadía. Y finalmente quedé de rodillas sobre el asfalto, con las manos apoyadas también en éste, intentando no hundirme en lo miserable de mi situación—. No sé... No sé qué hacer...

En el asfalto comenzaron a aparecer pequeños círculos húmedos. ¿Estaba lloviendo? Levanté la cabeza y mientras conseguía ver a la perfección las estrellas en lo azul de la noche, sentí como pequeñas gotas rodaban por mi cara. Lo único que podía pensar en ése momento era, que debía continuar. No podía parar ahora.



                                                                                                ***



Estaba en una habitación completamente desconocida. Las paredes eran blancas y lisas. Me encontraba apoyada contra la pared, temblando de frío y miedo mientras esperaba. ¿El qué? No lo sabía. Parte de mis recuerdos habían vuelto, sin embargo eso no hacía más que ponerme todavía más nerviosa. Un latigazo de dolor recorrió mi cabeza, y entonces ante mis ojos apareció de nuevo aquél ser, Slenderman. Aunque mis recuerdos habían vuelto, los sentía extraños. ¿Cómo había podido acercarme a él? Era terrorífico y cada vez que aparecía de nuevo mis cuerpo comenzaba a temblar sin que yo tuviese oportunidad de pararlo.

Slenderman se giró hacia mí, y haciendo resonar su voz dentro de mi mente dijo:

    —Cúralo. —Y al apartarse dejó a la vista el cuerpo doliente de Jay.

    —¡Jay! —Quise levantarme a por él, ayudarle. Pero la presencia de Slenderman me horrorizaba lo suficiente como para no acercarme a él.

Slenderman pareció adivinar lo que ocurría, y con pasos largos se movió, dejándome vía libre para que ayudase a Jay. Me precipité sobre él, con una fuerza tal que mis rodillas dieron contra el suelo haciendo que al rato sangrasen.

    —Jay... —Permanecía con los ojos cerrados, su respiración era débil y una fina película de sudor le cubría la frente—. Jay por favor, despierta. —Sentía como poco a poco mi nariz se congestionaba, y las lágrimas se resbalaban por mi cara. ¿Cómo iba a ayudarle? Tenía una bala clavaba en el estómago y se estaba desangrando.

    —Jay... Por favor, despierta. —Al tocarle la cara me hice consciente de lo que realmente estaba sucediendo—. No... —Estaba helado, y el sudor no hacía más que bajara su temperatura. Con el dorso de mi mano le limpié el sudor. Me quité la chaqueta y se la puse encima; y usando ambas manos comencé a presionar la herida en su vientre—.  Jay.. Jay no puedes irte. Por favor, no puedes dejarme sola otra vez. ¡Jay!

Momentáneamente abrió los ojos y me miró. Dejó que una pequeña sonrisa aflorase a sus labios. Intentó levantar una de sus manos, que estaban llenas de sangre y polvo, pero estaba tan débil que a medio camino tuvo que desistir.

    —Volvemos... —Su voz era débil, y a menudo no podía hablar por los continuos ataques de tos que lo invadían—. Volvemos a estar juntos, Lara.

Y así volvió a cerrar los ojos, dejándome helada mientras seguía presionando su abdomen. Mis ojos dejaron de ver, estaban llenos de lágrimas que poco a poco caían por mis mejillas hasta que mojaban la cara de Jay.

Slave of Creepypastas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora