Cap 74 En sus brazos

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POV de Madeline

—¿Cómo estás, princesa?— preguntó Dimitri suavemente mientras me sentaba en la cama.
Me rodeó con sus brazos y todos los dolores de mi cuerpo y de mi alma desaparecieron.
—Cansada—, dije. —Y un poco aliviada tal vez—.
El doctor Jackson confirmó que no estaba loca. Hicimos un pequeño experimento. Dimitri salió de la habitación para que yo pudiera escuchar los pensamientos del doctor. Funcionó y me sentí aliviada de saber que no estaba loca. Bueno, tal vez todavía lo estaba. Leer la mente de otras personas no era exactamente algo cuerdo.
—Hablaremos con un sanador en cuanto encontremos uno, princesa—, dijo Dimitri en voz baja.
Levanté la cabeza y lo miré.
—Conozco a uno—, dije, haciendo que sus ojos se abrieran de par en par.
—¿Lo conoces?—, preguntó sorprendido. -¿Cómo?
—Hay un sanador en mi antigua manada—, dije. —Ayudó a mi madre a sobrellevar el dolor. Podríamos pedirle que viniera. Seguro que estaría dispuesto a ayudar—.
Dimitri sonrió y se inclinó para besarme la mejilla.
—Lo traeré aquí mañana, princesa—, dijo suavemente. —Lo solucionaremos. Te lo prometo—.
Inclinó la cabeza y me dio un pequeño beso en el hombro. Me estremecí y me apreté más contra él.
—Diosa, cuánto te quiero—, murmuró, haciendo que el corazón me diera un vuelco. —Te amo con cada parte de mi cuerpo y de mi alma, Madeline—.
Le acaricié las mejillas y le besé. Gimió en voz baja y me rodeó la cintura con los brazos.
—Yo también te quiero—, dije en voz baja. —Nunca pensé que amaría tanto a alguien. Nunca pensé que encontraría a mi pareja.
Estoy tan feliz de haberlo hecho. Estoy tan feliz de que seas tú. Te amo—.

Me di cuenta de que estaba conteniendo las lágrimas. Me incliné hacia él y lo besé suavemente. Enredó los dedos en mi pelo y me abrazó.
—Eres mi mayor tesoro, princesa—, dijo en voz baja mientras hundía la nariz en mi cuello. —Te amaré incluso después de mi último aliento. Te querré hasta el fin del mundo.
Le pasé los dedos por el pelo y él me besó el cuello. Sus palabras hicieron que me derritiera y que me temblaran las rodillas. Menos mal que estaba sentada.
—¿Tienes hambre?—, me preguntó y yo negué con la cabeza.
—La verdad es que no—, le dije. -Quiero darme una ducha—.
Dimitri asintió y volvió a besarme el cuello.
—¿Te importaría que nos diéramos una juntos?—, preguntó en voz baja, haciendo que me tensara un poco. —No tengo más intenciones que ducharme. Te lo prometo—.
Levantó la cabeza y me sonrió. Estudié su rostro por un momento.
Estaba nerviosa, ¿Y si no le gustaba lo que veía? Nunca nadie me había visto desnuda. ¿Y si pensaba que era fea? ¿Y si me rechazaba después de verme desnuda?
Dimitri se inclinó hacia mí y me dio un suave beso en la mandíbula.

—Skye es la más chismosa de todas—, dijo con diversión en la voz. —Creo que eres perfecta y no voy a rechazarte después de verte desnuda—.
Gemí y puse los ojos en blanco.
¡Skye! Gimoteé, pero ella me ignoró.
—¿Volverán a ser solo míos mis pensamientos?—. Murmuré enfadada. —¿Por qué te lo cuenta todo?—.
Dimitri levantó la cabeza y resopló.
—Puedes leer la mente de los demás—, dijo. —Es justo que yo pueda leer la tuya de vez en cuando—.
Puse los ojos en blanco y Dimitri me dio una palmada en el trasero.
—No pongas los ojos en blanco, Madeline—, dijo, bajando la voz y haciéndome estremecer.
Se me cortó la respiración cuando empezó a levantarme la camiseta. Levanté las manos para que pudiera quitármela. Se me aceleró el corazón cuando lo vi mirándome los pechos con una mirada lujuriosa.
—Joder, Maddie—, murmuró mientras pasaba sus dedos por la costura de mi sujetador

