Zarter

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Innocent


—Pedro… Pedro —Miguel se movía lentamente sobre su primo mientras le llamaba.

—Mhm…—Se quejó Pedro sintiendo entre sueños aquel contacto que estaba a nada de provocarle una erección —Bonito, ¿que pasa? —Dijo abriendo sus ojos un poco.

—Es que… T-tuve una p-pesadilla muy fea —Los ojos de Miguel estaban cristalinos y el puchero en sus labios era notorio. Se movió un poco más.

—Oh, pequeño, no pasa nada… Puedes dormir conmigo, pero bájate de ahí, ¿quieres? Es que me aplastas —Dijo Pedro y el menor se acomodo a su lado.

Miguel se abrazó al torso de Pedro y recargo su oreja más o menos a la altura del corazón del mayor.

—Pedro… —Llamó pasados los segundos.

—¿Que pasa, bonito?—El mayor le acariciaba el cabello.

—Tú… tú nunca me vas a dejar, ¿verdad? —Cuestionó a Pedro, este se acomodó de lado mirando a Miguel de frente.

—Claro que no, pequeño, yo siempre te voy a cuidar —Miguel junto su frente con la de Pedro.

—Te quiero mucho, primo —Le dijo Miguel.

Pedro en verdad odiaba que lo llamara así, prefería mil veces que le llamara por su nombre que por “primo” ya que esa palabra le recordaba lo mal que estaba todo lo que quería hacer con Miguel, con aquella personita tan inocente y tranquila que tenía a su cuidado.

—Yo también te quiero — «Pero no como tú a mi»

Miguel sonrió y rozo su nariz con la de Pedro haciendo que el mayor cierre sus ojos en un intento de olvidar lo cerca que estaban los labios del menor.

[...]

Pedro despertó y Miguel ya no estaba así lado, ni en la habitación. Se levantó y fue en búsqueda del más joven.

—¡Migue!—Llamó desde la planta de arriba.

No obtuvo respuesta así que bajó corriendo, busco en la cocina, en el estudio, en un pequeño armario que había debajo de las escaleras, paró cuando escuchó una risa de fuera.

—Broco —Decía Miguel entre risas.

Salió a la parte de atrás de la casa y se encontró a su pequeño jugando en los charcos con el perro. Estaba por darle un ataque al ver lo sucio que estaba Miguel, su cabello estaba lleno de barro, su ropa, sus zapatos… Todo él.

—¡Miguel Ángel, ven acá ya mismo! —Grito seriamente.

Las risas de Miguel pararon y hasta Broco dejo de hacer lucha, el menor sabía que Pedro estaba molesto pues le había llamado por su nombre completo. Se acercó llevando al perro al lado.

—Buenos días, Pedro —Saludo sonriéndole como si quisiera que eso le librara del castigo.

—¿Buenos días?, ¿En serio, Miguel Ángel? —Le miro serio y Miguel apartó su sonrisa de su rostro —¿Como se te ocurre que jugar en los malditos charcos es una buena idea? ¡Mira como estas ahora! Tu cabello, ¿en qué estabas pensando?—Exclamó Pedro en tono de regaño.

—Y-yo… —En las mejillas de Miguel se formaron unos caminos de lágrimas —S-solo quería jugar un rato con Broco… L-lo siento mu-mucho, Pedro —Miguel sollozaba fuertemente.

A Pedro le rompió el corazón aquello, debía regalarlo, pero no hacerlo llorar. Se puso a su altura.

—Cariño, no llores, me ha pasado un poco… Esta bien —Dijo el tranquilizando a Miguel —Vamos a darte una ducha y a bañar a Broco también —Pedro le sonrió a Miguel.

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