Cap 35 Huyendo

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MADELINE

No iba a aguantar aquello otros cinco meses.
Cerré la puerta de mi habitación y me limpié la sangre de la comisura de los labios. Tenía un nudo enorme en la garganta y no podía tragármelo por mucho que lo intentara.
Pero no iba a llorar. No había llorado ni una sola vez en los últimos cuatro meses y tampoco iba a hacerlo ahora.
Me iré y encontraré una manera de sobrevivir hasta que cumpla 18 años y consiga mi lobo. Me esconderé en algún sitio. Estaré bien.
Y aunque me pasara algo, no me echarían de menos. No tenía a nadie que me echara de menos. No me quedaba familia. Nadie sabría siquiera que ya no vivía ni respiraba.
Me acerqué a mi cerrado, lo abrí y saqué mi mochila. No podía llevarme la bolsa de viaje. Era demasiado grande y no podría correr con ella. Necesitaba algo pequeño y práctico. De todas formas, no iba a llevar mucho. No necesitaría mucho para esconderme en el bosque durante unos meses.
Cogí dos pares de pantalones de chándal, dos camisas, una sudadera con capucha y unos cuantos pares de ropa interior. Tenía algunas barritas energéticas en el armario, así que también las metí en la maleta. Era todo lo que me cabía en la mochila. Metí la mano por detrás de las camisas dobladas hasta que sentí una cajita en la punta de los dedos. La saqué y la abrí. Las lágrimas que tanto había logrado contener caían ahora por mis mejillas con rapidez. Era un medallón con una foto mía y de mi madre. Lo saqué con cuidado y me lo colgué del cuello. No quería abrirlo y mirar la foto porque nunca podría dejar de llorar si lo hacía.
Echaba mucho de menos a mi madre.
Apreté el medallón contra mis labios y cerré los ojos.
—Te echo de menos, mamá, murmuré en voz baja. -Te echo tanto de menos.
Respiré hondo y abrí los ojos. No tenía tiempo para esto. Tenía que irme.
Cogí ropa limpia y corrí al baño. Tenía que ducharme y cambiarme antes de irme.
Suspiré contenta cuando el agua caliente relajó un poco mis músculos. Siseé cuando me rozó el labio partido.
Janet la había cagado. Nunca me había pegado tan fuerte como para dejarme una marca o hacerme sangrar. Siempre tenía mucho cuidado para que nadie se enterara.

No es que nadie lo creyera si lo descubrían. Ella era una antigua
Luna y yo no era nada ni nadie. Ni siquiera tenía mi lobo todavía. Ni siquiera era miembro de la manada. Nadie creería que su Luna estaba abusando de mí.
Bueno, ya no era sólo ella. Hace unas semanas, la compañera del Alfa Dimitri también se unió. Era sorprendentemente fuerte para estar embarazada. Ambos me odiaban por alguna razón desconocida y ambos disfrutaban torturándome. Querían que me fuera, y yo haría realidad su deseo.
Mike no tenía ni idea y nunca estaba en casa. Me preparaba el desayuno todas las mañanas y luego desaparecía hasta altas horas de la noche. Seguía sonriéndome, llamándome cariño y diciéndome lo feliz que estaba de que yo estuviera aquí. Bueno, ya éramos uno. Yo no me alegraba de estar aquí e iba a salir corriendo para no volver jamás.
Terminé de ducharme, me sequé el cuerpo con una toalla y me puse ropa limpia. Me até el pelo en una coleta y me miré en el espejo. Mi labio no tenía tan mal aspecto.
Respiré hondo y salí del baño. No podía perder más tiempo. Tenía que irme antes de que Mike volviera a casa.
Cogí mi chaqueta y mi mochila y me acerqué a la ventana que utilizaba para escabullirme de casa.
Miré hacia la habitación y tragué saliva. Esta habitación era mi único espacio seguro en està casa. Me pasara lo que me pasara, siempre podía dormir tranquila aquí. Eso había cambiado en los dos últimos días y era otra señal de que había llegado el momento de irme.
Suspiré, abrí la ventana y tiré la mochila y la chaqueta al suelo.
Cogí la rama de árbol más cercana y salí de mi habitación.
Me puse la chaqueta en cuanto pisé el suelo. Me eché la mochila a la espalda y empecé a caminar hacia el bosque. No miré atrás. No me hacía falta. No quería volver a ver aquella casa. Aparte de mi habitación, nada en aquella casa ocupaba un lugar especial en mi corazón.
Apenas había puesto un pie dentro del bosque cuando oí que me llamaban por mi nombre.
— ¿Maddie?— La voz de Seth me dejó helada.
¿Qué demonios?
Miré a mi izquierda y lo vi acercándose a mí en nada más que sudaderas cortas. Estaba sudado y tenía el pelo hecho un desastre.
— ¿Qué haces?—, preguntó, frunciendo las cejas.
Joder.

No podía creer que me hubieran pillado tan pronto. Esperaba tener problemas en la frontera, pero no a pocos metros de la casa de
Mike.
—Voy a dar un paseo—, murmuré mientras sentía crecer el nerviosismo en mi interior.
Era una excusa poco convincente, pero fue lo único que se me ocurrió.
Seth entrecerró los ojos y cruzó los brazos sobre el pecho. Tragué saliva, intentando pensar en algo que decir. Mi mente estaba completamente en blanco.
- ¿Con una mochila?—, preguntó mientras se acercaba a mí y me quitaba la mochila del hombro.
Intenté detenerlo, pero era más fuerte. Abrió la mochila y gruñó.
— i¿Qué demonios, Maddie?!—, exclamó mientras volvía a mirarme.
Tragué saliva de nuevo e intenté respirar hondo.
—No te irás, Madeline—, dijo Seth mientras me agarraba del brazo y empezaba a tirar de mí para adentrarme más en el bosque. -
¡¿Por qué demonios te vas a ir?! ¡¿Estás loca?! ¡Te matarán!.
¿A dónde diablos me llevaba?

—Estaré bien, Seth—, suspiré mientras intentaba zafarme de su agarre.
Gruñó y volvió a mirarme.
—No voy a dejar que te vayas, Madeline—, dijo enfadado. -Eres mi mejor amiga y no voy a perderte.
Tragué saliva y dejé que me arrastrara hacia el bosque. No podía escapar de su agarre por mucho que lo intentara.

Mi hermanastro es mi mate Donde viven las historias. Descúbrelo ahora