Me estremecí y tragué saliva. Me miró y se inclinó para besarme suavemente los labios.
—¿Puedo quitártelo, princesa?—, me preguntó, y yo asentí con la cabeza.
Metió la mano por detrás y me desabrochó el sujetador. Miró hacia abajo y gimió cuando cayó sobre mi regazo. Tenía los pezones duros y el pecho me subía y bajaba rápidamente.
—Oh, joder, joder, joder—, murmuró Dimitri mientras levantaba la mano y me acariciaba suavemente uno de los pechos. —Eres jodidamente perfecta.
Me estremecí cuando se inclinó hacia mí y me besó la zona entre los pechos. Su cálido aliento me hizo gemir en silencio.
Alargué la mano y empecé a levantarle la camisa. Me temblaban las manos, pero necesitaba ver su cuerpo perfecto. Necesitaba tocarlo. Me ayudó a quitarle la camisa y gemí cuando mis ojos se posaron en su pecho musculoso. Alargué la mano y se la pasé por los abdominales. Se estremeció y gruñó. Respiraba con dificultad y pude ver cómo se le contraían los músculos.
—Diosa, Maddie—, murmuró. —No quiero que dejes de tocarme. Esto es tuyo. Soy todo tuyo—.
Me incliné hacia él y le di un suave beso en la clavícula. Gruñó en voz baja y me rodeó la cintura con los brazos.

Me levantó y empezó a caminar hacia el baño. Seguí besándole suavemente el cuello y los musculosos hombros. Éi seguía temblando, gimiendo y apretando cada parte de mi cuerpo que podía alcanzar.Estaba en el paraíso y no quería irme nunca. Quería quedarme en sus brazos para siempre.
Me tumbó en el suelo y me entraron muchas ganas de gemir. Se puso detrás de mí y abrió la ducha. Me acarició las mejillas y me besó en la frente.
—¿Puedo quitarte los vaqueros?—, me preguntó, y yo asentí con la cabeza, intentando tragarme el nudo que tenía en la garganta.
Estaba segura de que el nudo era en realidad mi corazón. Todo mi cuerpo zumbaba de hormigueo y necesidad de él.
Me desabrochó los vaqueros y se arrodilló. Empezó a bajarme los vaqueros y la ropa interior. No me quitaba los ojos de encima y pensé que me desmayaría. Se inclinó hacia mí y me besó suavemente debajo del ombligo. No pude evitar un grito de placer.
El tacto de sus labios contra mi piel era increíble. Se levantó sin apartar los ojos de los míos. Tomó mis manos entre las suyas y las colocó sobre sus caderas. Metí los pulgares bajo la cintura de sus pantalones y empecé a bajárselos.
—Puedo quedarme en calzoncillos si te resulta más cómodo—, me dijo mientras me impedía quitarle los pantalones.
Negué con la cabeza y continué bajándole los pantalones. Me acarició las mejillas y me besó con fuerza. Gemí y dejé que sus pantalones cayeran al suelo.
Me levantó y le rodeé la cintura con las piernas. Lo sentía todo y lo único que quería era gemir de placer.
Me estremecí un poco cuando mi espalda tocó los fríos azulejos de la pared de la ducha, pero todo se olvidó cuando sentí sus manos agarrarme y apretarme las nalgas.
Sus caricias eran como una droga y sabía que nunca dejaría de necesitarlas.

Mi hermanastro es mi mate Donde viven las historias. Descúbrelo ahora