Capítulo XXXVII.

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 Llevábamos ya varias horas andando y yo no era capaz de dejar de girar la cabeza para mirar hacia atrás. Tenía miedo de ver aparecer a Alex. No quería volver a aquella habitación. Permanecía todavía agarrada a su mano, no entendía por qué, pero me sentí mucho más segura a su lado, lo cual era irónico ya que él era un completo desconocido. Y quién sabe. Quizás era un violador homicida.

    —¿Dónde vamos?

    —No puedo decírtelo. Pero tengo que pedirte algo. —Escuchar aquello me hizo tragar saliva—. Es probable que veas a Tim. Sé, que tienes muchas ganas de verle, abrazarle y todas ésas cosas. Como te acerques a él, o hagas el más mínimo ruido que delate tu existencia. Te juro que te mato.

    —¿Qué?

    —Además, si Tim te ve, no te reconocerá.

    —¿Cómo que no me reconocerá?

    —No puede. No tiene recuerdos tuyos. Para él no existes. Lo único que conseguirías es que te atacase.

    —¿Atacarme? —¿Cómo iba a atacarme Tim? Me solté con rabia de su mano. ¿Cómo se atrevía a decir ésas cosas sobre él? ¿Se creía que era idiota? Me paré en seco, cosa que hizo que él se girase.

    —Camina. —No respondí. Se acercó a mi, con paso decidido y sin darme tiempo a reaccionar me agarró por el cuello, levantándome un par de centímetros del suelo—. Mira, niña cabezota, no me jodas. He venido a ayudarte para no perder los huevos. Ayúdame tú un poco. No te puedes acercar a Tim aún. —Me soltó, dejándome de rodillas en el suelo, boqueando por recuperar el aire. Las lágrimas comenzaron a salir. Y quemaban como fuego sobre mis mejillas—. Te lo explicaré, pero ahora no puedo. Tengo cosas que hacer. Y si le cuentas esto a Tim te rajo antes de que me mate él a mi.

Me ayudó a levantarme, y caminamos en silencio el resto del camino. Pasamos una especie de bosque, las vías de un tren y finalmente llegamos a un edificio en ruinas. ¿Qué era aquél lugar?

Me quedé mirándolo unos segundos, sin dejar de caminar por miedo de que aquél hombre me volviese a agarrar del cuello. Sentí un fuerte agarre en mi muñeca, y cómo tiraban de mi.

    —¿Qué haces? —La voz me tembló al decirlo y aquél encapuchado me metió dentro de unos arbustos. Eran tupidos y estaban entra varios árboles.

    —Quédate aquí. No hagas ni un ruido. —Se sentó a mi lado y comenzó a rebuscar en sus bolsillos, sacando un pequeños paquete—. Toma.

Abrí el pequeño paquete. Estaba envuelto en papel de plata y dentro tenía galletas de chocolate. Lo agradecí enormemente. No es que Alex me matase de hambre, me aseguraba una comida diaria. Dos con suerte. No había dado el primer bocado cuando comenzamos a escuchar pasos. Me fijé, en la puerta de aquél ruinoso edificio y entonces sentí mis ojos llenarse de lágrimas. Por la puerta aparecieron dos personas. Una de ojos separados y muy delgado. Su pelo castaño caía por sus ojos y en la mano llevaba una cámara.

    —Jay... —Sonó más como un mohín que como una palabra. Estaba vivo. Vivo. Pensar aquello deshacía el gran nudo que había oprimido mi pecho durante tanto tiempo. Para culminar, al siguiente que vi fue a Tim. Las lágrimas rodaron rápidas y calientes por mis mejillas, mientras que una mano tapada con un guante intentaba recogerlas mientras susurraba.

    —Pronto podrás abrazarlos.



                                                                                             ***

Slave of Creepypastas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora